San Lucas 24, 13 - 35
“Quédate con nosotros, Señor…”
- Emaús: representa perfectamente la crisis de fe de aquella primera comunidad y aun de la nuestra. Es muy posible que Jesús está caminando con nosotros y tenemos los ojos cerrados, como los discípulos en el camino de Emaús. Son muchas las ocasiones cuando caminamos con duda, con preocupación, con miedo. Son muchas las ocasiones cuando caminamos sin alegría, sin confianza, sin esperanza. A veces platicamos con unos amigos, compartiendo nuestra tristeza y preguntándonos cómo Dios puede dejarnos así. Son muchas las ocasiones cuando pensamos que todo lo que hemos hecho hasta ahora está en vano. Y de repente, con una palabra, un gesto, o una mirada, se abren nuestros ojos y nos demos cuenta de que Jesús está presente.
- La Palabra: cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras despierta en nosotros la esperanza perdida. Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy.Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.
- La Eucaristía: es reconocer a Cristo Resucitado y reconocerlo en la fracción del pan. "La Misa de cada día o de cada Domingo es Cena Pascual de la Asamblea, es muerte y resurrección. Por tanto, toda Eucaristía debe tener como significado esencial el morir un poco más a nosotros mismos, al pecado, al egoísmo en todas sus formas y manifestaciones. Por eso los Teólogos nos dicen que lo importante de la Celebración Eucarística de la Misa del Domingo comienza cuando toda esa celebración cultual y litúrgica de la Asamblea ha terminado: Ahí comienza a vivirse. Y como los discípulos de Emaús, "con los corazones ardiendo " al haber experimentado en la Fracción del Pan, la presencia misteriosa pero real de Jesús resucitado.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
En el camino a Emaús, aun cuando la pena agobia sus corazones, dos discípulos comparten su abatimiento e infinita tristeza, como lo hacen los amigos cuando llevan el alma cargada de sufrimiento. Su esperanza en Dios ha sido defraudada. Se hallan hundidos en la decepción: esperaban que Jesús fuese el Mesías-liberador de Israel (ver Lc 24,21), pero luego de su dramática crucifixión no quedaba más que el sabor amargo del fracaso y desilusión.
Todos sus anhelos y esperanzas, todos sus ideales habían estallado en mil pedazos con la muerte del Maestro y Amigo. Ahora, compañeros en el dolor, compartían sus penas para hacerlas más soportables. La vida debía continuar, así que no les quedaba más que volver a su pueblo, al trabajo rutinario, a ganarse el pan de cada día para continuar la vida.
Es importante resaltar que en medio de su desolación aquellos hombres no se cierran en sí mismos, no se dejan engullir por su tristeza infinita, no se traga cada uno su propia pena por temor a convertirse en una “carga para el otro”, sino que con humildad reconocen la necesidad que en un momento así tienen de abrir sus corazones. La pena compartida se hace más fácil de sobrellevar. La mutua compañía hace más llevadera la cruz. El amigo se convierte en descanso para el alma, fortaleza en la fragilidad, aliento y estímulo en la desolación.
Esa actitud de humilde apertura genera entre los caminantes un dinamismo que permite que incluso un “forastero” pueda acercarse a ellos y compartir con Él sus penas. El diálogo dispone asimismo a los discípulos para que puedan acoger las palabras que han de sanar sus heridas y enardecer nuevamente sus corazones.
Este hermoso relato culmina con el retorno de los dos discípulos a Jerusalén. Los otros cuentan que el Señor se ha aparecido a Simón Pedro y ellos confiesan que “lo reconocieron al partir el pan”. Ese es su testimonio Y ese es su testamento y su herencia para el futuro.
“Lo reconocieron al partir el pan”. Los que habían seguido a Jesús por los caminos y habían visto como oraba antes de partir y compartir el pan no podían olvidar aquellos gestos. En ellos reconocieron al que se había entregado como pan.
PARA LA VIDA
Juana era una niña que no veía bien. Pero nadie, ni siquiera ella, se había dado cuenta. Juana pensaba que todas las cosas eran borrosas porque era como ella las veía. No sabía que los otros niños podían ver mucho más lejos que ella. Pensaba que todo el mundo veía las cosas como ella. A medida que iba creciendo su madre empezó a preguntarse porqué se sentaba tan cerca de la televisión. Su abuelo observó que cuando leía un libro se lo tenía que poner cerca de la cara. Cuando fue a la escuela la maestra constató que no veía bien las palabras de la pizarra. Finalmente todos comenzaron a decir: "Juana necesita gafas".
Con sus nuevas gafas, Juana vio que no todo era borroso, los colores eran más brillantes y hasta la cara de su madre era mucho más hermosa. Empezó, por fin, a ver con claridad. Era maravilloso. Llega también un momento en la vida en que ya sea la presbicia o las cataratas o… que nos presentan la realidad más borrosa.