6° Domingo del Tiempo Ordinario,16 de Febrero de 2020, Ciclo A


San Mateo 5, 17 - 37

Dichosos los que Caminan en la Voluntad del Señor

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Libertad: Dios creó al hombre, y lo adornó con el don de la libertad. Si es verdad que al hombre no se le imponen ni siquiera la vida y la muerte y que el camino que los hombres siguen depende de ellos mismos, sin embargo, es cosa clara que los que obedecen a lo mandado por el Señor reciben la vida y la bendición.
2.-La Ley: propuesta por Dios a su pueblo son obras de amor, y la observancia de sus mandamientos, sobre todo por parte del hombre libre, actos de amor. Sin embargo, Cristo afirma que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud. La ley ha adquirido una nueva forma en el amor; somos libres para andar por los caminos del Señor y en ellos encontramos la sabiduría desde el momento mismo en que nos plegamos a su voluntad.
3.-La Sabiduría: oculta se nos revela por Jesús. el Misterio es Cristo mismo, transparencia del plan de Dios, que él realiza para nosotros. Al adherirnos a Cristo y al plan de salvación cuya revelación es el mismo Cristo, bajo el impulso del Espíritu Santo, nos hacemos perfectos y nos encaminamos hacia la gloria, cuyas primicias poseemos desde que fuimos bautizados. 
4.-La Alianza: es la oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, por lo que el hombre debe reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios. Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre y mujer debe ser una imagen de esta fidelidad.
5.-El Cielo o el Infierno: el radicalismo con el que Jesús entiende la ley de Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos o a su pérdida. El que sigue a Dios, le encuentra el cielo y entra en su reino; quien sólo busca en la ley su beneficio personal, lo pierde y, si persiste en su actitud, le pierdo definitivamente. 

REFLEXIÓN 

   En este sexto Domingo del tiempo ordinario, pocos días antes del comienzo de la Cuaresma, la liturgia habla del cumplimiento de la ley por parte de Cristo. Él afirma que no ha venido a abolir la ley antigua, sino a darle plenitud. Con el envío del Espíritu Santo, grabará la ley en el corazón de los creyentes, es decir, en el lugar de las opciones personales y responsables. Con ese espíritu se podrá aceptar la ley no como orden externa, sino como opción interior. La ley promulgada por Cristo es, por tanto, una ley de «santidad» (cf. Mt 5, 48), es la ley suprema del amor (cf. Jn 15, 9-12).

   En la primera lectura del Eclesiástico 15,16-21 nos dice: Delante del hombre están la muerte y la vida. Y él, libremente, se orienta hacia lo que elige. La libertad del hombre fundamenta su responsabilidad teológica ante Dios y ante su propia conciencia. Es una libertad que puede y debe ser sanada por la gracia divina, con la que puede y debe colaborar. Solo así podrá ser una libertad perfecta.

   En la segunda lectura de la primera carta a los Corintios 2,6-10: Dios predestinó para nuestra gloria una Sabiduría que no es de este siglo. Cristo es, personalmente, la Luz de la Sabiduría divina, e ilumina amorosamente toda nuestra existencia. Sin Cristo, la vida del hombre permanece en las tinieblas, y corre el riesgo gravísimo de degradarse en el tiempo y para la eternidad.

   En el Evangelio de San Mateo 5,17-37: Se dijo a los antiguos..., pero yo os digo. Cristo se nos manifiesta como expresión de la voluntad definitiva del Padre. No ha venido a abrogar esa Voluntad divina, manifestada en la Ley, sino para consumarla en la verdadera santidad y en el pleno amor de Dios. San Juan Crisóstomo dice: 
   «Imposible quede nada sin cumplirse, pues hasta la más leve parte de la Ley ha de cumplirse. Con esto quiere hacernos ver dos cosas: primero, que no establece sus preceptos en pugna con los pasados, sino muy en consecuencia con ellos; y segundo, que muy razonable y oportunamente añade los nuevos»

PARA LA VIDA 

   Al terminar el maestro organizaba unos documentos en su escritorio; se le acercó uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo: - "Profesor, lo que más me alegra de haber terminado sus clases es que no tendré que escuchar más sus tonterías y podré descansar de verle esa cara aburrida" El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. 

   El profesor miró al alumno por un instante y en forma muy tranquila le preguntó:  - "Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, ¿lo recibes?" El alumno quedó desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta. - "¡Por supuesto que no!", contestó de nuevo en tono despectivo el muchacho. - "Bueno", prosiguió el profesor. "Cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me está ofreciendo algo, en este caso una emoción de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar." - "No entiendo a qué se refiere", dijo el alumno confundido. - "Muy sencillo", replicó el profesor. 

   "Tú me estás ofreciendo rabia y desprecio, y, si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estaré aceptando tu regalo. Y yo, mi amigo, en verdad prefiero obsequiarme mi propia serenidad."  - "Muchacho", concluyó el profesor en tono gentil, "tu rabia pasará, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa. Yo no puedo controlar lo que tú llevas en tu corazón, pero de mí sí depende lo que yo cargo en el mío."