19° Domingo del Tiempo Ordinario, 7 de Agosto 2016, Ciclo C


San Lucas  12, 32 - 48

“  Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón    

  1. La Confianza: es la firmeza en la esperanza, que anticipa los bienes futuros, y el convencimiento de lo que aún está por ver y por venir. La fe, como respuesta a la palabra de Dios que tiene el carácter de promesa, es inseparable de la esperanza. De ahí que la fe sea siempre un éxodo, una salida, el comienzo de un camino hacia el futuro de Dios que trae la salvación.
  2. La Vigilancia: “Estar preparados…” supone una vigilancia activa y creadora haciéndonos cargo de los acontecimientos de la vida, y poniéndonos a trabajar con tesón y ahínco para colaborar en hacer un mundo más justo y honrado, más disponible, más habitable y más humano… donde reine la justicia, el amor y la paz. Necesitamos redescubrirla constantemente, conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
  3. La Felicidad:  hay tres actitudes diferentes de entender y buscar la felicidad.-Los pesimistas entienden la felicidad como tranquilidad. Es lo único que buscan. Huir de los problemas, los conflictos y compromisos. La felicidad se encuentra, según ellos, huyendo hacia la tranquilidad.
    -Los vividores entienden la felicidad como placer. Lo importante de la vida es saborearla. La meta de la existencia no puede ser otra que el disfrutar de todo placer. Ahí se encuentra la verdadera felicidad.
    -Los ardientes, por su parte, entienden la felicidad como crecimiento. En realidad, más que buscar la felicidad como algo que hay que conquistar, la experimentan cuando la persona vive creciendo y desplegando con acierto su propio ser.
  4. La Riqueza: pueden llevar, a quien le entrega su corazón, a perder la vida eterna: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» Sólo Dios puede dar al hombre la vida eterna. Sólo quien cree en Él y en su enviado, Jesucristo, tiene la garantía de que heredará la vida eterna. Sólo quien sabe vivir desapegado de lo temporal y sabe usar rectamente de sus bienes, abriéndose a su comunicación generosa, puede “atesorar en el Cielo”.
REFLEXIÓN 

   Al leer el Evangelio de hoy descubriremos la exhortación que el Señor Jesús nos hace para que aprendamos a desprendernos de los bienes materiales y podamos compartirlos con los hermanos más necesitados; esto se encuentra muy relacionado con el tema del domingo anterior. También es una invitación a la vigilancia evangélica, es decir, la manera cómo prepararnos para heredar la vida eterna: " Vendan sus bienes y den limosna…acumulen bienes en el cielo…donde está su tesoro, ahí estará también su corazón." 
   Si bien es cierto, Jesús nos dice que donde está nuestro tesoro ahí estará nuestro corazón, también es verdad que donde está nuestra fe allí estará nuestra última esperanza. El que solo cree en lo que tiene se cierra el camino de la esperanza y, por lo tanto, el camino que lo lleva a Dios, y se cierra también a quienes son objeto del amor de Dios: los hermanos – alejándose del verdadero compartir cristiano. 
   Necesitamos poseer algunos bienes para vivir, es cierto, pero estos no son la fuente de la vida ni está en ellos la clave o el secreto para ser persona. Sólo el que ama y vive solidariamente y en apertura a los demás, dándose a Dios y al prójimo, tiene vida auténtica y, en definitiva, es feliz, porque entiende la vida con sabiduría. Todo pierde sentido cuando el hombre se cierra a Dios y al hermano. 

PARA LA VIDA

   Cuentan que un joven, cuando el telégrafo era el único medio de comunicación para largas distancias, se enteró por la prensa que se ofrecía un trabajo como operador del sistema Morse. Se dirigió a la dirección indicada y la recepcionista le entregó un formulario para rellenar y le dijo que esperara hasta que le llamaran para ser entrevistado. 
   El joven rellenó el formulario y se sentó junto a los otros siete solicitantes que esperaban en la antesala. Después de unos minutos el joven se levantó y entró en la oficina. Los otros siete se quedaron sorprendidos y se preguntaban por qué había entrado sin ser llamado y pensaron que sería reprendido y descalificado. Pocos minutos después el joven salió acompañado por el entrevistador que dijo a los otros siete solicitantes: “Gracias por venir pero el trabajo ya ha sido concedido a este joven”. 
   No es justo, éste llegó de último y nosotros ni siquiera hemos sido entrevistados, no lo entendemos, dijeron los siete. Durante el tiempo que han estado sentados el telégrafo ha estado tecleando en Morse el siguiente mensaje: “Si usted entiende este mensaje, entre inmediatamente. El trabajo es suyo”. Ninguno de ustedes lo oyó ni lo entendió. 
   Este joven lo escuchó y lo entendió y el trabajo es suyo”. Todos estaban en la sala de espera. Todos esperaban con impaciencia, pero lo importante no es la espera sino lo que hacemos durante la espera (Saber escuchar). El premio es para los que esperan a Dios, lo buscan y saben discernir su presencia en los acontecimientos de cada día.

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