San Lucas 1, 46 - 47
- La Fe: la fe brota del corazón sincero del hombre que se detiene a escuchar a Dios. La fe no está en nuestras afirmaciones o en nuestras dudas. Está más allá: en el corazón... que nadie, excepto Dios, conoce. Es la respuesta íntima del ser humano a la acción de Dios.
- La Humildad: pone de manifiesto que esa eficacia proviene de la convicción creyente de la propia pequeñez: "No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer". ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Servir a Dios y hacer su voluntad.
- La Esperanza: las tribulaciones, los sufrimientos, las desgracias no podrán disminuir en lo más mínimo nuestra esperanza en la intervención de Dios. No hay que dudar, porque la acción de Dios llegará. ¿Cuándo? ¿Cómo? Hemos de dejar que Dios responda con plena libertad, con la seguridad de que todo lo hace con justicia y para bien de los que ama.
- El Testimonio: la fe es un don que Dios nos da, y es una tarea que Dios nos encomienda. Como tarea la hemos de realizar día tras día, en las circunstancias concretas, que a veces pueden ser arduas y difíciles.
REFLEXIÓN
En el Evangelio, seguimos reflexionando sobre la fe e incluso haremos nuestra la petición de los discípulos: Auméntanos la fe. La imagen del árbol arrancado de raíz nos habla que la fuerza de la fe está en la confianza que se pone en Dios y no en su tamaño. La parábola lo dice claramente. Vive desde la fe y es justo quien se siente a gusto con ser un obrero del Reino y, al final de la jornada, no espera mejor recompensa que poder seguir sirviendo a su Señor, pues sabe que la fuerza y el fruto de lo que haga le viene de Él.
¿Qué es tener Fe?
Tener fe es creer que Dios nos ama por encima de todo, sin ninguna condición, y por eso nos fiamos absolutamente de Él; lo amamos y lo servimos por completo sin poner nosotros tampoco ninguna condición. Tener fe en Dios significa que, me conceda o no lo que le pido, seguiré amándolo y fiándome de Él por completo, como criatura que soy.
PARA LA VIDA
Alejandro Solzhenitsyn, enviado a un campo de concentración, fue obligado a trabajar hasta el agotamiento. Sin descanso y mal alimentado, siempre vigilado e incomunicado creyó que todos le habían olvidado, incluso Dios. Pensó en suicidarse, pero recordaba las enseñanzas de la Biblia y no se atrevía. Decidió escaparse y así serían otros los que lo matarían. El día de la fuga cuando echó a correr un prisionero que nunca había visto antes se plantó delante de él. Le miró a los ojos y vio más amor en esos ojos del que jamás había visto, que en los ojos de otro ser humano.
El extraño prisionero se agachó y con una ramita trazó la señal de la cruz en el suelo de la Rusia comunista. Cuando vio la cruz supo que Dios no le había olvidado. Supo que Dios estaba con él en el pozo de la desesperación. Pocos días después Solzhenitsyn estaba en Suiza.
Era un hombre libre. Vio la cruz dibujada en la tierra y supo que Dios no le había olvidado. Vio la cruz y ésta encendió la fe en su corazón. Vio la cruz y recordó la fidelidad de Dios, que su Amor es eterno.