San Lucas 3, 10 - 18
“Estad Siempre Alegres en el Señor”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- Alegría: esta alegría interior y bondadosa. Es la que deben ver en los cristianos todas las personas con las que convivimos. Una alegría hecha de paz, de perdón, de amor y de verdad. Es “la paz de Dios que llena nuestros corazones, custodia nuestros pensamientos, eleva nuestras almas al Señor y nos conecta en la paz con todos.
- Compartir: hay quienes lo tienen todo. Lo más sagrado es abrir nuestro corazón a Dios mirando las necesidades de los que sufren. «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
- La Conversión: no podemos negar nuestros pecados. Pero Dios los puede cancelar. El amor de Dios es más fuerte que nuestras debilidades y pecados; el amor de Dios salva a todos. “el Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. El amor de Dios es más fuerte que nuestras debilidades y pecados; el amor de Dios salva a todos los que, con humildad, se acogen a Él.
- La Paz: que se manifiesta en el talante de la persona, que se contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota al creyente transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de imperturbabilidad espiritual, que provoca en todos, admiración.
REFLEXIÓN
Este Domingo es llamado el domingo de “GAUDETE” = (DE GOZO Y ALEGRÌA). La razón fundamental de esta alegría está en la esperanza de que sea el Señor mismo el que vendrá a liberarnos de nuestros males presentes. La alegría de la navidad, la más auténtica y duradera, surge cuando el hombre sabe que hay un Dios que viene; que está cerca; que nos quiere y que sale a nuestro encuentro para salvarnos. Adviento es el encuentro del Señor con sus amados.
Pero la alegría cristiana es la de un Dios que no sólo está presente o vigente sino la de un Dios que se implica y se alegra con la alegría de todas las personas. Un Dios que toma la iniciativa. La alegría cristiana no es un estado de ánimo sino el reflejo de un Dios que se acerca al hombre y de un hombre que sale al encuentro de Dios. Una alegría cristiana que implica el contagio tanto mediante nuestra predicación como por nuestra actuación justa, como recordará Juan.
Si la única manera de renovar el mundo es por el amor, como recuerda rotundamente el profeta Sofonías y como en realidad nos enseña el misterio de la Encarnación, la alegría es la medida del contagio de ese amor, de ese verdadero encuentro entre Dios que busca al hombre y el hombre que busca a Dios.
Sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza.
PARA LA VIDA
Míster Liddel era el presidente de la gran empresa Maximus, dueña de media docena de bancos y de siete grandes industrias internacionales. Todo conseguido por su buen olfato para los negocios. Un día llegó a la reunión de accionistas. De pronto, al fondo del salón observó A un limpiabotas. Era un viejo negro de aspecto humilde, con las manos sucias y con la ropa harapienta.
Míster Liddel no lo había visto jamás, pero tenía unos minutos libres y podía permitirse el lujo de hacerse sacar un poco más de brillo a su fabuloso par de zapatos de 600 euros que llevaba puestos. El viejo negro trabajó con gran habilidad. Al terminar, Míster Liddel fue a darle un euro, pero se encontró con su mirada. Una mirada extraña, profunda, con una luz bondadosa y divertida que le brillaba dentro. Al levantarse del banquillo, los zapatos de Míster Liddel salieron disparados como cohetes, llevándolo fuera del salón.
Parecía que iba a un maratón, eso sí, un maratón un poco extraño. Los zapatos lo llevaron delante de un niño pobre sin piernas que pedía limosna en la calle, y no se movieron de allí hasta que Míster Liddel vació todo el contenido de la cartera en las manos del chaval aterrorizado. Luego, los zapatos llevaron a Míster Liddel hacia suburbios llenos de pobres chabolas y de gente que sufría, y de cuya existencia Míster Liddel nunca había oído. Los zapatos lo obligaron a ver lágrimas, soledad, miseria, abandono.
Después de unas cuantas horas, Míster Liddel estaba muy cansado, pero se sentía distinto. Por primera vez veía de verdad a la gente. Y para terminar, al atardecer, los zapatos hicieron una cosa inesperada: llevaron a Míster Liddel a una iglesia. Y es que no había vuelto a ella desde la primera comunión. Y vio al fondo una lucecita roja que brillaba. De pronto se acordó de la mirada profunda del limpiabotas negro y se sintió feliz como nunca se había sentido, y de repente lo comprendió todo.