San Marcos 1, 29 - 39
1.-El Sufrimiento: se dice que el dolor es como el fuego que o nos quema y nos destruye, o nos purifica y salva. Los santos subieron hasta la santidad a través de peldaños de sufrimiento y mortificación. Si nosotros queremos de verdad seguir a Jesús sepamos sufrir y sepamos amar, o, mejor, sepamos sufrir amando y amar sufriendo.
2.-La Oración: sin oración no se puede pasar cristianamente el puente del dolor. En la oración abrimos el corazón a Dios, le mostramos nuestras debilidades y le pedimos ayuda y fuerza para seguir intentando ser fieles a su voluntad. La oración es reflexión, es contemplación y es, sobre todo, comunión con Dios. Dice santa Teresa que orar es hablar con Dios como el que habla con un amigo; un amigo que nos ama infinitamente y al que sabemos infinitamente superior a nosotros.
3.-Evangelizar: es llevar la palabra de Dios a la pregunta del hombre sobre el sentido de la vida y el sufrimiento, para que el hombre sea responsable. evangelizar significa, también, asumir la responsabilidad humana con esperanza, hacerse todo para todos para ganar al menos algunos, no para la iglesia, sino para Cristo. Es hacerse débil con los más débiles, para que se manifieste la gracia de Dios en medio de la debilidad.
4.-La Misión: en primer lugar, acompañando la palabra con acciones salvíficas: mitigar el dolor y suscitar salud. Transmitiendo siempre paz, que es el don de los tiempos mesiánicos. En gran cercanía a los hombres y mujeres, participando de su mesa y de su vida. Es la cercanía a las personas y a la realidad que viven, lo que hace que la Iglesia de hoy sea fiable y tenga algo que decir. si se ama con amor de Dios, el amor es eterno; si se sirve con las manos de Dios, el servicio es constante; si se transforma el entorno con la sabiduría de Dios, la sociedad se hace más justa y fraternal.
REFLEXIÓN
¿Qué sentido tiene el sufrimiento y el dolor que acompañan el camino del hombre por la tierra? ¿Cuál es la “posición” de Dios frente a los dramas que marcan nuestra existencia? La liturgia del 5º Domingo del tiempo ordinario reflexiona sobre estas cuestiones fundamentales. Nos garantiza que el proyecto de Dios para el hombre no es un proyecto de muerte, sino un proyecto de vida verdadera, de felicidad sin fin.
En la primera lectura, un creyente llamado Job comenta, con amargura y desilusión, el hecho de que su vida está marcada por un sufrimiento atroz y que Dios parece estar ausente e indiferente frente a la desesperación en la que su existencia discurre. A pesar de esto, es a Dios a quien Job se dirige, pues sabe que Dios es su única esperanza y que fuera de él no hay posibilidad de salvación.
La segunda lectura subraya, especialmente, la obligación que los discípulos de Jesús tienen de testimoniar ante los hombres la propuesta liberadora de Jesús. En su acción y en su testimonio, los discípulos de Jesús no pueden ser guiados por intereses personales, sino por el amor a Dios, al Evangelio y a los hermanos.
En el Evangelio vemos a Jesús haciendo su ministerio de curar a los enfermos y expulsar demonios. La misión de Jesús era enseñar que Dios quería lo mejor para la persona humana- que la voluntad de Dios es que la persona viviera sana y libre de las fuerzas del mal. En el Evangelio estas fuerzas malas están expresadas como enfermedades y como demonios. Jesús tiene poder para librar a la persona de estas fuerzas y llevarle otra vez a la comunidad humana. Por ejemplo, después de la curación, la suegra de Simón Pedro está incluida en las actividades de la casa, y los demás curados entraron en la vida del pueblo.
La enfermedad llega a los buenos tanto a los malos. No podemos comprar ni la salud ni la dicha por nuestras acciones. El sufrimiento es un misterio, un misterio que queda más allá de nuestro entendimiento. Pero eso no es decir que debemos buscar el dolor, ni verlo como algo bueno. Mejor dicho, debemos tratar de aliviar el dolor y el sufrimiento, según el ejemplo de Jesús. Jesús sirve como ejemplo para nuestra vida. Tenemos que hacer todo lo posible para que cada persona viva sane y libre de los espíritus malos que nos separan de la plenitud de la comunidad humana.
PARA LA VIDA
Cuentan que un sacerdote se aproximó a un herido en medio de una dura batalla de una lejana guerra, y le preguntó: ¿quieres que te lea la Biblia? Primero dame agua, que tengo sed- le respondió el herido. Y el sacerdote le entregó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en muchos kilómetros a la redonda. – Y ahora, ¿quieres que te lea la Biblia? - volvió a insistir el sacerdote. – Primero dame de comer- suplicó el herido.
Y el sacerdote le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila. – Tengo frío- fue el siguiente lamento del herido, y el sacerdote se despojó de su abrigo, a pesar del frío que calaba hasta los huesos, y cubrió al lesionado. – Ahora sí, le dijo el herido al sacerdote, ahora puedes hablarme de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Ahora quiero conocer a tu Dios.
Al amor como a la fe hay que dedicarle tiempo y tenerlos como prioridades en nuestras vidas, si no queremos caer en un desgaste que nos lleve al cansancio, al estrés, a la depresión y a la anorexia psicológica y espiritual. Porque el problema de esto es que el amor puramente voluntarista y humano se agota, se cansa, se desgasta.
Hay muchos cristianos que dejaron incluso de creer después de muchos años en la lucha solidaria con los pobres. Dejaron de alimentar esa lucha en las fuentes de la fe: la eucaristía, la oración, la vida comunitaria. Sólo en Dios el amor no se agota, y se entrega mucho más allá de los meros deberes de justicia humana.