3° Domingo de Resurrección, 14 de Abril de 2013


San Juan  
21, 1 - 19
      

 Sólo el que ama reconoce a Jesús

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  1. Al Amanecer: Siempre se manifiesta Jesús, como dándole comienzo a todo. Si no tenemos abiertos el corazón y los ojos, no le reconoceremos. En cambio, si somos dóciles a las sugerencias que él nos lanza, nos daremos cuenta de que está verdaderamente presente y activo en nuestra vida.
  2. La ComidaJesús Resucitado, de la misma comida que nos proporciona, nos la ofrece preparada sobre el fuego, sobre las brasas del fuego de su sufrimiento. Él nos ha preparado el pan de la Eucaristía sobre el fuego de su pasión, y nos ofrece diariamente este alimento divino.
  3. El Amor La revelación del amor ("agapê") hecha por Cristo en su muerte (Jn 15, 14) tiene de ahora en adelante su institución propia: la Iglesia conducida por Pedro se convierte en el sacramento visible del "agapê" del Salvador. Que el pastor ame a las ovejas como conviene y entonces se le ofrecerá al mundo su divino amor.
  4. La Misiónla misión de la Iglesia, en el mar del mundo, no es otra sino la ser pescadores de todos los hombres sin excepción y llevarlos al puerto seguro de la fe y de la eternidad. Jesús hoy nos invita a esta mesa para que en todas las mesas haya pan y esté Él. Ese ha de ser nuestro testimonio de que creemos en el resucitado en estos tiempos. Que nuestra fe en Jesús resucitado nos lleve a descubrirle.


REFLEXIÓN
   La barca y el trabajo de Pedro, se sostiene por la intervención de Jesús; la red que no se rompe; símbolo que la iglesia no sucumbirá. Pedro deberá cuidar del rebaño que le encomienda Jesús. 
   La pascua nos ofrece la gracia de vivir nuestra propia experiencia de encuentro con el Resucitado. Su presencia quiere obrar maravillas en nosotros, sostenernos. Su influjo quiere ser profundamente eficaz en nuestra vida. 
   La presencia del Resucitado renueva nuestra existencia y la vida de la Iglesia entera. Pascua es el tiempo del gozo profundo, de la alegría desbordante y de la paz del corazón.

PARA REFLEXIONAR

    Cuentan que en un pueblo había un lugar llamado la Casa de los Mil Espejos. Un perrito muy alegre supo de la existencia de esa casa y decidió visitarla. Cuando llegó subió las escaleras con las orejas levantadas y agitando su cola velozmente. 
   Y al entrar, oh sorpresa, se encontró mirando a mil perritos felices con sus colas que se agitaban tan veloces como la suya. Sonrió con una gran sonrisa y fue respondido con mil sonrisas tan amistosas y cálidas como la suya. Al salir se dijo: este es un lugar maravilloso. 
   Volveré aquí muchas veces. Había también un perrito triste y de pocos amigos que decidió visitar la Casa de los Mil Espejos. Subió la escalera con la cabeza baja y cuando entró vio mil perros que le miraban de mal humor. 
   Cuando vio esos perritos tan poco amigos dio un ladrido y se sintió horrorizado cuando mil ladridos furiosos le contestaron. Al salir se dijo: este es un lugar horroroso. Nunca más volveré aquí. Sólo el que ama reconoce a Jesús bajo cualquier forma y en cualquier circunstancia.