33° Domingo del tiempo Ordinario, 13 de Noviembre de 2011
- Los Talentos: hay de todo en nuestras asambleas cristianas, y todos tienen una posibilidad u otra: desde el abogado o el político prestigioso que se ha de plantear cómo coloca su trabajo al servicio de los más queridos por Dios (los pobres), hasta el anciano que quizá su gran aporte sea la oración, el testimonio de vida y el ejemplo a los que tiene a su alrededor. Todo esto son talentos. Cuáles son los tuyos?.
- El Administrador: Jesús nos pide que seamos administradores en su Reino. Que dediquemos la vida a hacer que sea realidad: lo que Jesús ama, lo que Jesús valora, lo que Jesús quiere. Por eso el pan y el vino de la celebración eucarística, símbolo de todo lo que somos y tenemos, se vuelven importantes para Dios y para nosotros. En este día, el Señor quiere decir a cada uno: “Siervo bueno y fiel... yo te confiaré mucho más. Ven a participar de mi alegría”. Esos talentos que Dios nos dio, los hacemos dar fruto?, o los escondemos y anulamos para que no crezcan?.
- La Confianza: es la iniciativa generosa del Señor para con nosotros según nuestras capacidades. Somos administradores de ‘sus’ bienes, los ‘bienes del Espíritu’; que son ante todo, el don precioso de la vida, el don de la fe que recibimos en el bautismo; el don de su Palabra en la Sagrada Escritura y proclamada cada domingo en la liturgia, los Sacramentos que el Señor pone a nuestra disposición para que sean nuestro alimento y nuestra fuerza mientras dura nuestra peregrinación por este mundo. En fin, los talentos recibidos cada día en tu vida..
Hay que trabajar los dones recibidos; no malgastarlos -ninguno de los tres siervos lo hace- sino multiplicar sus frutos. Cuando vuelva El Señor nos pedirá lo producido con los dones que nos había encomendado. No importa cuánto les dio, sino la diligencia que han empleado para administrar lo poco o lo mucho que recibieron.Sólo se tiene aquello que se da:
“Moneda que está en la mano
quizá la puedas guardar;
la moneda del alma
la pierdes si no la das”
PARA NUESTRA VIDA
Érase un árbol muy viejo que parecía haber sido tocado por el dedo de Dios porque siempre estaba lleno de frutos. Sus ramas, a pesar de sus muchos años, nunca se cansaban de dar frutos y era la delicia de todos los viajeros que por allí pasaban y se alimentaban de sus frutos. Un día, un comerciante compró el terreno en que estaba el árbol y edificó una valla a su alrededor. Los viajeros le dijeron al nuevo dueño que les dejara alimentarse de los frutos del árbol como siempre lo habían hecho. "Es mi árbol, es mi fruta. Yo lo compré con mi dinero", les contestó. A los pocos días sucedió algo sorprendente. El árbol murió. ¿Qué causó esa muerte repentina? Cuando se deja de dar, se deja también de producir frutos y la muerte aparece inevitablemente. El árbol empezó a morir el día en que la valla empezó a subir. La valla fue la tierra que enterró el árbol.