San Marcos 1, 21 - b28
1.-El Profeta: el profeta no hablará por sí mismo, el propio Yahvé pondrá las palabras en sus labios. Hay falsos profetas que se anuncian a sí mismos, o que "dicen palabras que Dios no les ha mandado". El profeta verdadero anuncia y denuncia, con el riesgo de no ser escuchado e incluso estará expuesto a la persecución, cuando avisa que la auténtica salvación viene de la conversión del corazón. La misión de un profeta es siempre hablar en nombre de Dios. Los profetas deben primero oír a Dios y después transmitir al pueblo lo que Dios les dice.
2.-El Mal Existe: el espíritu del mal sigue actuando. Es un combate que se desarrolla primero en nuestro propio interior cuando las fuerzas oscuras nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero hemos de levantarnos, Dios está a nuestro favor, lucha con nosotros.
3.-El Valor de la Palabra: hoy día, vivimos inundados de palabras. Cada mañana nos despertamos con las palabras que oímos en la radio o en la televisión, palabras que leemos en los periódicos. Palabras, palabras, palabras…. Sufrimos una auténtica "inflación verbal". No se valora la palabra como antes; cuando alguien decía “te doy mi palabra" sabíamos que podíamos fiarnos de esa persona. Hay muchos pregoneros de discursos fáciles o aprendidos, pero faltan los auténticos testigos. ¿Dónde están los profetas? Por sus hechos les conoceréis
4.-La Autoridad: reconozcamos la “autoridad” de Jesús, que nos ayuda a vencer al mal. En cambio, nosotros, a menudo, pronunciamos palabras vacías, sin raíz o palabras superfluas, palabras que no corresponden con la verdad. En cambio, la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y realiza lo que dice. Con la sola fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno.
REFLEXIÓN
La liturgia del 4º Domingo del Tiempo Ordinario nos afianza en la idea de que Dios no se conforma con los sistemas de egoísmo y de muerte que afean el mundo y que esclavizan a los hombres y afirma que Él siempre encuentra nuevas formas para ir al encuentro de sus hijos, para proponerles un proyecto de libertad y de vida plena.
La primera lectura nos ofrece, a partir de la figura de Moisés, una reflexión sobre la experiencia profética. El profeta es alguien que Dios elige, que llama y que envía para ser su “palabra” viva entre de los hombres. A través de los profetas, Dios va al encuentro de los hombres y les presenta, de forma perceptible, sus propuestas.
La segunda lectura invita a los creyentes a repensar sus prioridades y a no dejar que las realidades transitorias impidan un verdadero compromiso al servicio de Dios y de los hermanos.
El Evangelio muestra cómo Jesús, el Hijo de Dios, cumpliendo el proyecto liberador del Padre, mediante su Palabra y su acción, renueva y transforma en hombres libres a todos aquellos que viven prisioneros del egoísmo, del pecado y de la muerte. Jesús sufre y muere en la cruz por amor. De este modo, bien considerado, ha dado sentido a nuestro sufrimiento, un sentido que muchos hombres y mujeres de todas las épocas han comprendido y hecho suyo, experimentando profunda serenidad incluso en la amargura de duras pruebas físicas y morales. Y precisamente "la fuerza de la vida en el sufrimiento" es el tema que los obispos italianos han elegido para su tradicional Mensaje con ocasión de esta Jornada por la vida.
Unidos de corazón a sus palabras, en las que se percibe el amor de los pastores por la gente y la valentía de anunciar la verdad, la valentía de decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución para el drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. En efecto, la verdadera respuesta no puede ser provocar la muerte, por "dulce" que sea, sino testimoniar el amor que ayuda a afrontar de modo humano el dolor y la agonía. Estemos seguros de que ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está a su lado, se pierde delante de Dios.
PARA LA VIDA
Una vez, un rey y sus cortesanos estaban disfrutando de una cacería en invierno, pero al caer la noche se dieron cuenta de que estaban demasiado lejos de un lugar apropiado para pernoctar. Mientras crecía la oscuridad, tan sólo encontraron la cabaña de un labriego. Veamos si podemos pasar ahí la noche – sugirió el rey. La verdad es que hace mucho frío. No podéis pasar la noche en la choza de un mísero labriego, mi señor – protestó su visir. Vuestra dignidad está muy por encima de eso. Dejad que armemos las tiendas, encendamos unas hogueras y ¡salgamos lo mejor posible de esta situación!
En el interior de la cabaña, el labriego lo había oído todo, Rápidamente salió y besó la tierra ante el rey. Estoy seguro de que la dignidad de vuestra majestad no sufrirá nada si pernoctáis en mi cabaña – dijo. Sospecho que a vuestro visir lo que más le preocupa es que vuestra presencia confiera más distinción a mi honor de campesino. El rey se rió con la respuesta, y desmotando, aceptó la invitación del campesino. Cenó y durmió en su choza, y al día siguiente le entregó ropas hermosas y otros regalos.
Cuando el rey montó en su corcel y reanudó su viaje, el labriego se agarró al estribo y dio unos cuantos pasos a su lado. Ya veis, mi señor – exclamó -. Nada de vuestra gloria y poder se ha perdido. Mas vuestra visita ha hecho que me sienta como si el mismísimo sol hubiese acariciado mi sombrero.
Los cristianos estamos llamados como Jesús a ejercer nuestra autoridad moral en base a nuestros actos. Cuando las personas son auténticas y coherentes convencen, se hacen autoridad espontánea para la humanidad en general y para la humanidad particular de niños y jóvenes. Y es que la autoridad verdadera la da el amor, pero un amor auténtico y coherente.