CORPUS CHRISTI - Junio 6 de 2010

San Lucas (9,11-17)

¿Qué es la Sagrada Eucaristía?

Es el Sacramento más admirable en el que recibimos a Jesucristo el Hijo de Dios presente, real y verdaderamente en la Hostia consagrada.

¿Quién está en la Hostia Consagrada?

En la Hostia Consagrada está Nuestro Señor Jesucristo, con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad, como está en el cielo.

¿Quién fue el primero que consagró la Hostia?

Fue Nuestro Señor Jesucristo el jueves Santo, en el Cenáculo durante la última cena.

¿Quiénes son los que ahora consagran las hostias?

Son los sacerdotes, instituidos por Cristo, quienes la consagran en la Santa Eucaristía.

El sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino pero es el Espíritu Santo quien los consagra y los convierte en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Luego de la consagración, se conservan la apariencia de pan y vino pero son realmente el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.

En cada Hostia consagrada o cada fracción de la misma, está totalmente Nuestro Señor Jesucristo. De ahí el cuidado de no perder ninguna Fracción, por pequeña que sea (para esto se usa la patena).

¿Qué se necesita para recibir la Comunión?

  • Estar en Estado de Gracia. No estar en pecado grave que ofenda a Dios. Si sólo tengo pecados veniales, en el acto de contrición al iniciar la Santa Misa, me arrepiento, pido perdón, y así si puedo comulgar.
  • Guardar un ayuno prudente.
  • Acercarme a comulgar con devoción, bien aseado (limpio de cuerpo y alma), sabiendo que vamos a recibir es a Cristo, el Hijo de Dios.
  • Después de recibir la Sagrada Comunión hay que deleitarse y dialogar con Jesucristo que está en nosotros, darle gracias, pedirle que nunca nos deje y que vivamos siempre.

Santo Tomás de Aquino definió la Sagrada Comunión como el Pan de los Ángeles en la boca de los humanos: el misterio más admirable.

La Eucaristía es el alimento espiritual que sostiene a la gran familia de Dios: la Iglesia. Es el Pan que Dios nos da para alimentar el alma. A quien recibe la comunión, Cristo glorificado lo recibe en el Cielo. Cuando comulgamos, nos convertimos en “cuerpos de Cristo” vivientes y lo llevamos a los que sufren en su cuerpo o en su alma. Jesús nos alimenta para que alimentemos con el pan del amor, de la esperanza y de la fe, a los que están alejados de Dios.

“Jesús mío,

Creo firmemente

Que estás

En el Santísimo

Sacramento del Altar”.

Amén.

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