22° Domingo del Tiempo Ordinario, 1 de Septiembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 14, 1. 7-14


 ¡El Que Se Humilla Será Enaltecido” 


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1. El Sabio: transmite generoso lo que generosamente le entregó la vida. Da de todo corazón. Da una parte de su corazón, una parte de su vida. Deposita fuera de sí una parte de su persona. Tras el sabio que habla, se encuentra Dios. Tras el maestro que enseña, se esconde el Padre. La Sabiduría de Dios engendra sabios; la Palabra del Padre crea Hijos. Dios se manifiesta al que le escucha atento; llena la mano del que se la tiende abierta; da al que pide humilde y enseña al que busca la Sabiduría
2. La Voz de Dios: debe ser escuchadaCristo ha abierto el acceso a Dios. El único, el verdadero acceso. La Voz de Dios, su Hijo, es audible; no espanta, atrae; no aterra, consuela; no hiere, sana; no mata, salva. La Voz del Hijo nos hace hijos; como la voz del siervo Moisés hacía siervos. Jesús no es un mediador; es el Mediador. Y la alianza es la eterna Alianza. La Voz de Dios se ha hecho carne nuestra. Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos. No lo rodea niebla y fuego, sino luz y Espíritu. Por eso, ¡hay que oír su voz!
3. Los Invitados: Dios coloca en los primeros puestos a los que se tienen por nada: a los pequeños, a los inútiles, a los que no ven en sí motivo alguno para colocarse en los primeros. No se trata simplemente de dar, de socorrer. Se trata de invitar, de acoger en torno a sí, como amigos y hermanos, al grupo de personas que desdicen, que rebajan, que son mal vistos y viven marginados. Dios lo hace así. Y si Dios así lo hace, así debe hacerlo el hombre.
4. La Humildad: Dios mira complacido al pequeño, al pobre, al humilde. Al que no encuentra en sí nada en qué gloriarse, en qué considerarse más que los demás. Ser humilde es reconocernos ante Dios y ante los demás tal cual somos, sin apariencias ni falsas modestias. Sabemos que el orgullo y la ambición pueden llevar a los seres humanos a la humillación, mientras que el ser de verdad humildes nos lleva a ser más amados por los demás. 

REFLEXIÓN

   La liturgia de este domingo nos propone una reflexión sobre los valores esenciales que acompañan al desafío del “Reino”: la humildad, la gratuidad, el amor desinteresado. 
En la primera lectura, un sabio de inicios del siglo II antes de Cristo aconseja la humildad como camino para ser agradable a Dios y a los hombres, para tener éxito y ser feliz.
La segunda lectura invita a los creyentes, instalados en una fe cómoda y sin grandes exigencias, a redescubrir la novedad y la exigencia del cristianismo; insiste en que el encuentro con Dios es una experiencia de comunión, de proximidad, de amor, de intimidad, que da sentido al caminar del cristiano.
El Evangelio nos sitúa en el ambiente de un banquete en  casa de un fariseo. Este encuentro es el pretexto para que Jesús hable del “banquete del Reino”. A todos los que quieran participar en ese “banquete” él les recomienda humildad; al mismo tiempo, denuncia la actitud de aquellos que conducen sus vidas con la lógica de la ambición, de la lucha por el poder y por el reconocimiento social, de la superioridad sobre los otros. 

   ¡Qué distinto sería todo si de verdad no estuviéramos buscando el propio interés, sino que pusiéramos el de los demás en primer lugar! Comencemos por el hogar, en el trato del esposo hacia la esposa y viceversa. Cuando el matrimonio se realizó por amor, se supone que la tarea principal de ambos es hacer feliz al otro, y así ambos pueden ser felices. ¡Cuántas veces hay uno que sufre por culpa del otro!
Creerse superiores es un signo claro de “complejo de inferioridad”. El que se cree superior demuestra no tener la seguridad personal que caracteriza a una persona humilde.

 PARA LA VIDA 

   Durante su estadía en la ciudad de París, el poeta alemán Reinero María Rilke pasaba todos los días por un lugar donde se hallaba una mendiga. Ella estaba sentada, espaldas a un muro de una propiedad privada, en silencio y aparentemente sin interés en aquello que solía ocurrir a su alrededor. 

   Cuando alguien se acercaba y depositaba en su mano una moneda, rápidamente con un ademán furtivo guardaba ese tesoro en el bolsillo de su desgarbado abrigo. No daba nunca las gracias y nunca levantaba la vista para saber quién fue el donante. Así estaba, día tras día, de espaldas contra aquella pared. Un día, Reinero María pasó con un amigo y se paró frente de la mendiga. Sacó una rosa que había traído y la depositó en su mano. 

   Aquí pasó lo que nunca había ocurrido: la mujer levantó su mirada, agarró la mano de su benefactor y, sin soltarla, la cubrió de besos. Enseguida se levanta, guarda la rosa entre sus manos y lentamente se aleja del lugar. Al día siguiente no se encontraba la mujer en su lugar habitual y tampoco durante el día siguiente y el siguiente; y así durante toda una semana. 

   Con asombro, el amigo le consulta a Reinero María acerca del resultado tan sorprendente de su dádiva. Rilke le dice: - "Se debe regalar a su corazón, no a su mano." Tampoco se aguantó el amigo la otra pregunta acerca de cómo haya vivido la mendiga durante todos estos días, ya que nadie ha depositado ninguna moneda en sus manos. Rilke le dijo: "…De la rosa…".