1° Domingo de Cuaresma, 6 de Marzo 2022, Ciclo C

 San Lucas 4, 1 - 13

"No Tentarás al Señor, tu Dios

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Tentación: la tentación nos acompaña a través de nuestra vida. El tentador está solo, y es tan arrogante que no tiene ningún escrúpulo en tentar incluso al Hijo de Dios. El Evangelio claramente demuestra la increíble fidelidad de Dios hacia el hombre. En medio de los tiempos oscuros y de los momentos aparentemente desesperados de la historia, Dios camina fielmente con su gente en Egipto. Cuando Cristo es tentado por el diablo y más adelante cuando parece derrotado por la muerte, su Padre le fue fiel. Dios desea unir su fidelidad con la del hombre; Jesús unió su fidelidad a la del Padre de una manera extraordinaria.

2.- Preparación: mientras que las culturas y las costumbres cambian él ha ido cambiando sus tácticas, pero los ingredientes son siempre iguales: poder, conocimiento y placer. La sociedad moderna ofrece al tentador una avalancha de posibilidades para influir en la humanidad, y a menudo estamos indefensos y desprotegidos. Como creyentes afirmamos con orgullo nuestra fe en un mundo que se olvida a ratos de ella, la sofoca, o la deja de lado. Las tentaciones son una oportunidad de dar testimonio de Jesucristo, nuestro Señor y Dios, y a través de nuestro testimonio conquistar la tentación con el poder de Dios. No debemos asustarnos de la tentación. "Tu fe es la victoria que conquista el mundo".

 3.- Confianza: no nos dejes caer en la tentación. Los cristianos somos débiles como cualquier persona y lo sabemos. Pero también sabemos que tenemos gran poder de Dios, y que si confiamos en él podemos estar seguros que los ataques del tentador, no importa cuán poderosos sean, no pueden derrotarnos, las obras de Nuestro Corazón son el arma para vencer el mal. Al escucharlas, nos damos cuenta de que no estamos vivos, que nuestra vida no es vida. Que necesitamos liberarnos de nuestra avidez, egoísmo y superficialidad, para despertar en nosotros el amor y la generosidad. Necesitamos escuchar a Dios que nos invita a gozar creando solidaridad, amistad y verdadera fraternidad. 

REFLEXIÓN 

   Queridos hermanos, el miércoles pasado, con el rito de la ceniza, hemos comenzado un nuevo camino cuaresmal. Se abre ante nosotros un nueva Cuaresma, "tiempo fuerte”, tiempo de amor, limosna, ayuno oración, autocontrol y conversión, en el que Dios nos concede una gracia especial para fortalecernos en la lucha que debe llevarnos a una conversión profunda de nuestras vidas, y la meta de este tiempo es la mañana de Pascua, cuando el sepulcro de Cristo aparezca vacío, porque Él ya ha resucitado.

   Pero antes hemos de pasar por la experiencia dolorosa –siempre lo es– de la muerte de Cristo en la Cruz. Moisés haciéndole ver al pueblo elegido las maravillas obradas por Dios, le manda adorarlo sólo a Él por encima de todo. En el Evangelio vemos cómo el Espíritu empuja a Jesús al desierto, donde es colocado en la situación de guerra entre el bien y el mal que definirá toda su actuación mesiánica. Cuaresma es un tiempo de preparación, con ayuno, oración y limosna, para lo que nos aguarda: la Pascua de Resurrección.

   La Cuaresma es tiempo de reflexión, aprendizaje y discernimiento sobre la evolución y desarrollo de nuestras posibilidades como ser humano pleno. Examina tus tentaciones en este tiempo de cuaresma, tentaciones no solo ni principalmente de orden moral. También las de orden social y espiritual. Creer en Dios supone reconocer a los otros hombres y mujeres con la dignidad misma de hijos de Dios, amigos y hermanos intocables con los que estoy llamado a compartir y construir la historia. 

   Creer en Dios supone descubrir que el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. La vida termina en Dios y es más grande que “esta vida”. Hay que «volver al desierto». Aprender de aquel Jesús que se negó a hacer milagros por pura utilidad, capricho o placer. Escuchar la verdad que se encierra en sus inolvidables palabras: «No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios». 

PARA LA VIDA

   Yusuf el terrible turco era un luchador de 140 kilos que había salido de su Turquía natal y había emigrado a los Estados Unidos en busca de fama y fortuna. Pronto se convirtió en el luchador más popular. La gente de todos los rincones del país se arremolinaba para ver cómo derrotaba a sus oponentes. Yusuf era, realmente, un forzudo. Pero tenía una debilidad, el oro. Cada vez que Yusuf ganaba un partido, exigía que le pagasen en monedas de oro. Tan pronto como le pagaban, metía las monedas en el cinturón monedero que llevaba a la cintura.

   Un día, Yusuf anunció que su carrera como luchador se había acabado. Se retiraba y regresaba a su país natal. Ya no competiría más. Tenía todo el oro que necesitaba. A bordo de un gran vapor, Yusuf emprendió viaje hacia Turquía. Pero, en la segunda noche de la travesía, se desató una terrible tormenta. Pronto, el barco empezó a hundirse. La tripulación recibió orden de arrojar los botes salvavidas al agua.

   Yusuf cruzó corriendo la cubierta. Al ver un bote a la deriva a poca distancia del barco, el forzudo se arrojó al océano. Pero cuando empezó a nadar hacia el bote, el peso de las monedas de oro lo arrastró hacia abajo y él y su fortuna nunca más fueron vistos. Yusuf hizo que el oro fuese su tentación y este lo destruyó.