- Los Invitados: El Señor nos ha invitado a una fiesta y debemos acudir adecuadamente a ella. No vaya a ser que entremos en su Casa sin el traje apropiado. El traje de la dignidad y el amor. ¿Estamos suficientemente preparados con el traje de la caridad, para acudir a la comida que nos da Jesús?. Si no lo estamos, la gracia y la ternura del Padre perdonarán nuestros pecados y transformarán nuestro ropaje pecador en traje de gala y amor.
- El Banquete: La Eucaristía es el anticipo del banquete eterno que nos saciará en el Cielo. Jesús, al que ahora vemos en fe bajo las divinas especies del pan y del vino, será en el cielo, nuestro gozo consumado. La Eucaristía ha sido, en la tradición cristiana, el banquete más propicio para lucir con elegancia el vestido de los elegidos y el Pan de Dios con el cual comulgamos en el destino del Señor, después de habernos arrepentido y despojado del vestido del rencor, del odio, de la arrogancia, de la soberbia.
No es fácil responder que sí a Dios. ¡Cuántas excusas nos inventamos o ponemos en nuestra vida para no responder a su mensaje con alegría y así entrar en su banquete!
Decimos: “me da pereza; es que tengo que atender a los míos; el negocio es el negocio; debo atender primero a mi amigo; en otra ocasión; me ha surgido un compromiso, no tengo tiempo, estoy cansado, otro día voy...”
Poco a poco vamos dando largas al asunto y nos olvidamos de lo más importante: Cristo nos llama a su Reino y a trabajar en sus campos y nos invita a su fiesta. Ahora, en la cada Eucaristía, compartimos su mesa y su banquete, ¿somos dignos de Él o le damos la espalda al salir por la puerta?.
Son muchos los que le dicen o decimos que no pero El sigue llamando y nos llama a todos. Lo importante es dejar que Jesús pase por los caminos de nuestra vida, nos revistamos de Él y aceptemos ir a su banquete.
PARA LA VIDA