San Juan 9, 1.6-9.13-17.34-38
“ Yo Soy La Luz del Mundo”
1.-LA CEGUERA: ¿Quién de nosotros no está ciego cuando andamos perdidos
en las tinieblas del pecado, cuando nos cerramos a los demás, cuando nos
fijamos en las apariencias sin darnos cuenta?. Como afirma el Principito: “sólo
se ve bien con los ojos del corazón”. Como el
ciego, tengo que dejarme mirar, ser tocado, mandado, enviado, lavado e
iluminado por Jesús. Con y desde Él, sí podré ver con otra visión la vida, para
transformarla en tiempo e historia de salvación. Sin Dios, sólo vemos las
apariencias.
2.-LA FE:
también es un “saber ver” y poder
“reconocer” a Dios acompañando nuestras vidas, como al ciego, y también
nuestras “cegueras espirituales”, que va curando poco a poco, en la medida en
que dejamos de endurecer nuestro corazón y nos hacemos más dóciles a su
Espíritu Santo. Sin Dios, vemos borrosos a los demás.
3.-LA LUZ: es el gran
símbolo de la catequesis bautismal que hoy la Iglesia propone: éramos ciegos y
el bautismo nos abrió los ojos; estábamos sin la luz de la fe y fuimos
iluminados. Cada cristiano es como una luz que irradia luz y calor. Cada hogar
cristiano debe ser un foco de esperanza que anime, que invite, que convoque a
la experiencia de Dios. Con la luz de Dios, nuestro interior alumbra.
4. LA PALABRA: Escuchar la palabra es empezar a confiar, empezar a creer. Quien no
escucha la palabra, quien se cierra en sí mismo nunca podrá llegar a ser
salvado. En cambio, el que escucha y acepta la palabra, confía, espera, desea,
suplica, no tardará en ser salvado.
REFLEXIÓN
El Evangelio nos trae el relato de la
curación del ciego, en donde se contrapone la historia de un hombre ciego que
llega a la luz física y espiritual de la fe, mientras que los que se creían
videntes y dueños de la luz, se hundieron en las tinieblas más profundas. En
los fariseos se nota un proceso de enceguecimiento, pues se niegan a aceptarlo
a Jesús como enviado, ante la evidencia del milagro, porque esto los
desacreditaría ante el pueblo y les haría perder sus privilegios. Por su parte,
el ciego se convierte en un vidente para siempre, pues desde la sinceridad de
su corazón acepta la luz de la verdad. Este es el efecto de la venida de Jesús:
quienes lo aceptan ven la luz y se salvan. Quienes rechazan la verdad y se
obstinan en la mentira y en el orgullo, se enceguecen y mueren. El proceso del
ciego de nacimiento es una progresiva iluminación que fue recibiendo en lo
relativo a la fe: pasó de ser un hombre común a ser un creyente, y en este
sentido el signo que hizo Jesús con él de abrirle los ojos, no es más que la
exteriorización de un proceso mucho más hondo que se dio en el interior de
hombre.
PARA LA VIDA
La cueva oyó un día una voz que le decía: “Sal a la luz. Ven y contempla
el brillo del sol.”. La cueva respondió: “No sé lo que dices, yo soy todo
oscuridad”. Después de muchas invitaciones, la cueva se aventuró, salió y se
sorprendió al ver tanta luz por todas partes. La cueva miró al sol y le dijo:
“Ven conmigo y contempla mi oscuridad”. El sol aceptó y entró en la cueva.
Ahora, le dijo el sol, enséñame tu oscuridad, pero ya no había oscuridad, todo
era luz. Hoy a nadie le gusta ser espiado y a nadie le gusta que le prohíban
hacer lo que le gusta y Jesús ni fue ni es un detective ni un profesor de
moral. Nuestra ceguera consiste en que estamos tan obsesionados con nuestra
innata maldad que no podemos ver ni celebrar las acciones maravillosas de Dios.