San Mateo 14, 13-21
1.- El Pan: en el mundo de hoy no es la necesidad de multiplicar el pan, sino de repartirlo mejor. Dicen los que saben de esto que en el mundo se produce hoy suficiente pan para alimentar a todos los que lo necesitan; el problema no es que no haya pan, sino que el pan que hay está mal repartido. Basta pensar en un dato repetido hoy cientos de veces: más de la mitad del primer mundo tiene como principal problema el exceso de peso y la sobrealimentación, mientras que la mayor parte del tercero y cuarto mundo tienen como principal problema encontrar un trozo de pan para llevarse a la boca.
2.-El Compartir: Jesús no enseñó a sus discípulos a multiplicar a golpe de milagro el pan y las demás cosas buenas que necesitamos para vivir, lo que sí les enseñó fue a partir y a compartir lo que se tiene y a dar gracias por ello. Nosotros no podemos hacer milagros, pero sí podemos atender al que pasa necesidad material o espiritual, dedicarle nuestro tiempo y ofrecerle aquello que esté a nuestro alcance; y es que el pan no es sólo el elemento material que alimenta el cuerpo, sino todo aquello que alimenta el espíritu. En posesión de ello, cada uno debe sentir la urgencia de abrirse y ofrecerlo a quienes pasan necesidad. Es la respuesta al Dadles vosotros de comer.
3.-La Eucaristía: el Pan Eucarístico, que Cristo nos regala cada domingo. En la celebración de la Eucaristía Cristo se nos da inicialmente como Palabra: Él es el Maestro, que continuamente nos enseña los caminos de Dios; después, en la comunión, se nos da a sí mismo como comida y alimento de vida eterna. Es la más densa expresión del partir y compartir, que tiene su culminación en la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
REFLEXIÓN
La palabra de este domingo nos presenta el amor de Dios, con tres lecturas que lo definen como un amor gratuito y universal (Is 55,1-3), potente e inquebrantable (Rom 8,35-39) misericordioso y eficiente, que se revela especialmente en el reparto eucarístico del pan (Mt 14,13-21), realizado por Jesús con sus discípulos en un momento de gran necesidad de quienes los seguían. Este gran milagro del pan repartido nace del amor entrañable de Cristo, que no se queda meramente en un buen sentimiento, ni en un bello discurso, sino que implicando a los discípulos, despliega ese amor en una serie de obras de misericordia que van desde la curación de los enfermos hasta la satisfacción del hambre de la gente.
En la primera lectura el Profeta Isaías subraya la «gratuidad». Tal vez no nos damos cuenta de que es Dios Quien nos los provee. Y algunos nos lo dan de manera totalmente gratuita. Para los bienes materiales, Él nos da la posibilidad de encontrarlos poniendo nosotros nuestro aporte, que es el trabajo cotidiano. Para los espirituales nuestro aporte consiste en nuestra respuesta a la Gracia Divina, es decir, nuestro “sí” a la Voluntad de Dios.En la Segunda lectura San Pablo nos dice que El amor de Cristo es la única seguridad estable y definitiva aunque todo se hunda. Al que ha construido su vida sobre la roca del amor de Cristo ninguna tempestad puede tambalearle (Cfr. Mt 7,25). «En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado». A veces quisiéramos que el Señor eliminase las dificultades. Sin embargo, no suele actuar así. Más bien nos da la fuerza para vencerlas y superarlas apoyados en su amor.
PARA LA VIDA
Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo una par de pisadas en la arena. Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida.
Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis hombros”.
No olvidemos que la fe es «caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.