Lucas 6, 17 . 20 - 26
"Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- La Confianza: el hombre no puede crecer sólo en el terreno de la
temporalidad. No puede poner su apoyo en la carne, es decir, en sí
mismo, en la materia. El hombre no puede construir sólo sobre sí y
"confiar" solamente en el hombre. Debe crecer en un terreno diverso
del de lo transitorio y de lo caduco de este mundo temporal. Es el
terreno de la nueva vida, de la eternidad y de la inmortalidad el
que Dios ha puesto en el hombre, al crearlo a su propia imagen y
semejanza.
2.- La Fe: Significa precisamente confiar en el Señor, tener confianza en
El solo, una confianza tal que no podamos ponerla en el hombre,
porque la experiencia nos enseña que el hombre está sometido a la
muerte. Entonces somos como ese árbol que, plantado junto a la
acequia y fertilizado por ella, da fruto: fruto bueno, fruto de vida
eterna.
3.- La Felicidad: Se requiere un modo de vivir y de obrar totalmente
nuevo. Pero esto sólo es posible con la fuerza del Espíritu
Santo. Pues los cristianos esperamos la vida del Cielo. Esta Vida
Eterna tiene un solo camino, que es el mismo camino que siguió
Jesús: la cruz. La cruz, el sufrimiento, la entrega de la propia
vida se convierten así en el camino que lleva a la Gloria. Es, en
definitiva, seguir las huellas de Cristo, que no buscó el éxito aquí
en la tierra, que no procuró tener de todo e incluso un poco más,
sino que se reservó todo esto para el Cielo.
4.-La Resurreccion: hoy no toca hablar de la resurrección, pero sí, la fe en la
resurrección es una fe fundamental para poder vivir como auténticos
cristianos, sobre todo en determinados momentos de nuestra vida,
cuando esta vida nos resulte demasiado difícil y costosa. La fe en
la resurrección debe animarnos siempre, pero sobre todo en los
momentos más duros de nuestra vida.
5.- Nosotros: entre otras cosas, la confianza en Dios, implica –además de
abandonarnos en El– plantearnos pequeñas metas que denoten que somos
de los suyos, que Dios no es una simple quimera o un sueño fugaz.
Que es Alguien que lo sentimos cercano a nuestra vida y a nuestra
realidad. Alguien, con cierta razón, llegó a decir: “la confianza en
Dios es la mayor prueba que le podemos dar de que somos sus hijos”.
Y hoy, por si no nos queda suficientemente claro, Jesús nos señala
unos caminos para llevarnos hasta Dios: es el mensaje denso pero
nítido de las bienaventuranzas.
REFLEXIÓN
El mensaje cristiano es un mensaje lleno de esperanza.
El Evangelio nos invita constantemente a mirar más allá de esta vida,
pues creemos en un Dios que nos espera tras la muerte, en la Vida
Eterna. Para ello, Dios nos invita a confiar en Él. Poniendo en Él
nuestro corazón y viviendo como nos enseña en el Evangelio llegaremos
a esta vida dichosa del Reino de los Cielos. Esta esperanza cristiana
resuena a lo largo de la liturgia de la palabra de este domingo.
En la
primera lectura Jeremías nos recuerda, Maldito quien confía en el hombre, y bendito aquel que confía en
el Señor. Dos senderos se abren ante nuestra libertad: un camino de
salvación divina, para cuantos confían en la Palabra y en el amor de
Dios; y un camino de maldición, para cuantos ponen su confianza
idolátrica en los bienes de la tierra.
La segunda lectura a los Corintios, San Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Las bienaventuranzas de Cristo tienen su garantía plena en su
Resurrección redentora. Por el contrario, las bienaventuranzas
humanas quedan todas ahogadas en el sepulcro. La resurrección de
Cristo es el tema fundamental de la predicación de San Pablo y de
toda la Iglesia. En nuestro tiempo, en que todo se centra sobre el
progreso técnico y el bienestar material del hombre, es preciso
acentuar lo que está en el origen de nuestra fe: la Resurrección
de Cristo y nuestra propia resurrección futura.
