San Marcos 1, 40 - 45
“Si Quieres, Puedes Purificarme”
- La Lepra: Era una horrible enfermedad considerada en la antigüedad, y aún hoy, como una maldición. “Al golpeado por la lepra se le consideraba como un muerto viviente. Su curación se comparaba con la resurrección de un muerto”. Al leproso se le declaraba 'impuro', es decir, no podía entrar en contacto con nadie, ni vivir con la familia, ni en el pueblo: "Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del pueblo". Con esta medida, para nosotros cruel e inhumana, se quería evitar el contagio físico y aun moral, puesto que se pensaba que el leproso recibía el justo castigo por sus pecados.
- El Pecado: el mal que hay en el hombre, también lo juzgamos contagioso. Pero no es posible separar al pecador, porque todos somos pecadores ("el que dice que no tiene pecado -dice san Juan -es un mentiroso" y "el diablo - dice Jesucristo- es el padre de la mentira"). Es decir, el pecado es un mal. De ahí que el cristiano -siguiendo a Jesucristo- deba luchar contra este mal.
- La Indiferencia: es no tener en cuenta ni bien ni mal. Jesucristo no excluye a nadie. Pero no deja el mundo igual. Jesucristo ama a cada hombre - a cada pecador, porque el pecado es como la lepra - y por ello no se desentiende de su mal, de su lepra, sino que la cura. Es decir, lucha contra el mal, porque ama al hombre, a cada hombre, a cada pecador (dicho de otro modo, ama a cada hombre y por ello quiere salvarle, liberarle, curarle).
- La Confesión: es expresión del poder y de la misericordia de Dios. Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la Penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: Tus pecados te son perdonados”9. Oímos a Cristo en la voz del sacerdote. En la Confesión nos acercamos, con veneración y agradecimiento, al mismo Cristo; en el sacerdote debemos ver a Jesús, el único que puede sanar nuestras enfermedades.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
La lepra, por su carácter desfigurador del cuerpo, ha sido considerada siempre como un símbolo del pecado. Efectivamente, el pecado desfigura y arruina la imagen de Dios que el Espíritu Santo esculpió en nosotros el día de nuestro bautismo. El pecado es como la lepra en el orden espiritual: pues va borrando progresivamente la imagen de Dios en nosotros.
Por eso, nosotros que nos confesamos pecadores, que a lo mejor nos hemos apartado de la comunión de vida con el Señor, necesitamos como el leproso pedir al Señor que nos limpie, que nos purifique. No tengamos miedo de acudir a Jesús en busca de salud; él nos espera, él viene a nuestro encuentro como médico de las almas y de los cuerpos; sólo espera oír de nosotros: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Su respuesta es siempre la misma: "Quiero, queda limpio". Porque esta es la voluntad de Dios: que seamos curados, que quedemos limpios de todos los pecados, para poder participar de los dones de la salvación, de la amistad divina.
Quedar limpio equivale a vivir en gracia, de modo que toda nuestra vida sea un testimonio de Dios, como nos ha recomendado el Apóstol: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. La vida del cristiano que se esfuerza por acercarse a Jesucristo y vivir según el Evangelio es la verdadera gloria de Dios, como se pone de relieve en la vida de los santos.
Nosotros, como el leproso del Evangelio, tenemos necesidad también de acercarnos a Jesús para que nos cure; él lo está deseando, sólo falta que, como el leproso, busquemos a Jesús, nos pongamos en camino hacia él, conscientes de nuestros pecados. Jesús, médico de las almas y de los cuerpos, nos conforta con su palabra y nos invita a participar del alimento de salvación, de la medicina de salud, que es la Eucaristía.
El leproso responde a la llamada de Jesús: divulga lo sucedido. Al sentirse libre, se libera de cuanto lo esclavizaba y se convierte en agente de evangelización.
PARA LA VIDA
¿Han oído alguna vez la palabra Molokai? Para mí es una palabra de mi infancia, de mi catequesis, una palabra de miedo y de esperanza. Molokai fue una isla maldita durante muchos años. En ella vivían sólo leprosos que gritarían como los que describe el libro del Levítico como impuros. Y allí vivían separados del resto de los hombres.
La compasión que sintió Jesús por el leproso del evangelio ha existido siempre en la iglesia de Jesús. Un día, un sacerdote, el P. Damián decidió ejercer su ministerio entre los leprosos de Molokai. Y se entregó a ellos con la misma compasión de Jesús. Y un día comenzó su predicación con estas palabras: "Mis hermanos leprosos".
Aquel día el P. Damián no sólo era el párroco era también su igual, era un leproso más. Nunca volvió a su tierra y murió de lepra. Como leproso que era tenía prohibido salir de la isla maldita. Como ven la ternura de Dios sigue viva y se manifiesta a través de sus hijos. Y se manifestó con poder en la actuación de su mejor hijo: Jesús de Nazaret.