22° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de Agosto 2022, Ciclo C

 San Lucas 14, 1. 7 – 14

 

El Que Se Eleva Será Humillado, y el Que Se Humilla Será Elevado

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Humildad: como una virtud necesaria en la vida de todas las personas. La persona humilde es, casi siempre, más apreciada que la persona soberbia. Dice san Agustín: “El verdadero camino para llegar a la verdad es la humildad, segundo la humildad, tercero la humildad; y cuantas veces me lo preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llamen preceptos, pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones.

2.-La Soberbia: nos lo arrancará todo de las manos. Porque los otros vicios son temibles en el pecado, más el orgullo es temible incluso en las buenas obras. El soberbio religioso es muy peligroso porque fácilmente condena, denuncia y desprecia a los demás porque se creen que lo suyo es lo único válido. San Agustín dice que a los soberbios les conviene caer para que experimenten también la debilidad: "Si es más soberbio, jamás será mejor; si es mejor, sin duda alguna será más humilde. Si quieres descubrir que eres mejor, interroga a tu alma por si ves en ella alguna hinchazón. Donde hay hinchazón, hay vaciedad. El diablo intenta hacer su nido donde encuentra un lugar vacío". 

3.-La Acogida: al banquete de la Eucaristía todos somos invitados por igual. Quien preside es Cristo, en su nombre y sólo en su nombre lo hace el sacerdote. Al celebrar la Eucaristía hemos de tener los mismos sentimientos de Cristo, que nos invita a su mesa. El altar es la "mesa del compartir". Celebramos una comida fraterna en la que todos participamos y a la que son llamados especialmente los más pobres. Jesús advierte que cuando demos un banquete invitemos especialmente a pobres, lisiados, cojos y ciegos porque no podrán pagarte. Cuando junto a la mesa del banquete están los más necesitados estamos poniendo en práctica el deseo de Jesús. Habrá quien diga que no son dignos, pero está muy equivocado. 

REFLEXIÓN 

   La liturgia de este domingo nos propone una reflexión sobre algunos valores que acompañan al desafío del “Reino”: la humildad, la gratuidad, el amor desinteresado. 

   En la primera lectura, un sabio de inicios del II antes de Cristo aconseja la humildad como camino para ser agradable a Dios y a los hombres, para tener éxito y ser feliz. Es la reiteración del mensaje fundamental que la Palbra de Dios nos presenta hoy.

   La segunda lectura invita a los creyentes, instalados en una fe cómoda y sin grandes exigencias, a redescubrir la novedad y la exigencia del cristianismo; insiste en que el encuentro con Dios es una experiencia de comunión, de proximidad, de amor, de intimidad, que da sentido al caminar del cristiano. Aparentemente, esta cuestión no tiene mucho que ver con el tema principal de la liturgia de este domingo, sin embargo podemos ligar la reflexión de esta lectura  con el tema central de la liturgia de hoy, la humildad, la gratuidad, el amor desinteresado, a través del tema de la exigencia: la vida cristiana, esa vida que brota del encuentro con el amor de Dios, es una vida que exige de nosotros determinados valores y actitudes, entre los cuales sobresalen la humildad, la sencillez, el amor que se hace don.

   El Evangelio nos sitúa en el ambiente de un banquete en la casa de un fariseo. El encuadre es el pretexto para que Jesús hable del “banquete del Reino”. A todos los que quieran participar en ese “banquete” él les recomienda humildad; al mismo tiempo, denuncia la actitud de aquellos que conducen sus vidas con la lógica de la ambición, de la lucha por el poder y por el reconocimiento social, de la superioridad sobre los otros. Jesús sugiere, también, que todos los hombres están invitados al “banquete del Reino” y que la gratuidad y el amor desinteresado deben caracterizar las relaciones establecidas entre todos los que participen en el “banquete”.

 PARA LA VIDA

Lo Importante no es el Dinero, si no el Corazón


   Durante su estadía en la ciudad de París, el poeta alemán Reinero María Rilke pasaba todos los días por un lugar donde se hallaba una mendiga. Ella estaba sentada, espaldas a un muro de una propiedad privada, en silencio y aparentemente sin interés en aquello que solía ocurrir a su alrededor. Cuando alguien se acercaba y depositaba en su mano una moneda, rápidamente con un ademán furtivo guardaba ese tesoro en el bolsillo de su desgarbado abrigo. No daba nunca las gracias y nunca levantaba la vista para saber quién fue el donante. Así estaba, día tras día, echada de espaldas contra aquella pared. 

   Un día, Reinero María pasó con un amigo y se paró frente de la mendiga.  Sacó una rosa que había traído y la depositó en su mano. Aquí pasó lo que nunca había ocurrido: la mujer levantó su mirada, agarró la mano de su benefactor y, sin soltarla, la cubrió de besos. Enseguida se levanta, guarda la rosa entre sus manos y lentamente se aleja del lugar. 

   Al día siguiente no se encontraba la mujer en su lugar habitual y tampoco durante el día siguiente y el subsiguiente; y así durante toda una semana. Con asombro, el amigo le consulta a Reinero María acerca del resultado tan angustiante de su dádiva.  Rilke le dice:  - "Se debe regalar a su corazón, no a su mano."  Tampoco se aguantó el amigo la otra pregunta acerca de cómo haya vivido la mendiga durante todos estos días, ya que nadie ha depositado ninguna moneda en sus manos. Reinero María le dijo: - "De la rosa".