San Lucas en el Evangelio manifiesta, Dichosos los pobres; y ay de vosotros, los ricos. Cristo es personalmente la clave necesaria para interpretar sus
bienaventuranzas. Son ellas un autorretrato fidelísimo de su Corazón
ante el Padre y ante los hombres. «Aunque la abundancia de
riquezas implica no pocas solicitaciones al mal, también en ellas
hay más de una invitación a la virtud. Sin duda alguna, la virtud no
tiene necesidad de ayudas, y la contribución de los pobres es más
digna de elogios que la liberalidad de los ricos; sin embargo, a los
que Él condena por la autoridad de la sentencia celestial, no son
aquéllos que tienen riquezas, sino aquéllos que no saben
usarlas»
PARA LA VIDA
Después de haber llevado una vida sencilla y
tranquila, una mujer murió. Se encontró dentro de una larga y
ordenada procesión de personas que avanzaban lentamente hacia el
Juez Supremo. A medida que se iban acercando a la meta, escuchaba
cada vez con mayor claridad las palabras del Señor. Oyó así que el
Señor decía a uno: Tú me socorriste cuando estaba accidentado
en la autopista y me llevaste al hospital, entra en mi
Paraíso.
Luego a otro: Tú hiciste un préstamo sin exigirle los
intereses a una mujer viuda, ven a recibir el premio eterno. Y luego
a un médico: Tú hiciste gratuitamente operaciones quirúrgicas muy
difíciles a gente pobre que no las podía pagar, ayudándome a
devolver la esperanza a muchos, entra en mi Reino. Y así
sucesivamente.
La pobre mujer se iba asustando cada vez más, puesto
que, por mucho que se esforzaba, no recordaba haber hecho en su vida
nada extraordinario. Intentó apartarse de la fila para tener tiempo
de reflexionar, pero no se lo permitieron: un ángel, sonriente pero
decidido, no le dejó abandonar la larga fila.
Con el corazón latiéndole como un tambor y llena de
miedo, llegó junto al Señor. Enseguida se sintió inundada por una
sonrisa…y escuchó de los labios del Juez Supremo: Tú has
planchado, durante largos años y con mucho amor, todas mis
camisas…Entra conmigo a la felicidad.
No debemos olvidar, como dice el cuento, que para Dios lo
importante no está en las grandiosas cosas que hacemos sino en poner
amor en todas las pequeñas cosas que cada día realizamos.
1.- La Confianza: el hombre no puede crecer sólo en el terreno de la temporalidad. No puede poner su apoyo en la carne, es decir, en sí mismo, en la materia. El hombre no puede construir sólo sobre sí y "confiar" solamente en el hombre. Debe crecer en un terreno diverso del de lo transitorio y de lo caduco de este mundo temporal. Es el terreno de la nueva vida, de la eternidad y de la inmortalidad el que Dios ha puesto en el hombre, al crearlo a su propia imagen y semejanza.
2.- La Fe: Significa precisamente confiar en el Señor, tener confianza en El solo, una confianza tal que no podamos ponerla en el hombre, porque la experiencia nos enseña que el hombre está sometido a la muerte. Entonces somos como ese árbol que, plantado junto a la acequia y fertilizado por ella, da fruto: fruto bueno, fruto de vida eterna.
3.- La Felicidad: Se requiere un modo de vivir y de obrar totalmente nuevo. Pero esto sólo es posible con la fuerza del Espíritu Santo. Pues los cristianos esperamos la vida del Cielo. Esta Vida Eterna tiene un solo camino, que es el mismo camino que siguió Jesús: la cruz. La cruz, el sufrimiento, la entrega de la propia vida se convierten así en el camino que lleva a la Gloria. Es, en definitiva, seguir las huellas de Cristo, que no buscó el éxito aquí en la tierra, que no procuró tener de todo e incluso un poco más, sino que se reservó todo esto para el Cielo.
4.-La Resurreccion: hoy no toca hablar de la resurrección, pero sí, la fe en la resurrección es una fe fundamental para poder vivir como auténticos cristianos, sobre todo en determinados momentos de nuestra vida, cuando esta vida nos resulte demasiado difícil y costosa. La fe en la resurrección debe animarnos siempre, pero sobre todo en los momentos más duros de nuestra vida.
