San Lucas 24, 35-48
“La Paz Esté con Ustedes”
- Dios es Fiel: ha cumplido todo su plan de salvación y lo ha cumplido de un modo misterioso que supera todos nuestros cálculos humanos. Así pues, que la fidelidad de Dios a sus promesas y a su amor por el hombre sea aquello que nos dé seguridad en el camino. El Señor no nos ha abandonado. Podrá una madre olvidarse de su hijo, que Dios no lo hará con nosotros, porque en su Hijo muerto y resucitado nos ha dado todo. Nos ha dado su amor.
- La Alegría: esta alegría de peregrinos —que va unida siempre a la fatiga y al sufrimiento del camino— requiere de nosotros, conversión del corazón y empeño en su custodia, porque puede verse, fácilmente, turbada y abrumada por el espanto, por el cansancio, por la angustia... En una palabra, por todos los peligros que nos acechan mientras vamos de viaje. De ahí que tengamos necesidad de una fuerza interior, divina: eso que nosotros no seríamos capaces de guardar por nosotros mismos es confiado al Espíritu, al Espíritu consolador.
- La Paz: el don pascual de Jesús no es la paz de una vida imperturbable, sino la paz vivida en la tranquilidad, la seguridad y la protección que provienen del poder y del amor de Dios. El fundamento y la garantía de tal saludo y de tal don es el Resucitado mismo en su vida nueva, vencedora de la muerte.
- El Testimonio: sí, el Señor quiso hacer «testigos de estas cosas» (Lc 24, 34) a aquel puñado de hombres y mujeres que lo siguieron y lo vieron triunfar sobre la muerte. Como ellos ayer, tú y yo somos hoy herederos del testimonio que dieron aquellos testigos de la Resurrección del Señor. No podemos guardarnos esta tremenda Noticia para nosotros mismos, sino que estamos llamados a dejar que el acontecimiento histórico de la Resurrección de Cristo nos impacte y nos transforme de tal modo que nos impulse a transmitir esta buena Nueva a cuantos podamos, con nuestras palabras pero más aún con el testimonio de una vida transfigurada por el encuentro cotidiano con el Señor Resucitado.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
En las lecturas del domingo anterior, veíamos como la comunidad cristiana nace desde la fe en la presencia de Cristo resucitado. Hoy nos vamos a detener en el modo de esta presencia de Jesús Resucitado en su comunidad. Porque esa presencia constituye una verdadera novedad y es la nota característica de la fe cristiana.
En este Evangelio, se cuenta que cuando Jesús se hace presente, los apóstoles sienten un cierto temor. Ese temor es el signo del pasado, de otros modos de entender la presencia de Dios en su pueblo. El temor del Sinaí y de tantos cultos que sienten a Dios como un tremendo poder pronto a descargarse sobre los hombres.
Lo sorprendente y nuevo de la comunidad cristiana es que Dios se hace presente en forma sencilla, en simples reuniones de la gente de pueblo, junto al mar o en una comida. Sin embargo, inconscientemente, los que sienten la presencia de Jesús: se atemorizan y reviven el miedo reverencial de la vieja religión.
¿Será posible que Dios pueda hacerse presente en medio de nuestras cosas cotidianas? Este es precisamente el deseo del Señor: hacerse presente, no con grandes ceremonias, sino con tal sencillez que parecía uno más. Lo primero que hace Jesús, es devolverle a su gente la confianza y la paz. Nada de temores. Está entre ellos para comer pescado como uno más, para conversar, para ver sus problemas, para trabajar juntos, para explicarles su mensaje.
De esta experiencia surge esa nota tan característica de una comunidad verdaderamente cristiana: la alegría. Una alegría sólo posible si se apoya en la confianza y en la paz interna, en la serena relación del pueblo con Dios.
PARA LA VIDA
Érase una vez un niño indio que había sido picado por una serpiente y murió. Sus padres lo llevaron al hombre santo de la tribu y colocaron su cuerpo ante él. Los tres, sentados, lloraron durante largo rato. El padre se levantó, se acercó al cuerpo de su hijo, puso sus manos sobre los pies del niño y dijo: A lo largo de mi vida no he trabajado por mi familia como era mi obligación. En ese momento el veneno salió de los pies del niño. La madre se levantó también y colocando sus manos sobre el corazón del niño dijo: A lo largo de mi vida no he amado a mi familia como era mi obligación. En ese momento el veneno salió del corazón del niño.
Finalmente, el hombre santo se levantó y extendiendo sus manos las puso sobre la cabeza del niño y dijo: A lo largo de mi vida no he creído en las palabras que decía como era mi obligación. En ese momento el veneno salió de la cabeza del niño. El niño se levantó y también sus padres y el hombre santo y toda la tribu celebró una gran fiesta ese día.
El veneno mortal es la falta de responsabilidad del padre, la falta de amor de la madre, la falta de fe del hombre santo. El contraveneno, la medicina de la vida, es el amor. En este tiempo de Pascua, de vida nueva y resucitada, tiempo en que "Dios ha glorificado a su siervo Jesús", Pedro y los testigos de la resurrección nos exhortan: "Arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean borrados". Expulsar el veneno y estrenar vida nueva.