15° Domingo del Tiempo Ordinario, 12 de Julio 2020, Ciclo A

San Mateo 13, 1 - 23

"El Sembrador Salió a Sembrar"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Semilla: que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo lleva. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. 
2.-La Palabra: sólo puede actuar como tal cuando es sembrada en el corazón de las personas. Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón.
3.-El Sembrador: es Jesús. Él esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto. ¿Y cómo puede dar fruto? Si nosotros lo acogemos.
4.-El Corazón: como un terreno, puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto —y mucho— pero puede ser también duro, impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente, precisamente como en una calle: no entra. Así es el corazón superficial, que acoge al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero no persevera, se cansa y no «despega» nunca. 

REFLEXIÓN 

En los textos bíblicos de este decimoquinto domingo del tiempo ordinario, el Todopoderoso se nos presenta lleno de ternura y atención, prodigando a la humanidad los dones de la salvación. Acompaña pacientemente a las personas que ha elegido; guía fielmente a la Iglesia «el nuevo Israel de la era actual, que camina en busca de la ciudad futura y permanente» a lo largo de los siglos (Lumen gentium, 9). Él habla y actúa, da sin medida y sin arrepentimiento, interviene en nuestros asuntos diarios incluso cuando somos débiles y no correspondemos a su amor libre y generoso.
Sin embargo, el hombre tiene la tremenda posibilidad de hacer vana la iniciativa divina y de rechazar su amor. Nuestro «sí», que debería ser una adhesión libre a su propuesta de vida, es indispensable para que el plan de salvación se cumpla en nosotros.
la parábola del sembrador. Nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a sopesar sabiamente el peso de la responsabilidad que recae sobre todos al madurar la semilla de la Palabra, ampliamente difundida en nuestros corazones. La semilla de la que estamos hablando es la palabra de Dios; es Cristo, la Palabra del Dios viviente. Es una semilla fructífera y efectiva en sí misma, que brota de una fuente inagotable que es el Amor trinitario. Sin embargo, hacer que esta semilla fructifique depende de nosotros, depende de la acogida que dispensemos a esa semilla en nosotros. A menudo el hombre se distrae con demasiados intereses; es solicitado por llamadas de todas partes y es difícil distinguir, entre tantas voces, la de la única Verdad que nos libera.
Depende de nosotros ser esa buena tierra, en la cual «la semilla da fruto y produce ahora cien, ahora sesenta, ahora treinta» (Mt 12, 23). ¡Cuán grande es la responsabilidad del creyente entonces! ¡Cuántas oportunidades se ofrecen a quienes acogen y conservan este misterio! ¡Bendito el que se abre completamente a Cristo, la semilla que fecunda la vida!

PARA LA VIDA 

   Érase una madre que tenía tres hijos. Cuando se fueron a la universidad les regaló una planta para que alegrara sus habitaciones. Al final del curso fue a ayudarles a recoger sus cosas. En la habitación del hijo mayor, la maceta sin planta estaba en un rincón. La tierra estaba cubierta de chicles. ¿Qué le ha pasado a la planta?, le preguntó la madre. Me olvidé de sacarla de la caja y cuando lo hice ya estaba muerta.
   Cuando fue a recoger al segundo hijo, la planta estaba en una estantería. Sólo había dos palitos secos clavados en la tierra. ¿Eso es todo lo que queda de la planta?, le preguntó la madre. Oh, no quería que lo vieras. La planta estuvo muy hermosa hasta el día de Acción de Gracias. Después vinieron los trabajos, las fiestas y me olvidé de regarla. Finalmente fue a ver a su tercer hijo. Y, oh sorpresa, la planta estaba verde y hermosa. Tú no mataste la planta, dijo la madre. Claro que no. La planta me recordaba tu amor y yo sabía que tú quieres que la riegue y la cuide. La he regado todos los días y como puedes ver ha crecido mucho. "Tú no mataste la planta".¿Se imaginan la alegría de la madre al ver que, al menos, uno de sus hijos había sido fiel a su amor y la había cuidado?
   Hoy, Jesús nos ha contado una historia parecida. La historia del sembrador. La historia de una semilla. 
  • ¿Quién es el sembrador? Jesús.
  • ¿Cuál es la semilla sembrada? La Palabra de Dios.
  • ¿Cuál es la tierra sembrada? El corazón. 
  Jesús se pasó la vida sembrando incansablemente el amor de Dios, la semilla del Reino, de la paz y del perdón. Y sembró todos los corazones.
   Hoy sigue sembrando nuestros corazones con su Palabra a través del Espíritu Santo y de la Iglesia.