17° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 de Julio de 2019, Ciclo C


San Lucas 11, 1 - 13

Pedid y se os Dará,Buscad y Hallaréis, Llamad y se os Abrirá” 

Homilía PadreLuis Guillermo Robayo M.
  1. Pedir: es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Esta complace a Dios, porque es la propia de un corazón conforme a la misericordia del mismo Dios.
  2. Buscar: además de pedir, hay que buscar, moverse y dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia».
  3. Llamar:  es gritar a alguien al que no sentimos cerca, y que creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz.
  4. La Oración: tras una necesidad viene otra, tras un problema otro. La súplica no puede apartarse de nuestros labios. Los discípulos del Señor han de ser enviados a dar testimonio de su persona y a continuar su obra. Si Jesús oraba, deben también orar los discípulos. Los discípulos deben orar, como oraba Jesús. Por eso, Señor enséñanos a orar. La oración distingue al hombre de Dios. Dios escucha la oración. Debemos estar seguros de ello. 
  5. El Espíritu Santo: dirigió a Jesús durante toda su vida. De eso necesitamos nosotros, de una dirección vital interna que nos conforme con Cristo y nos haga vivir su vida: el Reino de Dios, la voluntad del Padre. Como reza el Padrenuestro. Más aún, nos enseñará a orar. Él pide, con gemidos inenarrables, aun cuando nosotros no sabemos qué pedir. Es la Voz de Dios en nuestros labios

REFLEXIÓN 

   El tema fundamental que la liturgia nos invita a reflexionar, en este domingo, es la oración. Al poner delante de nuestros ojos los ejemplos de Abrahán y de Jesús, la Palabra de Dios nos muestra la importancia de la oración y nos enseña la actitud que los creyentes deben asumir en su diálogo con Dios.

  • La primera lectura sugiere que la verdadera oración es un diálogo “frente a frente”, en el cual el hombre, con humildad, reverencia, respeto, pero también con osadía y confianza, presenta a Dios sus inquietudes, sus dudas, sus ansias e intenta percibir los proyectos que Dios tiene para el mundo y para los hombres.
  • La segunda lectura, sin aludir directamente al tema de la oración, invita a hacer de Cristo la referencia fundamental (en este contexto de reflexión sobre la oración, podemos decir que Cristo tiene que ser la referencia y el modelo del creyente que reza: en la frecuencia con la que se dirige al Padre, en la forma como dialoga con el Padre).
  • El Evangelio nos sienta en el banco de la “escuela de la oración” de Jesús. Enseña que la oración del creyente debe ser como el diálogo confiado de un niño con su “papá”. Con Jesús, el creyente es invitado a descubrir en Dios “al Padre” y a dialogar frecuentemente con él acerca de ese mundo nuevo que el Padre/Dios quiere ofrecer a los hombres.
   El fundamento último de nuestra oración no es, entonces que queremos un mundo mejor, porque eso lo puede querer cualquier ser dotado de razón; no es tampoco que merecemos una vida distinta o ser exentos de tales o cuales dolores o problemas. Ni es tampoco porque seamos buenos o libres de culpa. Oramos porque somos hijos. Oramos porque el Espíritu del Hijo ora en nosotros. Y por eso oramos con perseverancia, sencillez, confianza y sobre todo con inmenso amor, convencidos como estamos de que Dios sabe qué es lo mejor para nosotros y puede y quiere otorgárnoslo.

PARA LA VIDA 

   Un hombre soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra. Vio una iglesia donde se celebraba la misa del domingo. El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido. 

   Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido. Veía al sacerdote y a los fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las oraciones, pero no podía oír ningún sonido. Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: "Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles". Por eso esa oración es ineficaz y débil. ¡La vida y la oración no son separadas! Al contrario: la vida se expresa en la oración y la oración asume todo lo de nuestra vida.

   Siempre la oración es el lugar del encuentro, donde Dios nos transforma y va transformando, incluso, nuestros pensamientos, nuestro corazón, nuestros sentimientos; porque la oración se va convirtiendo en esta realidad: que no se haga mi voluntad sino la tuya.