San Juan 1, 35 – 42
1.-El Bautismo: Dios hecho hombre, que no tiene pecado ninguno, unirse a la fila de los que se acercaban a Juan para que los bautizase. Es un acto de humildad el de Cristo, que se pone a la cola como un pecador más, en espera de recibir el agua purificadora del Bautista. Dios está entre los hombres, pero ellos no le reconocen. Hasta que, al salir Jesús del agua del Jordán, Dios se pronuncia, hace resonar su voz desde el cielo, y presenta a Cristo como su hijo amado: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
2.-Nuestro Bautismo: aunque el día propio para recordar nuestro bautismo es la noche de la Vigilia Pascual, la noche de la Resurrección, hoy también es un buen día para recordar que también nosotros fuimos bautizados. No es nuestro bautismo igual que el de Juan el Bautista, pues como ya hemos dicho, el bautismo de Juan en el Jordán era un bautismo simbólico. Sin embargo, éste es anuncio y preparación del bautismo inaugurado por Cristo con su muerte y su resurrección.
3.-La Misión de Jesús: siguiendo la voluntad de su Padre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4). Se trata de una misión difícil, marcada desde el comienzo por el rechazo y la incomprensión. Dios lo envía como hombre a los hombres, a fin de restaurar en nosotros la dignidad de hijos que habíamos perdido por el pecado.
4.-Nuestro Compromiso: nuestra misión es aspirar a la santidad –somos sacerdotes todos–, luchar por un mundo donde reine la justicia –nuestra misión profética– y servir a los más necesitados con los dones recibidos –somos ungidos como reyes–.
REFLEXIÓN
Hemos escuchado hoy esas palabras en la liturgia de la fiesta del Bautismo del Señor, acontecimiento que da inicio al ministerio público de Jesús.
En el Jordán, resuena en la historia la voz eterna del Padre, que señala a Cristo como Mesías.
Es voz del cielo que, a la vez que revela la identidad mesiánica y divina de Cristo, inaugura el nuevo tiempo del amor de Dios hacia el hombre.
Jesús vio abrirse los cielos y descender el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma (cf. Mc 1, 10): esta manifestación del Espíritu de Dios marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después de que el pecado había cerrado los cielos, creando una especie de barrera entre el ser humano y su Creador. Ahora los cielos se abren. Dios nos da en Cristo la prenda de un amor indefectible.
La celebración de hoy subraya cómo Jesús, al inicio de su vida pública, quiso recibir el «bautismo de conversión» (Lc 3, 3), que administraba Juan en el Jordán. Este gesto, con el que él, inocente, se hacía solidario con los pecadores, se convirtió en un momento de revelación. El Señor recibe el bautismo en el marco de la predicación penitencial de san Juan Bautista. El gesto ritual de sumergirse en el agua, propuesto por el Precursor, era un signo exterior de arrepentimiento de los pecados cometidos y de deseo de una renovación espiritual.
PARA LA VIDA
Un hombre encontró un huevo de águila y lo puso en el nido de una gallina, en un corral. El aguilucho fue incubado junto con la nidada de polluelos, y creció con ellos. Y ella águila hacía lo que hacían los pollos del corral, creyendo que era uno de ellos. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos. Piaba y cacareaba. Y movía las alas y volaba unos pocos metros. Pasaron los años y el águila envejeció. Un día vio un ave magnífica volando por encima de ella, en el cielo sin nubes.
Se deslizaba con graciosa majestad entre las poderosas corrientes de aire, moviendo sus fuertes alas doradas. La vieja águila miraba hacia arriba con asombro.- ¿Quién es ella? —peguntó. - Ella es el águila, la reina de las aves —le dijo su vecina—. Nadie vuela como ella, nadie puede cazar como ella. Ella pertenece al cielo. Nosotras, en cambio, pertenecemos a la tierra; somos gallinas. ¡Tú eres una gallina! Así, aquella pobre águila vivió y murió creyendo que en verdad era una gallina.
Es urgente devolver al bautismo esa fuerza liberadora que produjo en Jesús y de la que nos habla el cuento de hoy. Estamos llamados a ser divinos, a volar alto, a soñar horizontes de paz, a ser cada día mejores, a vivir la plenitud del amor, hemos nacido con alas de águila, no de gallina. ¡Qué diferente sería nuestro mundo si los supuestos “bautizados” fueran en verdad “convertidos”, testigos, misioneros, evangelizadores, promotores del bien, de la paz, de la justicia, de la verdad, de la solidaridad!.