San Juan 8, 1 - 11
" ¡Quien Esté Sin Pecado, que Tire la Primera Piedra! "
- La Mujer Adúltera: cuando levanta los ojos, la adúltera ve a uno que la mira de una manera distinta a los otros. Jamás había visto a un hombre observándola de aquella manera. Hasta ahora tenía experiencia de dos tipos de mirada: la mirada del deseo y la mirada de la condena. Y, quizás, en la escena evangélica, los protagonistas de esos tipos de mirada eran las mismas personas: Aquellos con las piedras en las manos y la condena en el corazón. Ahora sus ojos se cruzan con los de un hombre que "ve" en ella no un objeto de placer ni un blanco para las piedras de una sentencia cruel. Es necesario que, cada mañana, purifiquemos nuestra mirada. Se trata, en efecto, de: -Desvincularla de todo instinto de posesión. -Desarmarla de los elementos de hostilidad, agresividad, malignidad, dureza y condenación.-Rejuvenecerla, restituyendo la capacidad de sorpresa y de maravilla que hace nuevas las cosas y las personas y las devuelve el gusto del descubrimiento del otro. -Hacerla atenta al otro, es decir, capaz de ver al otro como yo quisiera ser visto por el otro.
- EL Pecado: En la tradición bíblica, el adulterio viene a significar la infidelidad de los componentes del pueblo elegido respecto a su Dios. Sus relaciones son las de un Dios-esposo, lleno de amor, que se desvive por un pueblo que, paradójicamente, se comporta como esposa infiel que paga a sus amantes con los regalos del esposo. De esta imagen matrimonial, central y continua en la Biblia, podemos sacar tanto el modelo de relaciones con Dios, como el concepto profundo de pecado. En la escena evangélica encontramos a una pobre mujer, que su pecado y los hombres le habían cerrado todas las salidas. Sólo Jesús fue el que le abrió un camino de libertad acogiéndola y depositando esperanza en ella: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
REFLEXIÓN
Resalta en este día el relato evangélico del perdón a la mujer adúltera. Este texto contrapone dos espíritus y dos actitudes: la de los letrados y fariseos, y la de Cristo. Somos como los letrados y fariseos cuando vivimos para sorprender el pecado de los demás, cuando hacemos preguntas capciosas para comprometer, cuando nos conformamos con ser externos cumplidores de todas las prácticas religiosas, cuando nos constituimos en jueces condenadores de los demás, cuando aplicamos la ley sin descubrir su espíritu.
Procedemos igual que ellos si no nos damos cuenta de que estamos cargados de miserias y por lo tanto no podemos juzgar al hermano. En contraposición encontramos la actitud de Cristo, el inocente que no condena a la mujer pecadora y que morirá condenado en la cruz para pagar por nuestros pecados. La mirada y la palabra limpia de Jesús pusieron en pie a una mujer que estaba postrada por tierra. Salva a la mujer no tanto de las piedras cuanto de ella misma, de su pasión descontrolada, de su inmadurez afectiva.
El Legislador Más Honesto del Mundo
Zaleuco de Locris, en el siglo VII A C, fue uno de los primeros legisladores griegos, pero hoy no tendría cabida en la política. Un hijo suyo fue acusado y condenado por un delito de adulterio o robo, según las fuentes, cuya pena era la pérdida de ambos ojos. El pueblo pidió a Zaleuco que lo perdonase.
«Perdonaré a medias a mi hijo, ya que no es él el único culpable, y mandaré que le saquen solo un ojo anunció; el otro me lo sacaré yo, pues siendo su padre debí haberlo educado mejor; así se dará cumplimiento a la ley, ya que esta nada dice sobre qué ojos hay que sacar.
Hoy, en la escena de la adúltera, vemos a Jesús en medio de esa “jauría” de acusadores, entendemos muy bien lo que señaló santo Tomás de Aquino: «La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad; y la misericordia sin justicia es ruina y destrucción». Dios nos perdona todo, absolutamente todo.