San Juan 20, 19-23
“Recibid el Espíritu Santo”
Homilía PadreLuis Guillermo Robayo M.
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1. 1. Pentecostés: es el fruto maduro de la pascua y el comienzo de la Iglesia que, animada
por el Espíritu Santo, constituye el nuevo Pueblo de Dios. Iglesia que comienza
a proclamar el Evangelio a todas las naciones y convoca a la salvación, a todos
los llamados por Dios.
2. 2. El Envío: fue a partir del día de Pentecostés cuando recibieron la fuerza del
Espíritu Santo como motor de sus vidas, que les impulsó a predicar, primero a
los judíos y después a los gentiles, el evangelio del Reino, tal como lo habían
escuchado de boca del mismo Jesús.
3.
3. Los Dones: el don de sabiduría nos capacita para
distinguir la realidad de la fantasía y vivir en consecuencia. El sabio es
aquel que encuentra el secreto de la felicidad: la vida según Cristo. El
entendimiento nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la
sociedad para el bien común. Tener una mente abierta es señal de inteligencia.
El don de consejo nos lleva a indagar bajo lo visible para descubrir las
causas ocultas y poder ayudar al que nos lo pide. La piedad nos protege del
egoísmo y del materialismo. La ciencia nos marca una dirección
consistente en nuestras vidas, nos ayuda a conocer cómo son las cosas. El temor
de Dios, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace
realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere
defraudarle. La fortaleza es necesaria para un verdadero amor, pues nos da
valor para asumir un compromiso auténtico y maduro. Con los dones que el
Espíritu nos regala todo es posible desde ahora.
REFLEXIÓN
El
pasaje evangélico nos ofrece, después, una imagen maravillosa para aclarar la
conexión entre Jesús, el Espíritu Santo y el Padre: el Espíritu Santo se
presenta como el soplo de Jesucristo resucitado (cf. Jn 20,
22). El evangelista san Juan retoma aquí una imagen del relato de la creación,
donde se dice que Dios sopló en la nariz del hombre un aliento de vida
(cf. Gn 2, 7).
El soplo de Dios es vida. Ahora, el Señor sopla
en nuestra alma un nuevo aliento de vida, el Espíritu Santo, su más íntima
esencia, y de este modo nos acoge en la familia de Dios. Con el Bautismo y la
Confirmación se nos hace este don de modo específico, y con los sacramentos de
la Eucaristía y de la Penitencia se repite continuamente: el Señor sopla en
nuestra alma un aliento de vida. Todos los sacramentos, cada uno a su manera,
comunican al hombre la vida divina, gracias al Espíritu Santo que actúa en
ellos.
En la
liturgia de hoy vemos también una conexión ulterior. El Espíritu Santo es
Creador, es al mismo tiempo Espíritu de Jesucristo, pero de modo que el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y único Dios. Y a la luz de la primera
lectura podemos añadir: el Espíritu Santo anima a la Iglesia. Esta no procede
de la voluntad humana, de la reflexión, de la habilidad del hombre o de su
capacidad organizativa, pues, si fuese así, ya se habría extinguido desde hace
mucho tiempo, como sucede con todo lo humano. La Iglesia, en cambio, es el
Cuerpo de Cristo, animado por el Espíritu Santo.
Por
último, el Evangelio de hoy nos entrega esta bellísima expresión: «Los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor» (Jn 20, 20). Hoy, en Pentecostés, esta expresión
está destinada también a nosotros, porque en la fe podemos verlo; en la fe
viene a nosotros, y también a nosotros nos enseña las manos y el costado, y
nosotros nos alegramos. Por ello queremos rezar: ¡Señor, muéstrate! Haznos el
don de tu presencia y tendremos el don más bello: tu alegría. Amén.
PARA LA VIDA
Un joven de una familia cristiana tenía multitud de
dudas sobre su religión y, debido a la influencia de un amigo ateo, decidió
dejar de creer en Dios. El joven era deportista y, sobre todo, le gustaba
nadar. Una noche de verano se coló en la piscina de su universidad. Todas las
luces estaban apagadas, pero como la noche estaba clara y la luna brillaba
había suficiente luz para practicar. El joven subió al trampolín más alto, fue
hasta el borde y se giró para lanzarse de espaldas a la piscina, al mismo tiempo
que levantaba los brazos.
En ese momento abrió los ojos y miró al frente,
viendo su propia sombra en la pared. La silueta de su cuerpo dibujaba
exactamente la forma de una cruz. Entonces, sin saber muy bien por qué, se
quitó del trampolín y se arrodilló pidiendo a Dios que volviera a entrar en su
vida. Mientras el joven permanecía quieto, el personal de limpieza entró en el
local y encendió las luces para trabajar en la piscina que habían vaciado unas
horas antes.
Moraleja: Dios cuida de nosotros a través de su Espíritu Santo,
quien nos guía hacia Jesús y nos hace entregarnos a Él. Sólo nos pide confianza
y entrega. Él se encarga del resto. Déjate llenar de Dios, abre tus puertas a
Cristo, no tengas miedo, como nos decía el papa Juan Pablo II, y repite incesantemente
el Evangelio. Recuerda siempre que “lo
que Dios te pide te lo da”.