5.- Nosotros: entre otras cosas, la confianza en Dios, implica –además de abandonarnos en El– plantearnos pequeñas metas que denoten que somos de los suyos, que Dios no es una simple quimera o un sueño fugaz. Que es Alguien que lo sentimos cercano a nuestra vida y a nuestra realidad. Alguien, con cierta razón, llegó a decir: “la confianza en Dios es la mayor prueba que le podemos dar de que somos sus hijos”. Y hoy, por si no nos queda suficientemente claro, Jesús nos señala unos caminos para llevarnos hasta Dios: es el mensaje denso pero nítido de las bienaventuranzas.
REFLEXIÓN
El mensaje cristiano es un mensaje lleno de esperanza. El Evangelio nos invita constantemente a mirar más allá de esta vida, pues creemos en un Dios que nos espera tras la muerte, en la Vida Eterna. Para ello, Dios nos invita a confiar en Él. Poniendo en Él nuestro corazón y viviendo como nos enseña en el Evangelio llegaremos a esta vida dichosa del Reino de los Cielos. Esta esperanza cristiana resuena a lo largo de la liturgia de la palabra de este domingo.
En la primera lectura Jeremías nos recuerda, Maldito quien confía en el hombre, y bendito aquel que confía en el Señor. Dos senderos se abren ante nuestra libertad: un camino de salvación divina, para cuantos confían en la Palabra y en el amor de Dios; y un camino de maldición, para cuantos ponen su confianza idolátrica en los bienes de la tierra.
La segunda lectura a los Corintios, San Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Las bienaventuranzas de Cristo tienen su garantía plena en su Resurrección redentora. Por el contrario, las bienaventuranzas humanas quedan todas ahogadas en el sepulcro. La resurrección de Cristo es el tema fundamental de la predicación de San Pablo y de toda la Iglesia. En nuestro tiempo, en que todo se centra sobre el progreso técnico y el bienestar material del hombre, es preciso acentuar lo que está en el origen de nuestra fe: la Resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección futura.
San Lucas en el Evangelio manifiesta, Dichosos los pobres; y ay de vosotros, los ricos. Cristo es personalmente la clave necesaria para interpretar sus bienaventuranzas. Son ellas un autorretrato fidelísimo de su Corazón ante el Padre y ante los hombres. «Aunque la abundancia de riquezas implica no pocas solicitaciones al mal, también en ellas hay más de una invitación a la virtud. Sin duda alguna, la virtud no tiene necesidad de ayudas, y la contribución de los pobres es más digna de elogios que la liberalidad de los ricos; sin embargo, a los que Él condena por la autoridad de la sentencia celestial, no son aquéllos que tienen riquezas, sino aquéllos que no saben usarlas»
PARA LA VIDA
Después de haber llevado una vida sencilla y tranquila, una mujer murió. Se encontró dentro de una larga y ordenada procesión de personas que avanzaban lentamente hacia el Juez Supremo. A medida que se iban acercando a la meta, escuchaba cada vez con mayor claridad las palabras del Señor. Oyó así que el Señor decía a uno: Tú me socorriste cuando estaba accidentado en la autopista y me llevaste al hospital, entra en mi Paraíso.
Luego a otro: Tú hiciste un préstamo sin exigirle los intereses a una mujer viuda, ven a recibir el premio eterno. Y luego a un médico: Tú hiciste gratuitamente operaciones quirúrgicas muy difíciles a gente pobre que no las podía pagar, ayudándome a devolver la esperanza a muchos, entra en mi Reino. Y así sucesivamente.
La pobre mujer se iba asustando cada vez más, puesto que, por mucho que se esforzaba, no recordaba haber hecho en su vida nada extraordinario. Intentó apartarse de la fila para tener tiempo de reflexionar, pero no se lo permitieron: un ángel, sonriente pero decidido, no le dejó abandonar la larga fila.
Con el corazón latiéndole como un tambor y llena de miedo, llegó junto al Señor. Enseguida se sintió inundada por una sonrisa…y escuchó de los labios del Juez Supremo: Tú has planchado, durante largos años y con mucho amor, todas mis camisas…Entra conmigo a la felicidad.
No debemos olvidar, como dice el cuento, que para Dios lo importante no está en las grandiosas cosas que hacemos sino en poner amor en todas las pequeñas cosas que cada día realizamos.