San Lucas 9, 11 - 17
“ Éste es mi Cuerpo…Este es el cáliz de mi Sangre "
- El Pan: es el alimento más sólido. Si alguno se avergüenza de pedir pan, que deje todas sus cosas y acuda a la Palabra de Dios. Pues cuando alguno empieza a oír la Palabra de Dios, empieza a tener hambre. Empiezan los Apóstoles viendo de qué tienen hambre. Y si aquellos que tienen hambre aún no entienden de qué la tienen, Cristo lo sabe: sabe que no tienen hambre de alimento temporal, sino del alimento de Cristo, Pan vivo bajado del cielo.
- El Vino: Bebed todos de Él. "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre, que va a ser derramada por vosotros". San Cirilo declara: "No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las Palabras del Salvador, porque Él, que es la Verdad, no miente" Por tanto, con la Carne y la Sangre se halla presente Cristo todo entero: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
- La Fe: “Quien cree en mí tiene la vida eterna “(Jn. 6, 47). ¡Qué felices seríamos si tuviésemos una fe muy viva en el santísimo Sacramento! Porque la Eucaristía es la verdad principal de la fe; es la virtud por excelencia, el acto supremo del amor. La fe en la Eucaristía es un gran tesoro; pero hay que buscarlo con sumisión, conservarlo por medio de la piedad y defenderlo aun a costa de los mayores sacrificios. No tener fe en el santísimo Sacramento es la mayor de todas las desgracias.
- La Eucaristía: La Eucaristía es la consagración del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la Cruz. La Eucaristía es Jesús real y personalmente presente en el pan y el vino que el sacerdote consagra.
REFLEXIÓN
En el Evangelio de hoy hemos leído el relato de la multiplicación de los panes y los peces. En esta fiesta del Corpus, debemos entender este relato también en lenguaje eucarístico. Nuestra Eucaristía nos indica que Cristo ofreció su vida para salvar a todos los hombres, sin excepción alguna.
-El “Tomad y comed” y “Tomad y bebed” llena nuestras entrañas y nuestras venas del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo y, cuando así lo creemos y sentimos, vemos que nuestros cuerpos y nuestra sangre se mueven y vibran por lo mismo que conmovió a Jesucristo: la Gloria de Dios y la salvación de los hombres.
-“Dadles vosotros de comer”, les pide Jesús. Es entonces cuando se produce el milagro. El milagro de una comunidad donde no hay necesidades, donde todo fluye a raudales y que incluso sobra. El milagro que se produjo allí fue el compartir. Ya el Papa Benedicto XVI nos había hablado de la nueva “imaginación de la caridad”. La Eucaristía, como Jesús la entendió, es la gran señal de una comunidad en torno a una misma mesa, donde a nadie le falta nada y donde todo es alegría de vivir.
ORACIÓN
En aquella última cena Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial de su vida. Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino, que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino. Bajo símbolos diversos y en diferentes figuras, se esconden ciertas verdades maravillosas, profundas. Su sangre es nuestra bebida; su carne, nuestro alimento; pero en el pan o en el vino Cristo está todo completo. Amén.
PARA LA VIDA
Si usted sale a su jardín y arroja al suelo un poco de aserrín, los pájaros no se fijarán en él; pero sí en cambio arroja migas de pan, en seguida verá cómo los pajaritos bajan de los árboles para arrebatarlas. El que es realmente hijo de Dios conoce bien la diferencia, por así decirlo, entre el aserrín y el pan.
Muchos, equivocadamente, están comiendo del aserrín del mundo, en lugar de ser alimentados por el Pan que desciende del cielo. Lo único que puede satisfacer los anhelos del alma es la Palabra del Dios viviente: Jesús Eucaristía.
LA MAYOR NECESIDAD
¿Qué necesita el hombre hambriento? ¿Dinero? En absoluto. ¿Fama? Tampoco. ¿Buena ropa? Menos. Lo que necesita es alimento. ¿Qué necesita un hombre sediento? ¿Acciones en la Bolsa? No. Necesita agua. Y cuando obramos con sinceridad y decisión, y necesitamos el pan del cielo y el agua de la vida, no debemos detenernos hasta conseguirlos.
La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro Pan de cada día; pero recibámoslo de manera que no sólo fortalezca el cuerpo sino el alma, la mente y todo el ser. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día”.
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