4° Domingo de Cuaresma, 30 de Marzo 2014, Ciclo A

San Juan 9, 1.6-9.13-17.34-38
 
 
 Yo Soy La Luz del Mundo
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1.-LA CEGUERA: ¿Quién de nosotros no está ciego cuando andamos perdidos en las tinieblas del pecado, cuando nos cerramos a los demás, cuando nos fijamos en las apariencias sin darnos cuenta?. Como afirma el Principito: “sólo se ve bien con los ojos del corazón”. Como el ciego, tengo que dejarme mirar, ser tocado, mandado, enviado, lavado e iluminado por Jesús. Con y desde Él, sí podré ver con otra visión la vida, para transformarla en tiempo e historia de salvación. Sin Dios, sólo vemos las apariencias.
2.-LA FE: también es un “saber ver” y poder “reconocer” a Dios acompañando nuestras vidas, como al ciego, y también nuestras “cegueras espirituales”, que va curando poco a poco, en la medida en que dejamos de endurecer nuestro corazón y nos hacemos más dóciles a su Espíritu Santo. Sin Dios, vemos borrosos a los demás.
3.-LA LUZ: es el gran símbolo de la catequesis bautismal que hoy la Iglesia propone: éramos ciegos y el bautismo nos abrió los ojos; estábamos sin la luz de la fe y fuimos iluminados. Cada cristiano es como una luz que irradia luz y calor. Cada hogar cristiano debe ser un foco de esperanza que anime, que invite, que convoque a la experiencia de Dios. Con la luz de Dios, nuestro interior alumbra.
4. LA PALABRA: Escuchar la palabra es empezar a confiar, empezar a creer. Quien no escucha la palabra, quien se cierra en sí mismo nunca podrá llegar a ser salvado. En cambio, el que escucha y acepta la palabra, confía, espera, desea, suplica, no tardará en ser salvado.
REFLEXIÓN
El Evangelio nos trae el relato de la curación del ciego, en donde se contrapone la historia de un hombre ciego que llega a la luz física y espiritual de la fe, mientras que los que se creían videntes y dueños de la luz, se hundieron en las tinieblas más profundas. En los fariseos se nota un proceso de enceguecimiento, pues se niegan a aceptarlo a Jesús como enviado, ante la evidencia del milagro, porque esto los desacreditaría ante el pueblo y les haría perder sus privilegios. Por su parte, el ciego se convierte en un vidente para siempre, pues desde la sinceridad de su corazón acepta la luz de la verdad. Este es el efecto de la venida de Jesús: quienes lo aceptan ven la luz y se salvan. Quienes rechazan la verdad y se obstinan en la mentira y en el orgullo, se enceguecen y mueren. El proceso del ciego de nacimiento es una progresiva iluminación que fue recibiendo en lo relativo a la fe: pasó de ser un hombre común a ser un creyente, y en este sentido el signo que hizo Jesús con él de abrirle los ojos, no es más que la exteriorización de un proceso mucho más hondo que se dio en el interior de hombre.
PARA LA VIDA
La cueva oyó un día una voz que le decía: “Sal a la luz. Ven y contempla el brillo del sol.”. La cueva respondió: “No sé lo que dices, yo soy todo oscuridad”. Después de muchas invitaciones, la cueva se aventuró, salió y se sorprendió al ver tanta luz por todas partes. La cueva miró al sol y le dijo: “Ven conmigo y contempla mi oscuridad”. El sol aceptó y entró en la cueva. Ahora, le dijo el sol, enséñame tu oscuridad, pero ya no había oscuridad, todo era luz. Hoy a nadie le gusta ser espiado y a nadie le gusta que le prohíban hacer lo que le gusta y Jesús ni fue ni es un detective ni un profesor de moral. Nuestra ceguera consiste en que estamos tan obsesionados con nuestra innata maldad que no podemos ver ni celebrar las acciones maravillosas de Dios.