San Lucas 12, 32 - 48
“ Estad Preparados”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
- Vigilar: permanecer despiertos, aunque todos duerman. Es una buena imagen de lo que es un cristiano: alguien que está despierto. Vigilamos cuando sabemos que un mal puede venirnos, pero también cuando aguardamos con amor a alguien. Las dos cosas son necesarias y son recomendados por Cristo, Nuestro Señor. Tenemos que vigilar para que ningún ladrón nos robe, pero también vigilamos porque sabemos que nuestro Amo y Señor viene.
- La Fe: por la fe entramos en contacto con lo prometido y esperado, al unirnos estrechamente al que lo ha prometido. La fe es también prueba de las cosas que no se ven. La fe es el primer paso en el camino. Decir 'creo' y no acoger esa fe en el corazón y llevarla a la acción en una vida comprometida y de crecimiento en las virtudes sería una incoherencia que llevaría a la frustración y a la mediocridad en la vida cristiana. La fe es la base de una vida virtuosa, y la vida virtuosa es el natural despliegue de una fe auténtica.
- La Esperanza: hay que esperar la llegada del Señor con las lámparas encendidas, es decir, con la fe viva, con la esperanza activa y con la caridad operante. es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.
- La Lámpara: es la Eucaristía, alimento para el camino. Nos da la fuerza para seguir adelante y para trabajar por el Reino de Dios. Y mientras la celebramos repetimos con frecuencia nuestra mirada hacia el futuro «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo».
REFLEXIÓN
La Palabra de Dios que la liturgia de hoy nos ofrece nos invita a la vigilancia: el verdadero discípulo no vive con los brazos cruzados, en una existencia cómoda y resignada, sino que está siempre atento y disponible para acoger al Señor, para escuchar sus llamadas y trabajar por el “Reino”.
- La primera lectura nos presenta las palabras del “sabio”, para quien sólo la atención a los valores de Dios genera vida y felicidad. La comunidad israelita, confrontada con un mundo pagano e inmoral, que cuestiona los valores sobre los cuales se construye la comunidad del Pueblo de Dios, debe, por tanto, ser una comunidad “vigilante”, que consiga discernir entre los valores efímeros y los valores duraderos.
- La segunda lectura nos refiere a Abrahán y Sara como modelos de fe para los creyentes de todas las épocas. Atentos a las llamadas de Dios, empeñados en responder a sus desafíos, conseguirán descubrir los bienes futuros en las limitaciones y en la caducidad de la vida presente. Es esa actitud la que el autor de la carta a los Hebreos, recomienda a los creyentes, en general.
- El Evangelio presenta una catequésis sobre la vigilancia. Propone a los discípulos de todas las épocas una actitud de espera serena y atenta al Señor, que viene a nuestro encuentro para liberarnos y para insertarnos en una dinámica de comunión con Dios. El verdadero discípulo es aquel que está siempre preparado para acoger los dones de Dios, para responder a sus llamadas y para comprometerse en la construcción del “Reino”.
Dios vino, viene y vendrá. El hombre espera, acoge y vigila. Pero, en paralelo a estas dos corrientes (Dios viene y el hombre espera), avanza otra más desde que, algunos hombres, decidieron apagar el faro de una vigilancia real y activa. Otros, en cambio, aún con limitaciones seguimos esperando, acogiendo y espabilados para que las costas de nuestras almas y de nuestros corazones.
PARA LA VIDA
Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas.
No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis hombros”.