8° Domingo del Tiempo Ordinario, 27 Febrero de 2011

San Mateo 6, 24-34

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( C
onfianza en El Señor
)

  1. Dios y el dinero: El dinero dura poco, corre de un bolsillo a otro, como la gota de mercurio encima de una mesa y que, cuando cae al suelo, nadie se esfuerza en recogerla. Quien escoge a Dios en la singularidad de su interior, goza de una belleza, de un encanto y de un júbilo incomparable. Nosotros somos administradores de todo lo que Él nos ha prestado, pero sólo Él es nuestra mayor riqueza y la más grande dicha de nuestra vida.
  2. El Reino de Dios: La vida debe ponerse al servicio de lo que vale la pena: y lo que vale la pena no es el dinero, sino Dios. Por eso, el resumen de todo es la frase final: lo que hay que buscar es el Reino de Dios, y al servicio de esta búsqueda hay que poner todo lo demás. Jesús nos pide ayudarle a manejar este mundo con sabiduría para ganarnos el reino verdadero: el cielo.
  3. La Justicia: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. El afán por las riquezas es un pecado netamente social y, por eso mismo, mucho más destructor que otro tipo de pecados, porque genera un pecado institucional, un sistema social injusto en el que la persona humana termina por ser considerada como un simple valor de intercambio comercial. La fe en Cristo postula un orden social en el cual la posesión de bienes y riquezas se someta a los postulados del Reino de Dios y su justicia.

REFLEXIÓN

Jesús advierte el riesgo de poner el corazón en la riqueza. Aquí la palabra de Jesús es clara: La idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios y aparta del hermano. La preocupación por la riqueza casi ahoga la presencia de Dios. La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa en el poder totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere ser señora absoluta de aquél que la posee.

Nadie puede tener dos amos al mismo tiempo porque terminará por cumplir con uno solo o no cumplir con ninguno, de la misma forma y con más razón es incompatible el servicio a Dios con el servicio a las riquezas. Sólo queda, por tanto, elegir entre uno y otro: o el Reino de Dios y su justicia, o el reino del dinero y los riesgos que él conlleva. Jesús, como fino conocedor de la intimidad del hombre, sabe cuál es el tesoro de tu corazón: el amor, la entrega, la caridad.

PARA MEDITAR EN LA VIDA

Cuenta una leyenda que Dios bajó a la tierra cargado con un inmenso saco de oro, y en cada aldea iba extrayendo las monedas y dejándolas caer una a una sobre el polvo del camino.

Algunos hombres se precipitaban a tomar algunas, otros no se movieron temerosos a comprometerse, otros se indignaron por lo que consideraban una afrenta a su dignidad.

Por último, cuando se disponía Dios a abandonar una de aquellas aldeas fue asaltado por un ladrón que le exigió la totalidad del tesoro. Dios dudó pero ante la actitud amenazante del bandido cedió entregándole el saco.

Y cuentan las crónicas que el peso del oro aplastó al codicioso individuo.

“La ambición rompe el saco”.