San Mateo 14, 22 -33
" ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! "
- La Barca: símbolo de la Iglesia que, a lo largo de la historia humana, pasará por zozobras, dificultades, incomprensiones o persecuciones. A pesar de la debilidad humana, incluida la de Pedro, la Iglesia seguirá adelante. El mismo Cristo que dijo a los apóstoles no temáis, soy yo, prometió a la Iglesia entera: yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos.
- El Miedo: aunque es natural tener miedo frente a lo desconocido, las tragedias, terremotos, tormentas, enfermedad y muerte, a Dios lo encontramos más allá del temor y de la muerte, susurrando a nuestros oídos las mismas palabras que Jesús dice a sus discípulos temerosos de verlo caminar sobre las aguas: “Animo, no tengan miedo, soy yo”.
- La Fe: consiste, -gracias a la certeza de la presencia de Dios-, en no dejarse paralizar por el miedo. Cuando más vulnerables y frágiles nos sentimos, la fe nos mueve a no dejarnos arrastrar por el temor. La fe nos dispone en una actitud de escucha, una actitud receptiva, para así percibir la voz de Dios en el interior de nuestros corazones, diciéndonos amorosamente: “No tengas miedo, soy yo”.
- La Misión: el verdadero misionero no tiene que preocuparse de los bienes de éste mundo, sino poner toda su confianza en la providencia del Señor, seguro de que, mientras permanezca en la caridad y se apoye en esta confianza, estará siempre bajo la protección de Dios; por consiguiente, no le sucederá nada malo ni le faltará bien alguno.
- La Iglesia: son muchos los que creen que la Iglesia está viviendo momentos difíciles porque los vientos ya no son favorables como hace cincuenta años.¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Jesús no nos dice hoy esto a través de los grandes medios de comunicación, ni en los usos y costumbres de la sociedad en la que hoy vivimos. Pero sigue diciéndolo a través de muchísimos cristianos santos y comprometidos que, con su ejemplo y con su palabra, han sabido y saben hacer frente a las dificultades externas en las que les ha tocado y les toca vivir. Juan Pablo II, Teresa de Calcuta, por ejemplo, son tan sólo unos nombres muy conocidos entre los miles de cristianos valientes.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
El mar en el que navega hoy nuestra iglesia es un mar hostil y los vientos que hoy soplan más fuertes en nuestra sociedad, son vientos que intentan hundir la barca de nuestra fe. En estas circunstancias es fácil entender que muchos cristianos se sientan tentados a pensar que Jesús es ya sólo un fantasma, un cuerpo sin vida que flota en el aire de nuestra débil creencia y que sirve ya más para asustar y amedrentar, que para consolar y dar ánimo.
Por eso, debemos seguir leyendo el relato evangélico y escuchar con atención lo que Jesús dice a los discípulos. Jesús se retiró a orar. Imaginamos a Jesús agotado físicamente después de haber saciado el hambre de la gente y de haberse despedido de todos. Los discípulos se han ido a pescar, pero él necesita retirarse a solas para orar. Si el mismo Jesús necesita orar, ¡cuánto más nosotros! La barca de los discípulos se deja llevar sin rumbo por el viento. Así es nuestra vida: caminamos sin rumbo, arrastrados por nuestras pasiones, por las ideologías del mundo sin un objetivo fijo, sin fuerzas para enderezar nuestra vida. Pero Jesús acude en nuestra ayuda caminando sobre las aguas turbulentas del mundo.
“¡Señor, sálvame!". Pedro se quiere hacer el valiente y quiere poner a prueba sus propias fuerzas. Pero le entró miedo, comenzó a hundirse y suplicó "¡Señor, sálvame!". Intuyó el poder de Jesús y por eso se dirige a él caminando sobre las aguas, pero luego piensa en las dificultades y los problemas y esto le provoca el hundimiento. Esto le ocurre por dejar de mirar a Jesús y poner los ojos en otro sitio. El conocimiento de nosotros mismos, de nuestras miserias y oscuridades nos desconcierta, sólo en le fe, aferrados a Jesús, él nos ayuda a caminar.
¿Cómo encontrarnos con Jesús? Es aleccionadora en este sentido la lectura del Libro primero de los Reyes: el profeta Elías huyendo de Jezabel se metió en una cueva del monte Horeb. Recibió el anuncio de que el Señor iba a pasar. Pero no le vio en el huracán, ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, el Señor vino con la brisa tenue. Es imposible descubrir a Dios en el ruido, cuando estamos fuera de nosotros mismos. Dios está en todos los sitios, pero es imposible percibirle si no nos sumergimos en la oración. De lo contrario, nos hundimos en la tormenta.
PARA LA VIDA
Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida.
Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis hombros”