San Lucas 15, 1 - 32
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- El Pecado nos Aleja de Dios: por eso, el pecado «no es cosa mía», como a veces decimos; porque esa cosa mía atenta contra muchos, contra el bien de otros, contra la «cosa nuestra» de la comunidad. Así, quien odia, deja de aportar amor; quién miente, deja de aportar verdad. No hay, entonces, término medio: o aportamos en la construcción de la comunidad o colaboramos en su debilitamiento y destrucción.
2.- El Pecado Nos Hace Volver a Dios: una íntima vergüenza nos invade, prisioneros de una ilusión suicida. «Soy un pobre-hombre», concluimos. Es la sensación que todos, alguna vez, hemos vivido: esa rara mezcla de amargura, desazón, vergüenza y lástima de nosotros mismos. Son los momentos en que tocamos con nuestras propias manos nuestro límite, para reconocer al fin que nos hemos equivocado. Pero aún no sabemos si ese sentimiento es orgullo herido o sincero arrepentimiento. Sin embargo -esto es lo maravilloso de la vida-, esa amarga y humillante experiencia puede ser el punto de partida de un nuevo y largo camino: el camino de la reconstrucción de la vida.
3.- La Alegría del Perdón: Dios se alegra al acoger al pecador arrepentido; más aún, él mismo, que es Padre de infinita misericordia, "dives in misericordia", suscita en el corazón humano la esperanza del perdón y la alegría de la reconciliación. Todos necesitamos ser salvados. Y si no hemos caído más bajo ha sido por pura gracia.
4.- La Salvación: Jesús vino para salvar a los pecadores. Ante el misterio del Corazón Redentor de Cristo, todo hombre es siempre recuperable para la salvación y la santidad. No tenemos que condenar a los demás, toda vez que Dios, desde el momento en que constata el arrepentimiento, perdona y no niega su gracia. Así se derrumba todo lo que pudiera constituir orgullo del "justo" y del observante, frente al perdón que viene de Dios. El pecado nos separa de Dios, principio de vida. El perdón que Dios nos regala es una nueva creación, una renovación interior expresada mediante la imagen de "un corazón nuevo".
REFLEXIÓN
La liturgia de este Domingo centra nuestra reflexión en la lógica del amor de Dios. Sugiere que Dios ama al hombre, infinita e incondicionalmente; y que ni siquiera el pecado nos aparta de ese amor.
La primera lectura nos presenta la actitud misericordiosa de Yahvé frente a la infidelidad del Pueblo. En este episodio, situado en el Sinaí, en el espacio geográfico de la alianza, Dios asume una actitud que se va a repetir muchas veces a lo largo de la historia de la salvación: deja que el amor se superponga a la voluntad de castigar al pecador.
En la segunda lectura, Pablo recuerda algo que nunca deja de asombrar: el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Ese amor se derrama incondicionalmente sobre los pecadores, les transforma y les convierte en personas nuevas. Pablo es un ejemplo concreto de esa lógica de Dios; por eso, no dejará nunca de testimoniar el amor de Dios y de darle gracias.
El Evangelio nos presenta al Dios que ama a todos los hombres y que, de forma especial, se preocupa por los pecadores, por los excluidos, por los marginados. La parábola del “hijo pródigo”, en especial, presenta a Dios como a un padre que espera ansiosamente el regreso del hijo rebelde, que lo abraza cuando le avista, que le hace volver a entrar en su casa y que ofrece una gran fiesta para celebrar el reencuentro.
Así ve Jesús a Dios, el «Padre» por excelencia. No impone su voluntad ni mendiga el cariño de nadie. Le dio la libertad al hombre y acepta el riesgo de su desobediencia y el desafío del pecado... sin resentimiento. Es un Dios que cree en el amor; y que el amor es más fuerte que el pecado más tremendo. Cree que el amor puede transformar al hombre; por eso espera. Es un amor que se adelanta a todo gesto de arrepentimiento; un amor -gran paradoja- que hace vivir al pecador.
PARA LA VIDA
Existía un monasterio que estaba ubicado en lo alto de la montaña. Sus monjes eran pobres, pero conservaban en una vitrina tres manuscritos antiguos muy piadosos. Vivían de su esforzado trabajo rural y fundamentalmente de las limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaba a conocer los tres rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros con fama universal de importantes y profundos pensamientos. En cierta oportunidad, un ladrón robó dos rollos y se fugó por la ladera. Los monjes avisaron con rapidez al abad.
El superior, como un rayo, buscó la parte que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó: "¿Qué has hecho? Me has dejado con un sólo rollo. No me sirve. Nadie va a venir a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. Me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra completa." "Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos escritos santos". El abad le dijo: "Bueno, toma el tercer rollo, si no, se va a perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz”.
Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que se había comportado débil con el ladrón, y que era el monasterio el que había perdido. Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio. Cuenta la historia que después de una semana, el ladrón regresó. Pidió hablar con el Padre Superior: " Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido, en cambio que me permitas ingresar como un monje. Cuando me alcanzaste, todo me esperaba, menos que tuvieras la generosidad como para darme el tercer rollo y la confianza en mí como para creer el valor de mi necesidad, y que todavía dijeras que estábamos en paz, perdonándome con mucha sinceridad.
Eso me ha hecho cambiar. Mi vida se ha transformado". Nunca ese hombre había sentido la grandeza del perdón, la presencia de tanta generosidad. El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda prueba.
“En cada palabra se recibe un don que no está fabricado por los hombres; entonces podemos decir que Dios viene a nosotros y que nos hace libres”.
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