San Mateo 11, 2-11
Descargar Homilía del Padre Rector ( La Alegría )
1. La Persecución: como Juan Bautista, hoy también hay hombres y mujeres que son perseguidos y encarcelados por defender y pregonar la verdad. Hoy también hay sonrisas y palabras de burla ante los voceros de Dios, insultos descarados o encubiertos al paso de un sacerdote, que no tiene reparo en aparecer como lo que es, un signo incluso llamativo, que proclama con sólo su presencia un mensaje divino de perdón y de misericordia, que ofrece abiertamente el camino de la salvación eterna.
2. La Esperanza: el Señor está cerca, pero lo que de Él nos separa no es la distancia del tiempo, ni la magnitud de su grandeza, sino la pobreza de nuestra fe, los afanes del mundo y de la riqueza, la indiferencias. Está cerca en el pobre y en el que sufre. Está cerca en la naturaleza, huella y obra del Creador y está, sobre todo, en nuestro interior profundo.
3. La Alegría: se puede vivir con gozo, con alegría y con esperanza, ya que Dios mismo va a venir en nuestra ayuda. “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa. Robusteced las manos débiles, robusteced vuestra fe y caridad… Mirad a vuestro Dios… viene en persona. Él nos sanará y nos salvará”. Dios trae noticias para buenas, de alegría, paz y amor.
REFLEXIÓN
Nuestra felicitación en este domingo de la alegría nace de sentirnos dichosos por acoger el Reino de Dios en nuestras vidas. Por abrirnos a la novedad de Dios entre nosotros, por optar por los más pobres, por los que no cuentan (por los últimos), por prepararnos a la Navidad de verdad, y no a la que sale por la tele; por dejar que sea Dios el Señor de nuestras vidas, el que marque los ritmos, el que lleve el timón. Que la Eucaristía que celebramos cada domingo nos ayude a vivir con la alegría de Dios cada instante de nuestra vida.
PARA REFLEXIONAR EN LA VIDA
Juan, un joven universitario, entró descalzo, con blujeans rotos y una camiseta sucia y llena de agujeros y despeinado, un domingo en una distinguida iglesia. La iglesia estaba llena y como no encontraba asiento caminó hasta el púlpito y se sentó al frente en la alfombra. La gente contemplaba al joven con asombro e incomodidad.
Se sentía una gran tensión en el ambiente. Un diácono, ya mayor, elegantemente vestido, encargado del orden y del protocolo, se dirigió lentamente hacia Juan.
Todos los fieles pensaban lo mismo, lo va a echar o lo va mandar sentarse atrás. Se hizo un gran silencio y el sacerdote interrumpió el sermón y también calló.
El anciano diácono dejó caer su bastón al suelo, con mucho trabajo se agachó y se sentó junto a Juan para que no se sintiera solo durante la celebración. No hizo lo que la asamblea esperaba ni lo que su cargo exigía. El sacerdote continuó su sermón con estas palabras: “Lo que voy a predicar no lo recordarán. Lo que acaban de ver nunca lo olvidarán”.
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