San Mateo 17, 1 - 9
" ¡Señor, Qué Bien se Está Aquí! "
- Transfiguración: meditar sobre la Transfiguración del Señor nos ha de impulsar a centrar nuestra mirada en Jesucristo, Revelador y Revelación del Padre; a llenarnos de esperanza, aguardando nuestra resurrección futura, y a buscar en nuestra vida tiempos y espacios que nos permitan escuchar la voz de Dios.
- Escuchar: la invitación, el consejo o mandato nos viene del Mismo Dios. Las palabras del Padre son claras: «Este es mi Hijo amado», el que tiene su rostro transfigurado. «Escuchadle a él», a nadie más. Él es el Hijo amado de Dios. Es nuestro Maestro, Profeta y Señor. Su voz es la única que hemos de escuchar. Y esa voz se oye conociendo bien la Sagrada Escritura, la Tradición viva y el Magisterio de la Iglesia.
- Contemplar: quien ha contemplado el rostro del Hijo y ha escuchado la voz del Padre, en cada encuentro diario o dominical, no puede permanecer indiferente ante los rostros y las voces de nuestro tiempo. Somos llamados a contemplar los gestos solidarios de quienes creen en un mundo, una sociedad y una Iglesia distinta. Hombres y mujeres que siguen creyendo que «no hay amor más grande que dar la vida» (cf. Jn 15, 13) como lo hizo Jesús, como lo hicieron tantas personas a lo largo de la historia.
- La Cruz: El Camino de ascenso al Padre pasa por la cruz. La vida cristiana es una vida transfigurada, esto es, una vida que se vive en plenitud desde la conciencia de ser hijos de Dios. Esta voz del Padre es la consagración de la suprema ley del cristianismo: la ley de las humillaciones y del dolor para llegar a la gloria... Antes de llegar al monte Tabor es necesario pasar por el monte de Getsemaní y por el monte Calvario... No hay glorificación sin agonía y cruz.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
Jesús sólo responde a los que, transfigurados como Él por la pobreza, el dolor y la humildad, van a Getsemaní y al Calvario…
REFLEXIÓN
Para hacernos una idea, lo que ocurrió en la Transfiguración podría explicarse, aunque muy imperfectamente, diciendo que la divinidad “atravesó” el velo de la humanidad de Jesús y su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz. Además, aparecieron Moisés y Elías hablando con Él. Todo esto le hizo exclamar a Pedro: ¡Señor, que bien se está aquí! De esa manera, Jesús les mostraba a sus discípulos, anticipadamente, la gloria que iba a recibir por su pasión y su muerte.
Los apóstoles, además de contemplar la gloria de la divinidad de Jesucristo, cubiertos por una nube de luz, oyeron esta voz del cielo: “Éste es mi Hijo, el Amado, en quien yo me complazco: escuchadle”.
Es la voz del Padre que ya se oyó en el Bautismo de Jesús.
Santo Tomás de Aquino relaciona las teofanías del Bautismo y de la Transfiguración de Jesús de esta manera: Así como en el Bautismo del Señor, donde fue declarado el misterio de la primera regeneración, se mostró la acción de toda la Trinidad, ya que allí estuvo el Hijo Encarnado, se apareció el Espíritu Santo en forma de paloma, y allí se escuchó la voz del Padre; así también la Transfiguración, que es como el sacramento de la segunda regeneración (la resurrección), apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, y el Espíritu Santo en la claridad de la nube; porque así como Dios Trino da inocencia en el Bautismo, de la misma manera dará a sus elegidos el fulgor de la gloria y el alivio de todo mal en la Resurrección. (Suma teológica).
Lo ocurrido en el monte Tabor repercutió, sin lugar a duda, en la vida de Jesús y en la de los apóstoles. Jesús era hombre verdadero, semejante en todos a nosotros, menos en el pecado. Por eso, Jesús no era insensible al dolor que se le venía encima, con la pasión y la cruz. Puede darse por seguro que la vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial sería, para Él, un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.
PARA LA VIDA
Un pobre campesino regresaba del mercado al atardecer. Descubrió de pronto que no llevaba su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta. El pobre hombre estaba afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus plegarias. Entonces oró de este modo: He cometido una verdadera estupidez, Señor. He salido sin mi libro de rezos.
Tengo tan poca memoria que sin él no sé orar. De modo que voy a decir cinco veces el alfabeto muy despacio. Tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar las plegarias que ya no recuerdo. Y Dios dijo a sus ángeles: De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha salido sin duda alguna, la mejor. Una oración que ha brotado de un corazón sencillo y sincero.
Este Domingo se nos invita a subir a la montaña del Tabor para contemplar a Cristo transfigurado y resplandeciente. Desierto y Montaña son en la Biblia lugares privilegiados de encuentro con Dios. En ambos espacios, que son primeramente interiores, no hay estorbos, ni distracciones, sólo hay silencio, inmensidad e infinitud. Tampoco hay muchos apoyos ni compañía.
Así se impide la huida. En el desierto y la montaña Dios habla al corazón, lejos del ruido de la gran ciudad que nos impide entrar en nosotros mismos. Allí no hay escapatoria ni excusas. No hay otra música que el silbido del viento, ni más luz que la de las estrellas. Allí sentimos el peso de la soledad ante Dios, y la verdad de nosotros mismos. Pero nunca una soledad angustiosa. Es la soledad habitada por la plenitud del verdadero Amor.