“El Señor Asciende entre Aclamaciones”
Homilía PadreLuis Guillermo Robayo M.
- Ascender: si Jesús ha ascendido, también nosotros ascenderemos hasta llegar a la altura de la Gloria de Dios, a cuya semejanza hemos sido creados. Porque también nosotros le veremos tal cual es, cara a cara.
- La Misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío». «La Iglesia, enriquecida por los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios.
- La Gran Responsabilidad: exige de nosotros el compromiso en la realización de su promesa. Exige no boicotear la esperanza de los que sufren, sino hacerse solidario con ellos. Es la hora de recoger el "relevo" que Cristo nos da. Es la hora de la Iglesia y del Espíritu. Es la hora de la madurez y el compromiso. Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios.
- El Espíritu Santo: no tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor para empezar a disfrutar de la fuerza salvadora del Espíritu. Dios ya está entre nosotros y es su Espíritu el que nos guía. Con su resurrección, Cristo nos regaló la victoria sobre la muerte, con su ascensión nos enseñó a buscar las cosas de arriba y con el envío de su Espíritu nos infundió fuerza y vigor para no desfallecer ante las dificultades.
REFLEXIÓN
Celebramos con gozo la ascensión de Jesucristo, ante todo por lo que a Él se refiere y por lo que a Él le afecta, pero en ella, estamos implicados todos, es algo que nos toca íntimamente también a nosotros.
En la fiesta de la ascensión celebramos la plenitud de la victoria de Jesucristo sobre la muerte; es, por tanto, la culminación de la resurrección.
Con la ascensión, se nos quiere dar a entender que Cristo, resucitado de entre los muertos, ha entrado definitivamente en el misterio de Dios de donde procedía: “salí del Padre y vuelvo al Padre”. A esto nos referimos cuando confesamos en el Credo que Cristo está sentado a la derecha del Padre, según la enseñanza del Apóstol cuando habla de “la fuerza poderosa que Dios desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo”.
Aquél que había nacido en la pobreza de Belén; aquél que pasó como uno de tantos entre los hombres, sin llamar la atención, aquél que predicó la buena noticia del Reino de Dios, y se acercó a los pobres, enfermos y pecadores para darles vida y salvación, aquél que fue rechazado y muerto en la cruz, hoy, en el misterio de la ascensión, sube al Padre con su cuerpo glorificado, el mismo cuerpo que nació de la Virgen María.
La victoria de la resurrección se consuma, se visibiliza en la mañana de la ascensión: el que había muerto como un condenado, hoy “asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas”.
El encargo que Jesús nos dejó en su ascensión sólo lo podemos llevar a cabo con la fuerza del Espíritu, el mismo Espíritu que lo sostuvo a él en la realización de la obra de la redención, actúa ahora en la Iglesia y en cada uno de nosotros para que seamos testigos del amor de Dios manifestado en Cristo.
PARA LA VIDA
Un día San Francisco de Asís, al salir del convento, se encontró con Fray Junípero. Fray Junípero era un fraile bueno y sencillo y san Francisco lo quería mucho. Al cruzarse con él, le dijo: -Fray Junípero, vente conmigo a predicar -Padre -le contestó éste- tú sabes que tengo pocas letras. ¿Cómo me las voy a arreglarlo para predicar a la gente? Pero ante la insistencia de san Francisco, Fray Junípero acabó por aceptar.
Dieron vueltas y vueltas por toda la ciudad, rezando en silencio por todos los que estaban trabajando en las tiendas y en los huertos. Sonrieron a los niños que pasaban, en especial a los más pobres. Se entretuvieron charlando un rato con los ancianos. Repartieron caricias a los enfermos y a los impedidos.
Y ayudaron a una pobre mujer a llevar un pesado cántaro lleno de agua. Después de haber recorrido varias veces la ciudad en una y otra dirección, san Francisco dijo: -Fray Junípero, ya es hora de volver al convento. - Pero, ¿y nuestra predicación? –preguntó sorprendido Fray Junípero. - ¿Y qué crees tú que hemos hecho por la ciudad sino predicar? – contestó sonriente San Francisco.
Ser simplemente, como dice la historia, un cristiano de verdad, y que ese testimonio- predicación se manifieste en las únicas obras que el mundo hoy cree: la justicia, la paz, el amor, la solidaridad.