San Juan 18, 33b - 37
- El Rey: Jesús es Rey-pastor. Cristo es el alfa y omega de los tiempos, Señor de la Historia. Pero sobre todo, porque su señorío es el de quien libera de toda forma de opresión y sumisión, que nos da la libertad del Espíritu, que nos devuelve la filiación divina oscurecida por nuestros miedos, debilidades y pecados. Cristo Rey es distinto a los reyes de este “mundo”. Es el Cordero degollado (Ap. 5, 12) quien nos reconcilia con Dios y nos lleva, no de regreso al Paraíso Perdido, sino a la esperanza de una nueva vida, en la que no habrá rodilla que doblar sino ante Dios. Mientras los otros reyes someten, Cristo Rey libera y nos hace ponernos en pie!
- El Reino: es la Verdad y ser Rey es ser testigo de la Verdad. Los que quieran pertenecer a este Reino tendrán que estar en la verdad y como el mismo evangelista nos lo dice, Jesús es la Verdad. Sin olvidar que el reino ya está entre nosotros; el reino que no vive en los arrogantes sino en los sencillos; el reino que no vive en los orgullosos sino en los pobres; el reino que no vive en la mentira sino en la verdad; un reino que no vive en la muerte sino en la Vida; un reino que es camino de esperanza y de futuro eterno.
REFLEXIÓN
Hoy termina el año litúrgico con la celebración de la solemnidad Jesucristo, Rey del universo. Él es la meta y el origen de todo lo que hemos ido celebrando, semana a semana, a lo largo de todo el año.
Todos necesitamos una buena palabra. Una palabra que nos sirva de ayuda y de orientación, que nos ayude a comprendernos mejor, una palabra de aliento, de amor y de esperanza.
Pues bien, Dios nos da cada día su Palabra por medio de las Sagradas Escrituras. A través de la Escritura la Palabra viva de Dios se dirige a nosotros con su Fuerza y con su Luz.
Que este Año Santo de la Fe que estamos iniciando contribuya a colocar a Cristo, de nuevo, en el lugar que le corresponde: el Rey en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestro pensamiento y en nuestra vida.
PARA LA VIDA
En un oasis escondido en medio del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino Hakim se detuvo a abrevar sus camellos y lo vio transpirando, mientras parecía cavar en la arena. - Que tal anciano? le dijo: - Muy bien-contestó Eliahu sin dejar su tarea. - ¿Qué haces aquí, con este calor, y esa pala en las manos? - Siembro dátiles -contestó el viejo. - ¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez- .
El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Dime, ¿cuántos años tienes? - Ochenta, ... pero eso, ¿qué importa? - Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.
Aunque vivas hasta los cien años, difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que siembras. Deja eso y ven conmigo. - Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles.
Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.