San Lucas 10
, 25 - 37 - El Prójimo: es aquel que me reta a pasar de la fe que confieso a la práctica de la misma con los más necesitados. Es aquel que necesita de nuestro compromiso y de nuestra palabra, de nuestro consejo y de nuestra presencia. Son las personas que salen a nuestro paso en mil circunstancias y con mil nombres y apellidos, pero todos en nombre de Jesús.
- Lo Importante: Amar con un amor en obras, con un amor que no se busca a sí mismo, con un amor desinteresado y generoso, con un amor que sabe ver al mismo Jesucristo en el menesteroso, que no pasa de largo nunca ante la necesidad de los demás, sino que por el contrario, se para y averigua en qué puede ser útil al prójimo, al que está cerca de él, al alcance de sus servicios. No es posible amar a Dios, a quien no vemos, si no se ama al que vemos a la vera del pecado, del sufrimiento y del dolor.
- La Misericordia: es el rasgo distintivo e indiscutible de un discípulo de Jesús. El necesitado es el lugar donde tengo que estar amando a Jesús, el lugar donde mi apertura de corazón es el primer paso de aquel amor que saborea la vida eterna de manera anticipada. Dejemos que repique constantemente en nuestra mente y en nuestro corazón el imperativo de Jesús: “¡Haz tú lo mismo!”.
REFLEXIÓN
Ciertamente es una gozosa realidad y gloria para Dios y para la propia Iglesia. No obstante, hoy Jesús nos interpela a cada uno, en lo más íntimo de la conciencia, y nos dice: “anda y haz tú lo mismo”, siendo buen samaritano en la vida de cada día, con las personas cercanas que te rodean, que necesitan de tu mano, de tu hombro, de tu sonrisa, de tu tiempo, de tu consuelo, de tu escucha paciente, de tu compañía, de tu oración, de tu consejo, de tu ayuda.
Seamos misericordiosos como El Padre Celestial, y Él tendrá misericordia de nosotros.
PARA LA VIDA PRÁCTICA
Un monje llamado Demetrio recibió un día la orden de subir a la cima de una montaña, antes de ponerse el sol, para encontrarse con Dios. Ni corto ni perezoso, se puso en marcha y, a mitad del camino, vio a un herido que pedía socorro.
Demetrio, sin pararse, le explicó que no podía entretenerse porque tenía que encontrarse con Dios en la cima, antes del atardecer; no obstante, le prometió volver para ayudarle en cuanto hubiese atendido a Dios. Demetrio continuó sin parar su precipitada ascensión hasta llegar a la cima. Pero Dios no estaba allí.
El sol ya se estaba poniendo y Demetrio, nervioso y desconcertado, no veía signo alguno de Dios. Y cayó la noche sin que Dios se presentara. Al parecer, Dios se había ido a ayudar al herido con quien Demetrio se había cruzado en el camino. También hay quien asegura que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda.