San Juan 20, 19 -31
“Su Misericordia es Eterna”
- La Resurrección: es el acontecimiento novedoso en la comunidad que se da y cuida mutuamente; que buscan el bienestar de todos (particularmente de aquellos que viven en situaciones más precarias). La resurrección se hace tangible cuando encarnamos la infinita misericordia de Dios, cuando aprendemos a perdonarnos a nosotros mismos y a perdonar a quienes nos han ofendido.
- La Paz: trae consigo todos los bienes. Por tanto, la paz es sinónimo de plena felicidad. Esta paz sólo puede venir de Dios, como un don de su amor y benevolencia. ¿Por qué esa paz sólo puede ser alcanzada por un don divino, y no ser el fruto de una esforzada construcción humana? ¿De qué paz se trata? Esta paz no es mera ausencia de conflictos exteriores, sino la paz que procede de la reconciliación de las rupturas introducidas en el hombre y en sus relaciones con Dios, consigo mismo, con los demás y con la creación toda por el pecado.
- La Fe: así como la primera comunidad vivía intensamente su fe en Cristo resucitado y daba testimonio de ella ante una sociedad pagana y gnóstica, así hoy nos corresponde dar testimonio de esa misma fe. Nos corresponde transmitir a las futuras generaciones la pureza de la doctrina y la rectitud de las costumbres.
- La Misericordia: muchas veces hemos visto el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y hemos visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado. Tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
A solo siete días de haber celebrado la Resurrección del Señor, en la fiesta que alcanza la cumbre de nuestra fe de cristianos, las tres lecturas de la misa de hoy nos presentan hechos y acontecimientos vividos por la primera comunidad de la Iglesia, inmediatamente después de la Resurrección de Jesús de entre los muertos. La celebración pascual no se limita a las ceremonias del domingo pasado, sino que se extiende a estos 50 días del tiempo pascual, que comienzan el Domingo de Pascua, y van hasta la solemnidad de Pentecostés en que celebramos la venida del Espíritu Santo.
En la primera lectura, en el Libro de los Hechos de los Apóstoles se nos muestra la forma en que vivieron los primeros cristianos, y ella debe ser una enseñanza para nosotros, cristianos de principios del siglo 21 que nos hemos olvidado de la solidaridad y el amor que debe existir entre nosotros. Dice San Lucas en este pasaje, que era la forma de alabar a Dios y de tratar a sus hermanos, lo que les permitía a los primeros discípulos ganarse la simpatía de todo el pueblo.
Y en la segunda lectura, San Pedro nos dice que la alegría de la Resurrección supera las contrariedades y vence todas las pruebas, porque el Señor nos dio una vida nueva y una esperanza viva. Y el Evangelio de San Juan nos presenta la fe de Tomás que tantas enseñanzas nos deja, porque nuestra fe a veces se parece a la de Tomás.
Las primeras dudas de Tomás desaparecen cuando el Señor lo invita a «Poner su dedo y meter su mano en el costado del Señor. La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites, cuando exclama: ¡Señor mío y Dios mío!.
Si nuestra fe es firme, también esta fe servirá para que la fe de muchos otros se apoyen en ella. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo día tras día.
PARA LA VIDA
De vez en cuando se lee o se oye la siguiente anécdota de Napoleón preso y desterrado, cuando se encontraba en la isla de Santa Elena. En conversación con uno de sus generales, Napoleón le preguntó: ¿Qué piensa usted de Jesucristo? A lo cual respondió su interlocutor: ¡Oh! Yo no me preocupo de semejantes cuestiones. Y Napoleón volvió a preguntarle: ¿Cómo? fue usted bautizado en la Iglesia Católica, ¿y no le interesa Jesucristo? La respuesta del general ante la nueva pregunta fue el silencio. Entonces Napoleón hizo el siguiente comentario: Estamos presos en esta roca que nos devora, ¿y no es capaz usted de decirme quién era Jesucristo? Pues, ya se lo diré yo.
Mire a todos los grandes hombres de la Historia. Todos han pasado, y no queda de ellos nada. Mire usted mi vida: he conquistado casi toda Europa, he sido admirado, he sido querido y también he sido odiado. Y vea lo que queda de mí ahora, condenado a morir en el destierro de esta isla perdida en el océano. ¡Créame, mi general! Conozco a los hombres, y yo le puedo asegurar a usted que Jesucristo era algo más que un hombre.
La resurrección del Señor es el fundamento y la certeza absoluta de nuestra fe. Porque Cristo resucitó nuestra fe es totalmente verdadera, sin que haya posibilidad alguna de error o mentira.