San Lucas 1, 39-56
"La Asunción de la Virgen"
El Papa Pio XII definió el dogma de la Asunción: “…
Declaramos y definimos como dogma revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, cumplido el curso de su vida terrena, fue elevada (Asunta) en cuerpo y alma a la gloria celeste…”.
Fijemos nuestra atención en dos motivos del texto evangélico que pueden tener una estrecha relación con la Asunción: el «arca de la Alianza» y las «grandes obras del Poderoso».
La liturgia nos habla hoy de la Asunción de María, elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Y recurre a tres textos bíblicos para expresar este misterio. El Apocalipsis habla del signo grandioso de una mujer vestida de sol. El segundo, en la primera carta a los Corintios, explica que la resurrección tiene lugar siguiendo un orden determinado.
San Lucas habla de la Visitación, porque María expresó en aquella ocasión los sentimientos que debía de tener también en el gran día de su Asunción: son los sentimientos expresados en el Magníficat. El contacto con María es ocasión de gracias muy grandes. El evangelio dice que «cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel se llenó de Espíritu Santo».
María es el modelo más digno a imitar, porque ella fue la única que tuvo la relación más íntima con Dios.
REFLEXIÓN
La gloria contemplada hoy en el rostro de la Virgen, se descubre en cualquier rostro, especialmente los pobres, humildes y sencillos. La grandeza de la dignidad del hombre y su inestimable valor se fundamentan tanto en su origen como en su destino. Incluso en la gloria, la Virgen no deja de ser Madre, ni de conmoverse en cada momento con infinita piedad por nuestra debilidad, que le atañe de igual manera con la que pertenecemos a la gloriosa humanidad de Cristo.
El Calvario aún no ha sido desmantelado; a los pies de la cruz está la Madre, suya y nuestra, que recibió en sus brazos aquella cruz con la que no queremos cargar, la aflicción o congoja, el lamento y la angustia de su divino Hijo. Y así hasta el final de los tiempos, cuando todos seamos llamados a la gloria eterna del Hijo y de la Madre, en sus brazos «los miembros de Cristo no tendremos nunca más ni hambre ni sed».
PARA LA VIDA
Un día mi madre me hizo una pregunta ¿cuál es la parte más importante del cuerpo? "Mis oídos, Mamá" Ella dijo: "No, muchas personas son sordas y viven felices. Y es así que le dije: "Mamá, la vista es muy importante para todos, entonces deben ser nuestros ojos." Ella me miró y me dijo: “No, es correcta porque hay muchas personas que son ciegas, y salen adelante aun sin sus ojos”.
El año pasado, mi abuelo murió. Todos estábamos dolidos. Lloramos. Incluso mi padre lloró. Mi madre me miraba cuando fue el momento de dar el adiós final al abuelo. Volvió a preguntar. Me asusté cuando me preguntó justo en ese momento. Pero ella vio la confusión en mi cara y me dijo, " pero hoy es el día en que necesitas saberlo". Ella me miraba como sólo una madre puede hacerlo.
Vi sus ojos llenos de lágrimas, y la abracé. Fue entonces cuando apoyada en mí, me dijo: "Hijo, la parte del cuerpo más importante es tu hombro. Todos necesitamos un hombro donde sostener la cabeza de un ser amado para llorar algún día en la vida, hijo mío. Yo sólo espero que tengas amor y amigos, y así siempre tendrás un hombro donde llorar cuando lo necesites, como yo ahora necesito el tuyo".
