San Juan 15, 9 - 17
“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
1. El Amor: Cristo es la revelación del amor del Padre, y él nos muestra el camino para llegar a la casa del Padre. Él es el camino, la verdad y la vida. Así como el Padre lo envía a Él, así Él nos envía a nosotros los cristianos al mundo para cumplir una misión de salvación.
2. Permanecer: en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos invita a colocar nuestro amor en tantas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad.
3. Acoger: los discípulos deben acoger los mandamientos del Señor con avidez, atesorarlos y custodiarlos amorosamente en sus mentes y corazones, para observarlos y ponerlos en práctica. Su enseñanza debe llegar a ser para todo discípulo la norma de vida y conducta.
4. Alegrarse: la anhelada felicidad, la encuentra el ser humano en la permanencia en el amor del Señor, por medio de la obediencia a Él. Lo que es causa de plena alegría para el Hijo, es también causa de alegría suprema para los discípulos, quienes por su adhesión y permanencia en el Hijo entran a participar de aquella misma comunión de amor que el Hijo vive con el Padre y es la fuente de su gozo pleno.
5. La Ruta Segura: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Tener a Jesús como amigo es algo extraordinario para nosotros: él, el Hijo de Dios; él, lleno de santidad; él, que es la misma perfección. Por nuestra parte, somos indignos, pero es él quien quiere comunicarnos su amistad.
REFLEXIÓN
Las lecturas de hoy nos han centrado claramente en la consigna del amor como el programa prioritario de los cristianos. La Pascua que estamos celebrando, tiene aquí su clave principal: ¿amamos como Jesús nos ama? Este es el "mandamiento" por excelencia, que nunca acabamos de aprender y cumplir. No está mal que nos miremos a este espejo y nos examinemos, para saber si estamos siguiendo bien los caminos del Resucitado.
La carta de san Juan, y su evangelio, nos proponen este tema del amor con una "lógica" que nos podría parecer un poco extraña. Ante todo, nos asegura que Dios es amor.
No somos nosotros los que amamos primero. Es él el que nos ha amado, anticipándose a nosotros. Y lo ha demostrado en toda la historia, sobre todo en su momento central, cuando hace más dos mil años nos envió a Cristo su Hijo.
La mejor prueba del amor de Dios la tenemos precisamente en la Pascua que estamos celebrando desde hace cinco semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos nosotros, comunicándonos su vida. De Dios podemos resaltar su inmenso poder, su sabiduría, su santidad. Hoy hemos escuchado la definición más sorprendente: Dios es amor. Y ahí está el punto de partida de todo.
Un segundo paso es constatar que Cristo Jesús es la personificación perfecta de ese amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". En Cristo vemos el amor de Dios en acción. Cristo nos muestra su amor: "Ya no os llamo siervos, os llamo amigos". "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". El Cristo de la Pascua, el entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que puede hablar de amor. En la misma escena en que dice estas palabras su cena de despedida hará con sus discípulos un adelanto simbólico de su entrega en la cruz: se ciñe la toalla y les lava los pies.
PARA LA VIDA
Érase una vez un zapatero ya muy anciano y muy cansado. Deseaba morir para ir con el Señor y deseaba también que el Señor lo visitara en su tienda. Un día mientras rezaba oyó una voz que le dijo: Mañana iré a tu tienda. Se puso a trabajar más feliz que nunca pero no pasó nada especial. Al rato entró una señora quejándose de unos niños que la insultaban y le robaban parte de la compra. El zapatero habló con ellos y prometieron no hacerlo más.
Más tarde entró un forastero preguntando por una dirección y lo acompañó hasta el lugar indicado. Luego entró una niña que tenía el padre enfermo, y juntos fueron en busca de un médico para que lo visitara. Poco antes de cerrar la tienda llegó un mendigo que quería comer y lo llevó a la Carreta y le pagó la cena. Cerró su tienda y se dijo, el Señor no ha venido a verme.
Ya en casa y antes de acostarse oró diciendo: Señor, he estado muy ocupado hoy; espero no hayas venido a visitarme mientras estaba fuera. Y una voz dijo: "Vine a visitarte en cada persona que ayudaste. Sé que disfrutaste con mi presencia. Estoy muy contento del buen trato que me diste". La palabra de Dios no sólo nos dice quién es el Señor sino quiénes somos nosotros y cuál es nuestra relación con él y con los hermanos. “Permaneced en mi amor”, nos dijo el Señor…