San Marcos 6, 1-6
“La Fuerza de lo Débil…”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Profeta: Dios llama a los profetas a anunciar la esperanza, a afianzar la fe en el pueblo y a luchar por la justicia, el amor y la paz. También tienen que denunciar lo que va en contra de ese plan de Dios, remover corazones y fomentar el espíritu de conversión, transformación de vida y cambio interior. El compromiso por Dios será más fuerte que sus propios miedos, ayudados y motivados por el Espíritu del Señor.
- La Misión: en la misión del profeta se da el drama, el desconcierto, la incomprensión y, en muchas situaciones, la persecución. “El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla”
- La Fe: por la fe, Cristo entra a formar parte de nosotros, y nuestras obras han de hablar de él y colocarlo como centro de nuestra vida.
- La Humildad: Dios elige aquellos instrumentos humanos para sus planes y con mucha frecuencia elige medios humildes y sencillos. Cuesta aceptar que esta elección divina de lo pobre y lo pequeño sea la clave para salvarnos. Pero eso es lo que prefiere él: lo débil.
- La Vocación: desde el bautismo, todos tenemos vocación de profetas y la misión de anunciar al Señor. Pero nos atemorizan los cambios, o nos da pereza hacer las cosas de manera diferente. Sin embargo, vale la pena tener el valor de asumir nuestra vocación profética, de cambiar nuestra vida y dejar que el Señor realice milagros en cada una de nuestras vidas.
El siervo de Yahvé, al que hace referencia la primera lectura, se presenta como oyente fiel de la Palabra de Dios y anunciador de la misma. Él sabe que llevar a cabo su misión va a ser muy doloroso, que va a tener que pasar por la injuria y la violencia de los hombres, incluso por insultos y salivazos.
Pero, poniendo su confianza en Dios, no se echa para atrás, sino que es fiel del todo. Este siervo fue Cristo, al que en el evangelio Pedro lo confiesa como el Señor, como el Mesías, y que con palabras del mismo Jesús tendrá que padecer mucho, ser condenado, ser ejecutado, pero perdiendo su vida la salvará, y a los tres días resucitará.
El cristiano que quiere ser fiel intenta vivir como Cristo, procura identificarse con Él. Está llamado a ser santo, a ser otro Cristo. San Josemaría invitaba a los que le escuchaban diciéndoles: “sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es nuestra pretender una santidad de segunda categoría, que no existe. Porque somos otros Cristos, porque los bautizados debemos ser fiel reflejo de Jesucristo, hemos de imitarle en ser siervos como Él, el siervo de Yahvé por excelencia”.
Una condición imprescindible para ser buenos siervos de Dios y coherentes con las exigencias de nuestra fe, - como lo fue San Maximiano Kolbe, - es amar la cruz de cada día, llevarla con fortaleza y serenidad, y aceptar del todo la voluntad de nuestro Padre Dios, viviendo abandonados totalmente en sus manos. Hemos de creernos de verdad que todo lo que Dios quiere o permite es para nuestro bien.
PARA LA VIDA
Un poderoso sultán viajaba por el desierto seguido de una larga comitiva que transportaba su tesoro favorito de oro y piedras preciosas. A mitad del camino, un camello de la caravana, agotado por el ardiente reverbero de la arena, se desplomó agonizante y no volvió a levantarse. El cofre que transportaba rodó por la falda de la duna, reventó y derramó todo su contenido de perlas y piedras preciosas entre la arena.
El sultán no quería aflojar la marcha; tampoco tenía otros cofres de repuesto y los camellos iban con más carga de la que podían soportar. Con un gesto, entre molesto y generoso, invitó a sus pajes y escuderos a recoger las piedras preciosas que pudieran y a quedarse con ellas. Mientras los jóvenes se lanzaban con avaricia sobre el rico botín y escarbaban afanosamente en la arena, el sultán continuó su viaje por el desierto.
Se dio cuenta de que alguien seguía caminando detrás de él. Se volvió y vio que era uno de sus pajes que lo seguía, sudoroso y jadeante. - ¿Y tú – le preguntó el sultán- no te has parado a recoger nada?. El joven respondió con dignidad y orgullo - ¡Yo sigo a mi rey!.
Cristo necesita discípulos convencidos, dispuestos a dar la vida por la causa del Evangelio, que no es otra que la causa del amor, la justicia, la paz, el perdón, la solidaridad y la igualdad entre los hombres. Porque quien da la vida en el surco diario de la cotidianidad la recupera llena y plena de alegría y de felicidad.