3° Domingo Adviento, 11 de Diciembre 2022, Ciclo A

 San Mateo 11, 2 - 11

¿Eres Tú el que ha de Venir o Tenemos que Esperar a Otro?

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- “Gaudete” (Alegraos): la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre. ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales.

2.- Esperar: estos son los signos que Dios quiere darnos y que debemos esperar: que se abran a la fe los ojos de los que por no tenerla son ciegos, que se abran a escuchar la palabra de Dios los oídos endurecidos, que corra por la senda de la salvación el que estaba paralizado por sus pecados, que prorrumpa en cantos de alabanza a Dios la lengua que blasfemaba... Si esperamos estos signos, ciertamente se producirán, y todo el mundo los verá, y a través de ellos se manifestará la gloria del Señor, y los hombres creerán en Cristo, y no tendrán que preguntar más: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (evangelio). El que tiene esta esperanza se siente fuerte y sus rodillas dejan de temblar. Pero el secreto para tenerla es mirar al Señor. 

3.- Ser Pacientes: "la venida del Señor está cercana". A pesar de estar viviendo en el panorama sofocante de las injusticias de las opresiones y de la violencia, han visto en los pobres el signo de que "el juez está a la puerta". Como el simple campesino que "espera pacientemente el precioso fruto de la tierra", que espera las "lluvias de otoño y de primavera", el creyente sabe esperar con paciencia la llegada del Salvador. Es un misterio que sólo pueden comprender los sencillos.

4.- ¿Quién Viene?: ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor– cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros, haga más profunda y sincera nuestra oración.

 

REFLEXIÓN

   Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, viene en persona y os salvará La liturgia de este 3º Domingo de Adviento anuncia la proximidad de la intervención liberadora de Dios y enciende la esperanza en el corazón de los creyentes. Nos dice: “no os inquietéis; alegraos, pues la liberación está a punto de llegar”.

   La primera lectura anuncia la llegada de Dios, que va a ofrecer una vida nueva a su Pueblo, para liberarlo y conducirlo, en un escenario de alegría y de fiesta, hasta la Tierra de la libertad.

   La segunda lectura nos invita a no dejar que la desesperación nos envuelva mientras esperamos y aguardamos la venida del Señor con paciencia y confianza.

   El Evangelio nos describe, de forma sugerente, la acción de Jesús, el Mesías (ese mismo que esperamos en este Adviento): él vendrá a dar vista a los ciegos, a hacer que los cojos recuperen el movimiento, a curar a los leprosos, a hacer que los sordos oigan, a resucitar a los muertos, a anunciar a los pobres que el “Reino” de la justicia y de la paz ha llegado. Este es el cuadro, de vida nueva y de esperanza, que Jesús viene a ofrecer.

   Tenemos, pues, una serie de necesidades y una serie de salvadores en quienes depositamos, en muchas ocasiones, nuestras esperanzas porque nos han prometido resolver nuestras necesidades, angustias y problemas: nos encontramos con los políticos que prometen resolverlo todo; con los adivinos y lectores de cartas que tienen recetas para todo; con los predicadores protestantes que nos van a curar de todas nuestras enfermedades y vicios. 

   En otras ocasiones ponemos nuestras ilusiones en cantantes, futbolistas, actores y los convertimos en nuestros ídolos. Nuestros falsos y pequeños salvadores actuales no pueden salvar al hombre, podrán, quizás, resolver algún problema, pero son incapaces del salvar al hombre.  Sólo Jesús nos puede salvar. Preparémonos para recibir en la Navidad ya cercana al único que nos salva y que nos llena de alegría, al único que puede romper todas nuestras ataduras que nos impiden realizarnos como auténticas personas: Cristo Jesús.

 

PARA LA VIDA 

   Había una vez un hombre que era muy rico. Era dueño de tantos negocios, de tantas fábricas y de tantos bancos, que todas las semanas recibía en su palacio varios camiones cargados de dinero. Ya no sabía dónde invertirlo ni en que gastarlo. Todo lo que le gustaba se lo compraba: aviones, barcos, trenes, edificios, monumentos, etc.

   Su gran pasión era comprar y consumir. Hasta que llegó un día en que este hombre tenía de todo. No había nada que no tuviera. Todo era suyo. Aunque, a decir verdad, había una cosa que no conseguía tener. Y por más que compraba cosas, nunca la lograba encontrar. Esa cosa era la alegría. Nunca encontró la tienda donde la vendían.

   Se empeñó en buscarla costara lo que costara porque era lo último que le quedaba por tener. Recorrió medio mundo buscándola, pero no daba con ella. Estando en un pequeño pueblo, se enteró de que un anciano sabio podría ayudarle. Vivía en lo alto de una montaña, en una humilde y pobre cabaña. Hacia allí se dirigió y allí lo encontró.

   Al verlo, le dijo: - Me han dicho que usted podría ayudarme a encontrar la alegría. El anciano lo miró con una sonrisa y le contestó: - Pues ya la ha encontrado, amigo. Yo tengo mucha alegría. - ¿Usted?, respondió el hombre extrañado - ¡Pero si usted no tiene más que una pobre cabaña! –Es cierto y gracias a ello tengo alegría, porque voy dando todo lo que tengo de más al que lo necesita - respondió el anciano. - ¿Y así se consigue la alegría? -preguntó el hombre. – Así la he encontrado yo - dijo el anciano. El hombre se marchó pensativo.

   Al cabo de un tiempo, se decidió a dar todo lo que no necesitaba a los más pobres. Con gran sorpresa, de repente, descubrió que en su corazón crecía la alegría y se sintió, por primera vez en su vida, realmente feliz. Se había dado cuenta de que había más alegría en dar y en hacer felices a los demás, que en recibir y tener cosas sin compartirlas.

   La Palabra de Dios y el cuento nos hablan de la alegría que nace de Dios, la alegría de sabernos amados siempre por El, la alegría que no se va cuando nos llegan los problemas y dificultades, la alegría de compartir los dones y talentos que hemos recibido de su bondad, la alegría de ser solidarios con el pobre, la alegría de valorar las cosas más sencillas que nos rodean, la alegría de dar vida a los que están como muertos en nuestra sociedad, la alegría de hacer andar a los cojos de alma y de espíritu, la alegría de transmitir luz a quienes ya no ven la hermosura de la creación, la alegría de hacer brotar la esperanza en medio del pesimismo que nos rodea, la alegría que nace de lo más esencial del Evangelio de Jesús que hoy es proclamado ante Juan el Bautista.