28° Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de Octubre 2013, Ciclo C

San Lucas  1
 , 46 - 47 
      
Se Postró y Agradeció al Señor

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  1. La Fe: la fe sana especialmente a los que reconocen la presencia de Dios entre nosotros mirándonos a todos con amor nos abre y amplía la mirada. La fe es una experiencia y una perspectiva, es un aprendizaje/ejercicio constate de mirarnos los unos a los otros como Dios nos mira. Al vivir concretamente esta mirada de amor radical habremos de experimentar una verdadera y plena sanación.
  2. La Curación:  Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede sanar integralmente. El Señor sana y sigue sanando. Sana cuerpos y sana almas. El que más reconoce su necesidad y el que menos cree merecer el remedio es quien mejor y más pronto ve la mano de Dios y la agradece. Y lo opuesto también es verdad: quien se considera muy fuerte o quien tiene asumido que se lo merece todo no encuentra apenas de qué dar gracias.
  3. La Acción de Graciasno olvidemos que Eucaristía significa "acción de gracias". Por eso nos reunimos todos los domingos, para agradecer a Dios el don de nuestra fe. A Él le debemos, como dice San Agustín "la existencia, la vida y la inteligencia; a él le debemos el ser hombres, el haber vivido bien y el haber entendido con gratitud. Nuestro no es nada, a no ser el pecado que poseemos. Nada nos mueve tanto a agradecer como recibir un regalo, una gracia, un bien que necesitábamos o deseábamos pero que por alguna razón estaba más allá de nuestras previsiones, recursos o fuerzas.     
REFLEXIÓN 
   Hoy podemos comprobar, ¡una vez más!, cómo nuestra actitud de fe puede remover el corazón de Jesucristo. El hecho es que unos leprosos, venciendo la reprobación social que sufrían los que tenían la lepra y con una buena dosis de audacia, se acercan a Jesús y —podríamos decir— le obligan con su confiada petición: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». 
   La respuesta es inmediata y efectiva: «Id y presentaos a los sacerdotes». Él, que es el Señor, muestra su poder, ya que «mientras iban, quedaron limpios». Esto nos muestra que la medida de los milagros de Cristo es, justamente, la medida de nuestra fe y confianza en Dios. ¿Qué hemos de hacer nosotros —pobres criaturas— ante Dios, sino confiar en Él? 
   Pero con una fe operativa, que nos mueve a obedecer las indicaciones de Dios. Basta un mínimo de sentido común para entender que «nada es demasiado difícil de creer tocando a Aquel para quien nada es demasiado difícil de hacer»…”Vete, tu fe te ha salvado…”
PARA LA VIDA
   Érase una vez un niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua. Dos días más tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero. 
   Cuando lo encontró le preguntó: "¿Es usted el que se lanzó al agua para rescatar a mi hijo? -"Sí, yo soy", respondió. -La madre le dijo: "¿Y dónde está el gorro de mi hijo? El evangelio de hoy nos recuerda una dimensión profunda de toda vida cristiana: la gratitud, la acción de gracias. Creer, tener fe, es ser agradecidos a Dios que actúa en las cosas normales de cada día.