23° Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de Septiembre 2020, Ciclo A

 San Mateo 18, 15-20

"Si tu Hermano Peca Contra Ti, ve y Corrígelo en Privado. Si te Escucha, Habrás Ganado a tu Hermano"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 
SIN GRABAR AÚN

1.- La Corrección Fraterna: primero debes hablarlo personalmente con el hermano antes de que sea demasiado tarde y se extravíe definitivamente. Pero, ¿cómo hacerlo?, con amor y humildad. Si vas con aire superior, creyendo que tú eres perfecto en todo y solo el otro es el que se equivoca, tu misión no tendrá éxito. Tu hermano lo tomará como una crítica negativa y no verá tu buena intención. Hay que emplear también buena dosis de prudencia, es decir saber encontrar el momento oportuno para hacer la corrección. Si conoces de verdad a tu hermano sabrás también como va a reaccionar y qué tono tienes que emplear: enérgico, suave o firme, según los casos. 

2.-EL PERDÓN: No hay nadie que esté sin pecado, todos tenemos fallos y por eso lo mejor es aceptar lo que nos dice un hermano que quiere nuestro bien. A la corrección fraterna yo la llamaría “corrección mutua”, porque todos somos perdonadores y perdonados. Atar y desatar tenía relación con lo prohibido y lo permitido. Jesús lo aplica al perdón. Lo dice a todos sus discípulos, pues todos en un momento determinado podemos regalar el perdón, aunque haya algunos ministros que son servidores del perdón de Dios en el sacramento de la Reconciliación.

3.-AMAR: El que ama al prójimo como a uno mismo cumple todos los mandamientos. San Agustín nos dejó una sentencia definitiva: “Dilige, et quod vis, fac”, es decir “ama y haz lo que quieras”. No es ésta una invitación al desmadre, o a que cada uno haga lo que le dé la gana. Fijémonos en la primera palabra “Ama”, pero ama de verdad, como Jesucristo nos amó, de forma gratuita y desinteresada. El que tiene como norma de su vida el amor auténtico, no podrá hacer nunca daño a su hermano y todo lo que realice tendrá la impronta de la buena intención. 

 

REFLEXIÓN 

   Las lecturas bíblicas de la misa de este domingo coinciden en el tema de la caridad fraterna en la comunidad de los creyentes, que tiene su fuente en la comunión de la Trinidad. 

   En la primera lectura el profeta Ezequiel nos recuerda que. Testigo del amor de Dios, el creyente debe ayudar también a su hermano en su reconciliación con el Padre. «Amar es cumplir la Ley entera». Por si quedaba alguna duda, esta frase final subraya que el amor no es un puro sentimiento. El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos. El amor es delicado, cuidadoso, exigente, hasta en los más mínimos detalles. 

   En la segunda lectura San Pablo nos recuerda que La plenitud de la Ley es el amor. La trascendencia de la caridad evangélica es tal que hace al cristiano responsable de la gloria de Dios y de la salvación de los hermanos por encima de cualquier otra urgencia religiosa o legalista. «Solo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Sígnense todos con la señal de la Cruz de Cristo; respondan todos: Amén; canten todos: Aleluya; bautícense todos, frecuenten la iglesia, apíñense en las basílicas. No se distinguirán los hijos de Dios de los del diablo, si no es por la caridad. Los que tienen caridad nacieron de Dios; los que no la tienen no nacieron de Él. Gran distintivo y señal. Ten todo lo que quieras, si te falta solo la caridad, de nada te aprovecha todo lo que tengas. 

   El Evangelio nos recuerda que la búsqueda evangélica de la persona humana, para salvarla y redimirla, fue la clave de la misión personal del Corazón de Jesucristo y su entrega amorosa. «Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado... ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor propio nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él… Hazlo por él, para ganarlo a él. 

PARA LA VIDA 

   Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y cuatro personas ancianas, todos mayores de 60 años. En las montañas, cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer que los feligreses retornaran a ella. El párroco y el obispo hablaron largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le respondió: "No tengo ningún consejo para ti. Lo único que te puedo decir es que el Mesías es uno de vosotros". 

   De regreso al templo, el pastor les comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho. Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías. 

   Los meses fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia atraídos por la aura de respeto y gentileza que envolvía a los cinco feligreses. Duros de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia, y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos. En pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y de regocijo, gracias a la multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente al templo. Y por supuesto, gracias al regalo del señor obispo.