San Lucas 2, 22 – 40
“La Sagrada Familia Jesús, María y José”
Homilía Noche Buena Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
San Lucas 2, 16 - 21
"Santa María Madre de Dios"
- Jesús: iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba. Al siervo de Dios le corresponde la gran misión de ser el portador de la luz de Dios para el mundo. Pero esta misión se cumple precisamente en la oscuridad de la cruz.
- María: podemos aprender la verdadera compasión, libre de sentimentalismo alguno, acogiendo el dolor ajeno como sufrimiento propio. La Madre con la espada en el corazón, es el prototipo de este sentimiento de fondo de la fe cristiana.
- José: el varón justo. Nuestro Señor Jesús fue llamado "Hijo de José", "el carpintero". José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María! Al encontrar al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús: "¿Hijo, porque has obrado así con nosotros?” Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos". María nombra a San José dándole el título de padre, prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José un reflejo y una representación auténtica de su Padre Celestial.
- La Familia: un hogar armonioso donde Jesús pudo prepararse para su misión en el mundo: escuchó de los labios de María los relatos que lo introdujeron en el conocimiento de la Escritura, y aprendió del testimonio de José las actitudes humanas que más tarde puso en práctica. Seguramente que la Sagrada Familia fue una maravillosa escuela de diálogo, de comprensión y de oración. Un modelo donde todos los cristianos podemos encontrar el ejemplo de que es posible vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
Homilía Navidad Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Hoy la Iglesia festeja con alegría la Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Hace unos días celebramos la fiesta de Navidad, y hoy la palabra de Dios enfoca nuestra atención en aquella humilde familia, de la que Jesús tuvo necesidad para ver la luz del sol y para crecer como persona. Dios al realizar sus grandes obras, no recurre a medios espectaculares, se vale de medios típica mente humanos.
La salvación de los hombres sólo se hace con la colaboración de la misma comunidad humana. Hoy sucede lo mismo: cada uno de nosotros nace y se educa en una familia. Y en una familia también crecemos y adquirimos personalidad y capacidad para ser miembros útiles de la comunidad.
Si tratamos de imaginarnos a la Sagrada Familia de Belén, nos imaginaremos una familia normal. No en una familia común y corriente, porque no era común, dado que sus miembros eran nada menos que María, la Virgen; José, el varón justo; y Jesús, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Ni mucho menos, corriente, porque, ni en su pueblo ni en toda la historia, se conoce una familia semejante.
Pero sí, una familia normal. Con la normalidad propia de la santidad, que consiste en hacer con perfección y por amor a Dios, lo que hacen todos. Un padre carpintero, que inició al hijo en las artes de su oficio para servir a la comunidad a través de su tarea. Una madre generosa, capaz de guardar en el corazón los tesoros silenciosos de su experiencia de vida. Un hijo que crecía en amor y sabiduría delante de los ojos de Dios y de todos los hombres, escuchando a sus padres y siguiendo las tradiciones de su pueblo.
Un hogar armonioso donde Jesús pudo prepararse para su misión en el mundo: escuchó de los labios de María los relatos que lo introdujeron en el conocimiento de la Escritura, y aprendió del testimonio de José las actitudes humanas que más tarde puso en práctica. Seguramente que la Sagrada Familia fue una maravillosa escuela de diálogo, de comprensión y de oración.
A María y José no les fue fácil ser familia de Dios, pero se mantuvieron unidos custodiando a su hijo y no perdieron de vista nunca a su Dios. Hoy en esta fiesta de la Sagrada Familia, pongamos en manos de Dios, a nuestra familia y defendámosla porque es un regalo de Dios.
PARA LA VIDA
Cuenta la leyenda que la Virgen María bajaba cada mañana al pozo a tomar agua. El niño Jesús la acompañaba y miraba con qué destreza llenaba el cubo y lo apoyaba sobre su cabeza. Muchas veces se preguntó cómo hacía para no derramar el agua. Regresaban tomados de la mano.
Cierto día el niño le dijo a María:
‒Déjame que te ayude, porque ya tengo fuerzas. La Santísima Virgen se rehusó al verlo aún tan débil.
‒No, hijo. El cubo es pesado y te puedes hacer daño.
Pero como insistía tanto, la Virgen dejó el cubo a medio llenar y lo ayudó a cargarlo sobre su hombro derecho. Caminaron largo y cuando llegaron, la Virgen María se mortificó porque el niño tenía una llaga en el hombro. ‒¡Hijo, te has lastimado! ¡Te dije que no lo hicieras! ¡Mira qué herida te has hecho! –No te angusties, mamá‒, dijo el niño. Yo también tengo que irme preparando…
Es necesario que nos vayamos preparando porque un día todos nuestros trabajos y esfuerzos, por ser buenos hijos de Dios, tendrán sus frutos y su razón de ser. La familia es el lugar donde compartimos los momentos de gozo, de gloria, de dolor y luz que conforma el mosaico de nuestra particular historia. Podrá faltarnos todo, menos una familia.