13° Domingo del Tiempo Ordinario, 1 de Julio 2018, Ciclo B


San Marcos 5, 21 – 43

“Tu Fe te ha Curado”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Fe: el poder de la fe es total. Hoy sigue habiendo milagros, y milagros frecuentes, en gente que con una fe inmensa pide a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima o de algún santo, la curación del cuerpo o la del alma. El poder de la fe no está limitado ni en el espacio ni en el tiempo; tampoco está limitado por el cuerpo o por el alma. El poder de la fe depende de Aquel que lo puede todo.
  2. La Muerte: no como paso de un estado de vida a otro, sino como pérdida de la relación con la fuente de la vida que es Dios, como ladrón que nos arranca violentamente el tesoro de la vida, no tiene en Dios su origen, sino que ha entrado en el mundo por envidia del diablo.
  3. El Hombre: ha sido creado a imagen de Dios, Señor de la vida; por ello, el hombre ha sido creado para la vida, no para la muerte. Esta es solo un paso.
  4. El Sufrimiento: es natural que le pidamos a Dios que aparte de nosotros el cáliz del sufrimiento, que nos libre de la cruz, del dolor que puede llevar a extremos a veces insoportables. ¡El mismo Hijo de Dios también rezó así al Padre: «aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»!
  5. Nosotros: tenemos a Cristo muy cerca siempre que queremos. Él nos ofrece una ocasión; “y no para tocar un poquito de su vestido, o un momento el extremo de su manto, la orla. Lo tenemos a Él. Se nos entrega totalmente, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad. Lo comemos cada día” o cada domingo. Lo tenemos en el Sagrario siempre que queremos. Que la Virgen María nos dé esa fe operativa, humilde y audaz que nos acerque cada vez más a su Hijo para que nos sane.
REFLEXIÓN 

   El pasaje del Evangelio de este domingo está hecho de escenas que se suceden rápidamente en lugares distintos. Está ante todo la escena a orillas del lago. Jesús está rodeado de un gran gentío cuando un hombre se arroja a sus pies y le dirige una súplica: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». 

   La segunda escena acontece en el camino. Una mujer que sufría hemorragias se acerca a escondidas a Jesús para tocar su manto, y se siente curada. Mientras Jesús hablaba con ella, de la casa de Jairo llegan a decirle: «Tu hija ha muerto. ¿A qué molestar ya al Maestro?». Jesús, que ha oído todo, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». 

   Y he aquí la escena crucial, en la casa de Jairo. Gran confusión, gente que llora y grita, como es comprensible ante el fallecimiento recién ocurrido de una adolescente. «Entra y les dice: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida”. 

   No existe sólo la muerte del cuerpo, también está la muerte del corazón. La muerte del corazón existe cuando se vive en la angustia, en el desaliento o en una tristeza crónica. Las palabras de Jesús: Talita kum, ¡muchacha, levántate!, no se dirigen por tanto sólo a chicos y chicas muertos, sino también a chicos y chicas que viven. 

   Qué triste es ver a los jóvenes... tristes. Y hay muchísimos a nuestro alrededor. La tristeza, el pesimismo, el no deseo de vivir, son siempre cosas malas, pero cuando se ven o se las oye expresar a jóvenes oprimen el corazón todavía más. 
   En Cristo encontramos la imagen de Dios, de acuerdo con la cual fuimos creados y que debe orientar cada vez más perfectamente nuestra vida terrena.

PARA LA VIDA 

   Un sacerdote fue al hospital a visitar a uno de sus feligreses que estaba enfermo de sida. La enfermera le aconsejó se pusiera los guantes de látex antes de entrar. Así lo hizo. El enfermo se alegró muchísimo al ver a su párroco y extendió los brazos para darle la bienvenida. Pero cuando el párroco extendió sus manos lo único que vio fueron los guantes. 

   El sentimiento de alegría y consuelo inicial se transformó en la cara de ambos en un momento de indecisión y molestia. El párroco se disculpó y en las siguientes visitas no se puso los guantes. "Experimenté que no podía ser el representante de Cristo en esa situación a no ser que hubiera contacto directo", confesó más tarde el sacerdote. 

   Las palabras, muchas veces, resultan ociosas e impertinentes. Para expresar el amor y la aceptación de la otra persona, mejor que cualquier discurso, es el tocar y el abrazar. El ritual judío prohibía tocar o ser tocado por personas que estaban en estado de impureza. Los sacerdotes y levitas no podían tocar los muertos. Se hacían impuros, no agradables a Dios. 

   El Evangelio de hoy es mucho más que la historia del poder de curación y de resucitar que tenía Jesús. Es la historia de Jesús dando vida y haciendo precisamente lo que no estaba supuesto a hacer, tocar y dejarse tocar por los intocables según la ley.