10° Domingo del Tiempo Ordinario, 5 de Junio 2016, Ciclo C


San Lucas 7, 11 - 17

“  ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! 

  1. La Muerte:  a veces no es fácil recuperarse. La ausencia del ser querido nos pesa demasiado, y la tristeza y el desconsuelo se apoderan de nosotros una y otra vez. Puede ser el momento de acudir a la propia fe. Desahogarse con Dios, da sosiego. Dios no rechaza nuestras quejas. Las entiende. Cuántos creyentes han encontrado de nuevo la fuerza y la paz en la oración. «No sé lo que hubiera hecho si no hubiera tenido fe; «Dios me está dando la fuerza que necesito.»
  2. La Vida: Jesús devuelve la vida al joven muerto en el pueblecito de Naín. Pero no se la devuelve por el simple tacto del féretro, que solo tiene por finalidad detener el cortejo, sino por la palabra de vida que sale de sus labios. Jesús nos invita a todos, especialmente a tantos que sufren, a levantarse para vivir en el amor y para dar testimonio de la misericordia.
  3. La Compasión:  es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente. En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de quienes seguimos a Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
  4. La Oración: en medio de la desesperanza y del dolor nos muestra la oración como camino de serenidad. En la Eucaristía sentimos que Cristo es la fortaleza que necesitábamos en medio del vendaval de la vida. En la muerte de un ser querido por la fe sabemos que hay una respuesta más allá del fracaso aparente.

REFLEXIÓN

   El Evangelio de hoy nos revela al Cristo compasivo, el cual ve el corazón no solamente la apariencia. La Madre Teresa nos llama para ver a Jesús escondido en el pobre, el enfermo, el cojo, el ciego, el solitario, el de corazón roto, el preso, el perdido y olvidado. El ve ese miedo en los ojos de la viuda de estar sola en el mundo. Ella no tendrá el lujo de un esposo o un hijo más. Él sabía lo que quería decir una procesión de un funeral para la madre viuda y su corazón sintió una tremenda compasión por ella. 
  Leemos en todas las lecturas que Dios demuestra gran compasión por los desvalidos. Él te dio a ti y a mí una vista muy de cerca y muy personal de su corazón. Las escrituras nos dicen que el amor de Dios dura para siempre. Puedes imaginarte el poderoso intercambio cuando escuchamos a Jesús diciéndole a la mujer muy suavemente «no llores.»? Después camina al frente, toca el ataúd y le dice al joven muerto «regresa a la vida otra vez.» ¿No crees que la vida de ella también regresó? Vamos a vernos los unos a los otros como El vio a esa madre. En gran poder Jesús levantó al joven a la vida. 
   La primera lectura demostró la fuerte fe de Elías levantando al niño de la muerte por medio de la palabra de Dios. Vemos en la segunda lectura el poder de la fe de Pablo dada por Dios para predicar las Buenas Noticias. El evangelio revela que Dios tiene gran compasión por el débil. Hoy, con el evangelio en la mano, nos acordamos de tantas familias que ven a sus hijos muertos en vida (droga, alcohol, vida fácil, sensualidad, falta de horizontes, alejados de la práctica religiosa, sin fuerza vital porque el futuro no tiene nada que ofrecer…). 
   A pesar de todo, los sacerdotes, los cristianos y la misma Iglesia siempre tendrá que repetir una y otra vez: ¡LEVÁNTATE…NO TODO ESTÁ PERDIDO! Dios está aquí contigo.

 PARA LA VIDA 

   Una hermosa niña de quince años se enfermó repentinamente, quedando casi ciega y paralitica. Un día escuchó al médico de cabecera, mientras le decía a sus padres: - Pobre niña; por cierto que ha vivido ya sus mejores días. - No, doctor - exclamó la enferma-, mis mejores días están todavía en el futuro. Son aquellos en los cuales he de contemplar al Rey en su hermosura. Esa es nuestra esperanza. No seremos aniquilados. 

   Cristo resucitó de entre los muertos como garantía de que nosotros también resucitaremos. La resurrección es el gran antídoto contra el temor de la muerte. Nada puede reemplazarla. Las riquezas, el genio, los placeres mundanales, no nos pueden traer consuelo en la hora de nuestra muerte. El Cardenal Borgia exclamó al morir: - ¡En mi vida me he preparado para todo menos para la muerte y ahora, ¡Ay de mí!, no me encuentro listo! Comparemos estas palabras con las de uno de los primeros discípulos: "Estoy cansado. Quiero dormir. Buenas noches." Estaba seguro de despertar en una tierra mejor.