2° Domingo de Cuaresma, 8 de Marzo 2020, Ciclo A

San Mateo 17, 1 - 9 


Este es mi Hijo, el Amado, mi Predilecto. Escuchadlo

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.


1.-La Transfiguraciónes el anticipo de la gloria de su resurrección. Cuando en nuestras eucaristías vemos la sagrada forma y el cáliz, no vemos la presencia física de Cristo, sino la presencia real de Cristo transfigurado en el pan y en el vino.
2.-La OraciónLos cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra fe si queremos reavivarla. No basta oír el Evangelio, quizá de manera distraída, rutinaria y gastada y sin deseo alguno de escuchar. Todos, sacerdotes y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro.
3.-El Camino: requiere constante escucha de la Palabra de Dios y perseverancia en medio de las dificultades y tribulaciones. Nosotros optamos por el camino fácil. Quisiéramos vivir en un permanente estado de felicidad y de ensueño.
4.-Bajar del Monte: estemos dispuestos a bajar del monte, a la vida cotidiana, donde también debemos reconocer al Señor, al Siervo, en su camino por la cruz a la gloria, debemos aprender a escucharle, y a imitarle en su obediencia a la voluntad del Padre. El Señor nos concede muchas veces probar un poco las delicias del paraíso, en medio de las vicisitudes de nuestra existencia, para fortalecernos y animarnos a construir el amor fiel de la entrega total.

REFLEXIÓN 

   Hoy, segundo domingo de Cuaresma, prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia, después de la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. 
  Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad. De este modo, podríamos decir que estos dos domingos son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, más aún, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida. 
   En la primera lectura, «Abraham partió, como le había dicho Yahveh» (Gn 12, 4). Abraham, ejemplo y modelo del creyente, confía en Dios. Llamado por Yahveh, deja su tierra, con toda la seguridad que implica, sostenido sólo por la fe y la obediencia confiada en su Señor. Dios le pide el «riesgo» de la fe, y él obedece, convirtiéndose así, por la fe, en padre de todos los creyentes.
    San Pablo nos asegura en la segunda lectura que, como Timoteo, también cada uno de nosotros es «ayudado por la fuerza de Dios» (2 Tim 1, 8). Y el país hacia el que nos encaminamos es la vida nueva del cristiano, una vida pascual, que sólo puede realizarse con la «fuerza» y con la «gracia» de Dios. 
   El Evangelio nos invita a la montaña del Tabor para encontrarnos con Jesús y seguir avanzando al Padre. El Tabor: son los dichosos momentos de oración, los encuentros de Eucaristía, la cercanía de la comunidad, los espacios de silencio y de acogida gratuita. Pero no es un Tabor que nos aísle del mundo, sino para que renueve en nosotros la utopía, las ilusiones, la entrega, la generosidad, la fe en que el reino de Dios ha llegado a este mundo.

PARA LA VIDA 

   Un pobre campesino regresaba del mercado al atardecer. Descubrió de pronto que no llevaba su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta. El pobre hombre estaba afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus plegarias. Entonces oró de este modo: He cometido una verdadera estupidez, Señor. He salido sin mi libro de rezos. 
   Tengo tan poca memoria que sin él no sé orar. De modo que voy a decir cinco veces el alfabeto muy despacio. Tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar las plegarias que ya no recuerdo. Y Dios dijo a sus ángeles: De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido sin duda alguna, la mejor. Una oración que ha brotado de un corazón sencillo y sincero. 
   La oración, el encuentro gozoso con el Señor, no es para quedarse en ella, sino para llevarla a nuestra vida de cada día. La mejor oración, la que en verdad agrada, no es la recitación mecánica de rezos, por bellos que sean, sino la que brota del corazón sencillo y en la que se expresa la confianza y el amor a Dios.