San Juan 21, 1 -19
“Comunidad en Misión”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-Misión: esta comunidad es presentada pescando: bajo la imagen de la pesca, los evangelios representan la misión que Jesús confía a los discípulos liberar a todos los hombres que viven sumergidos en el mar del sufrimiento y de la esclavitud. Jesús les da indicaciones y las redes se llenan de peces: el fruto se debe a la docilidad con la que los discípulos siguen las indicaciones de Jesús. Se subraya que el éxito de la misión no se debe al esfuerzo humano, sino a la presencia viva y a la Palabra del Señor resucitado.
2.-Tiempo: la pesca se realiza durante la noche. La noche es el tiempo de las tinieblas, de la oscuridad: significa la ausencia de Jesús “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo”. El resultado de la acción de los discípulos (de noche, sin Jesús) es un fracaso rotundo (“sin mí, nada podéis hacer”. La llegada de la mañana (de la luz) coincide con la presencia de Jesús (él es la luz del mundo)
3.- Amor: la figura del “discípulo amado”, que reconoce al Señor en los signos de vida que brotan de la misión comunitaria, nos invita a ser sensibles a los signos de esperanza y de vida nueva que acontecen a nuestro alrededor y a ver en ellos la presencia salvadora y vivificadora del resucitado. Él está presente, vivo y resucitado en cualquier lugar en donde haya amor, solidaridad, donación que generan vida nueva. El diálogo final de Jesús con Pedro llama nuestra atención hacia una dimensión esencial del discipulado: “seguir” al “maestro” es amar mucho y, por tanto, ser capaz de, como él, andar el camino del amor total hasta la entrega de la vida.
REFLEXIÓN
El mensaje fundamental que brota de este texto nos invita a constatar la centralidad de Cristo, vivo y resucitado, en la misión que nos fue confiada. Podemos esforzarnos mucho y dedicar todas las horas del día al esfuerzo de cambiar el mundo; pero, si Cristo no estuviera presente, si no escucháramos su voz, si no oyéramos sus propuestas, si no estuviésemos atentos a la Palabra que él continuamente nos dirige, nuestros esfuerzos no tendrían ningún sentido y no tendrían ningún éxito duradero. Es necesario tener la conciencia nítida de que el éxito de la misión cristiana no depende del esfuerzo humano, sino de la presencia viva del Señor Jesús.
Es preciso tener, también, la conciencia de solicitud y de amor del Señor que, continuamente, acompaña nuestros esfuerzos, los anima, los orienta y que reparte con nosotros el pan de vida. Cuando el cansancio, el sufrimiento, el desánimo tomen posesión de nosotros, él estará allí, dándonos el aliento que nos fortalece. Es necesario tener conciencia de su constante presencia, amorosa y vivificadora a nuestro lado y celebrarla en la eucaristía.
Seguir a Cristo es tratar de conocer y vivir los valores que Cristo vivió. Se trata de creer lo que Él creyó, amar lo que Él amó y esto significa, dar importancia a lo que Él dio, interesarse por lo que Él se interesó, defender la causa que Él defendió, mirar a las personas como Él las miró, acercarse a los necesitados como Él lo hizo, confiar en el Padre como Él confió, enfrentarse a la vida con la esperanza con que Él se enfrentó. Buscar a Dios que está presente en la vida, como Él lo buscó. Hay que aprender a confiar en Dios, no en nuestras fuerzas. El Señor está ahí, en la orilla, sigue estando aquí también, con nosotros. Y una vez más el Señor nos dice “¡ánimo, volved a echar las redes!”
Los discípulos lograron aquél día una gran pesca porque se fiaron del Señor. Nosotros estamos llamados también a fiarnos de Él, a seguir echando las redes. Que esta eucaristía nos ayude a tomarnos en serio nuestra vida cristiana, y que el Señor se manifieste en nuestro corazón para darnos ánimo y alegría.
PARA LA VIDA
En una vasta sabana africana, un león vagaba perdido. Tenía más de veinte días deambulando alejado de su manada, por lo que el hambre y la sed estaban acabando con su vida. Por suerte, encontró un lago de agua fresca y cristalina. Emocionado, el león corrió hacia él para beber y calmar su sed, y con esto poder continuar buscando a su familia. Pero al acercarse, vio el rostro de un león en las aguas y pensó: -¡Qué lástima! Este lago le pertenece a otro león.
Aterrorizado, huyó del lugar sin beber una gota de agua. Pero la sed cada vez era mayor y el león sabía que si no bebía agua moriría. Al día siguiente, se armó de valor y volvió al lago. Igual que el día anterior, volvió a ver el rostro en el agua y, víctima de su pánico, se fue corriendo sin beber. Y así pasaron los días. El león volvía al lago y huía cuando veía al otro león. Pero un día, cansado de escapar, se armó de valor y finalmente comprendió que moriría pronto si no se enfrentaba a su rival.
Tomó la decisión de beber agua sin importar lo que pasara. Se acercó al lago con determinación, pero cuando metió su cabeza para beber, su rival desapareció. ¡Era su reflejo en el agua lo que había estado observando todo este tiempo!