20° Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Agosto de 2019, Ciclo C


San Lucas 12, 49 - 53

 Fijos los Ojos en Jesús” 

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
  1. El Profeta: la "boca" del profeta no la cierra nadie: es la voz de Dios. Es importante notar el nexo que tiene el callar la voz de la conciencia y el silenciar a quienes quieren despertar en nosotros esa misma voz: los que se han acostumbrado a rechazar esa “voz de Dios” que es la propia conciencia sólo pueden rechazar esa otra “voz de Dios” que son sus profetas.
  2. La Paz:  para llegar a la verdadera paz hay que enfrentar más de un conflicto y tomar más de una opción fuerte y radical. Solo la paz que nos da Cristo nos da la capacidad para enfrentar la oposición, la división, el rechazo y la persecución que provienen por la proclamación del Reino de Dios.
  3. El Fuego:  del apostolado se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta de padecer a Cristo (cfr Col 1,24)»
  4. La Verdad: los cristianos estamos convencidos de que la verdad en sí, y particularmente la verdad de nuestra fe nos hace libres. En realidad, toda verdad contribuye a construir al hombre y al cristiano en su identidad y carácter más específicos. Allí donde hay verdad, hay libertad, y donde no hay verdad, hay necesariamente alguna forma de esclavitud.
  5. La Fe: hay algo que nos da seguridad: fijar los ojos en Jesús que es precisamente el que inicia y lleva a plenitud nuestra fe. Él es el verdadero modelo de la fe auténtica. Él hizo el camino de la fe sin miedo a la ignominia, asumiendo la Cruz y soportando la oposición de los pecadores. La clave está en mirar a Jesús. Él da fuerza para seguir caminando, para seguir en la brecha, en la lucha, que todavía no ha llegado a sus últimas consecuencias.
REFLEXIÓN 
   
   Aceptar con todas las consecuencias la misión de ser profeta y portavoz de Dios es una dura carga, llena de incomprensiones y de riesgos. Porque mantener la fidelidad a Dios es más difícil que ser fiel a los hombres. El profeta de todos los tiempos ha sufrido persecuciones y desconocimiento de los más cercanos. 
Le pasó a Jeremías, porque hablaba claro; por eso quisieron hundirle en el lodo del aljibe, para ahogar su palabra. Y le pasó a Jesús, que soportó la cruz y la oposición de los pecadores, renunciando al gozo inmediato.
   Es un aviso para los cristianos en los momentos de lucha o desánimo. Aceptar a Jesús nos lleva a ser presencia en medio de la sociedad y dentro de la propia familia. 
   El seguimiento de Cristo puede suponer en el cristiano continuidad de sufrimientos, de conflictos, separaciones, enemistades. Cuando se medita la frase de Jesús en el evangelio de este domingo "Yo he venido a prender fuego en el mundo", se comprende que hay que anunciar el Evangelio con calor y pasión, sin tibiezas. 
   Con palabras tibias contribuimos a mantener barreras y situaciones difusas. Siempre el cristiano ha de testimoniar el valor profundo de la paz, que no es comodidad, aceptación de la injusticia o simple convivencia perezosa. Porque Cristo luchó por la verdadera paz, que es la defensa del hombre, murió víctima de la violencia. Quien sufre por amor al Crucificado debe ver en ello una ratificación de la rectitud de su fe y del camino de su vida.
   Nos quejamos de que en el mundo no hay paz, pero no queremos cambiar nuestras actitudes egoístas, nuestro apego al dinero, nuestro sumergirnos en una vida donde lo más importante es el placer que el deber. 
   Si oímos a Jesús y nos convertimos en sus verdaderos seguidores, el mundo cambiario sin duda alguna. Lo que falta, pues, no es una acción de Dios sino nuestra. Pero preferimos echarle la culpa al Creador, olvidándonos de nuestro propio compromiso con El. 

PARA LA VIDA 

   La escuela de Elena era un lugar especial. Todos disfrutaban aprendiendo y jugando con Elisa, su encantadora maestra. Pero un día la señorita Elisa se puso muy enferma, y Elena fue a verla con sus papás al hospital. Era un edificio triste y gris, y Elena encontró a su maestra igual de triste. Pensó que podría alegrarla con unas flores, pero no tenía dinero para comprarlas. 
   Entonces Elena recordó lo que habían aprendido sobre las plantas, y buscó un trocito de tierra. Lo encontró en la escuela, junto a la escalera, en la esquina donde solían buscar escarabajos. Y allí removió la tierra y la preparó. Luego su mamá le entregó unas semillas, y Elena las plantó en unos hoyos que había hecho. 
   Después volvió a tapar las semillas, y regó la tierra con agua. El resto fue esperar. Sabía que solo tenía que ser paciente, y seguir regando las semillas cada día al entrar y salir de la escuela. Semanas después empezaron a salir de la tierra unas plantitas verdes. Al principio eran enanas, pero luego crecieron hasta hacerse enormes. 
   De ellas nacieron muchas flores, y cada día Elena escogía una para llevársela a su maestra enferma. Las flores llevaron esperanza y alegría a la señorita Elisa. Esta se recuperó de su enfermedad y pudo volver a la escuela. Allí encontró, junto a la escalera, el pequeño jardín que había plantado Elena. Le gustó tanto, que desde entonces cuidaron juntas el jardín. Y cada vez que faltaba un niño a la escuela por estar enfermo, tomaban una flor para llevársela y alegrarle el día.