San Juan 4, 5 - 42
- El Amor a los Enemigos: Amar al enemigo es no vengarnos de él, no hacerle daño, no desearle el mal. No devolver mal con mal, sino bien por mal. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió orando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Es el triunfo del amor sobre el odio.
- La Perfección: Lo dirá expresamente Jesús: "Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto". San Lucas lo expresa así: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso". Es una aclaración muy provechosa, ya que es en la misericordia donde está el aspecto divino que podemos imitar. A Dios se le conoce por la bondad, el amor y el perdón. Hay que extirpar como mala hierba cualquier tendencia que nos incline al rencor o al odio. Hay otra forma que no sea el odio. EL AMOR.
- La Cordialidad: ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad. La cordialidad ayuda a liberarse de sentimientos de egoísmo y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben acoger y comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.
REFLEXIÓN
La exhortación de Jesús se basó en la “ley del talión”, precepto nacido de la voluntad civil de evitar las venganzas desordenadas, especialmente si eran exageradas, usando un criterio de proporcionalidad entre el mal hecho y el “devuelto” y, sobre todo, reservando el ejercicio en el ámbito judicial. El intento evidente de Jesús no es la condena de la antigua “ley del talión” con todos sus rigores.
Lo que él pretende es una nueva manera de vida, que sea conforme con la infinita bondad y misericordia del Padre celestial como comportamiento global de la vida, posible gracias al anuncio del reino. Los discípulos de Jesús deben portarse según un criterio que supera, en fuerza de un amor desbordante, la inclinación natural de exigir el respeto absoluto de los propios derechos. A quien es de Cristo se le pide vivir según la generosidad, el don de sí, el olvido de los propios intereses, no dejándose llevar por la tacañería, sino mostrándose benévolo, perdonando, dando prueba de grandeza de ánimo.
PARA LA VIDA
Es la historia de dos agricultores que vivían cerca el uno del otro. Un día el perro de uno de ellos se soltó y a dentelladas mató al niño de dos años de su vecino. El padre del niño angustiado cortó la comunicación y la relación con su vecino y los dos hombres vivieron en amenazante enemistad durante años. Y un buen día el fuego arrasó la propiedad del agricultor dueño del perro y destruyó su granja y sus herramientas.
No podía ni labrar sus tierras ni sembrarlas y su futuro era negrísimo. Pero a la mañana siguiente se despertó y encontró sus tierras labradas y listas para la siembra. Preguntó y supo que el que había hecho esta buena acción no era otro que su enemigo, su angustiado vecino. Con mucha humildad salió en su busca y le preguntó por qué lo había hecho. Su respuesta fue la siguiente: “Labré tus tierras para que Dios siga vivo”.
No hay comentarios:
Los comentarios nuevos no están permitidos.