2° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 de Enero de 2021, Ciclo B

 San Juan 1, 35 – 42

"Vieron Dónde Vivía y se Quedaron con Él"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-El Llamado: Dios llama por su nombre, pues es la realización de un proceso que se repite en todas las vocaciones. En efecto, la voz de Dios se hace oír cada vez con mayor claridad y la persona adquiere progresivamente la conciencia de su proveniencia divina. La persona llamada por Dios aprende con el tiempo a abrirse cada vez más a la palabra de Dios, disponiéndose a escuchar y realizar su voluntad en su propia vida.

2.-Seguir a Jesús: todo empieza con un testimonio. ¡Cuántas veces a lo largo de nuestra vida tenemos oportunidad de dar testimonio de Cristo! En cualquier circunstancia podemos indicar como Juan, con un gesto o una palabra, que Cristo es el Cordero de Dios, es decir, el que salva al hombre y da sentido a su vida. El que muchos crean en Cristo y le sigan depende de nuestro testimonio, mediante la palabra y sobre todo con la vida.

3.-El Encuentro: cuando quien es buscado y llamado se deja encontrar, asume plenamente la propia identidad. Toda vocación es siempre la expresión de una profunda relación de amor entre Dios y el que es llamado. Si éste se deja guiar por quien sabe reconocer la voz de Dios y se atreve a responder afirmativamente al proyecto que el Señor tiene para él, la relación de amor se transforma radicalmente, cambia el modo de ver a Dios y el modo de ser vistos por Él.

4.-El Apostolado: se llama apostolado a toda la actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra. La experiencia de Cristo es contagiosa. El que ha experimentado la bondad de Cristo no tiene más remedio que darla a conocer. El que ha estado con Cristo se convierte también él en testigo. Pero no pretende que los demás se queden en él o en su grupo, sino que los lleva a Cristo.

REFLEXIÓN

   La liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta el tema de la vocación. Se delinea, ante todo, en la primera lectura, tomada del primer libro de Samuel. Acabamos de escuchar nuevamente el sugestivo relato de la vocación del profeta, a quien Dios llama por su nombre, despertándolo del sueño. Al principio, el joven Samuel no sabe de dónde proviene esa voz misteriosa. Sólo después y gradualmente, también gracias a la explicación del anciano sacerdote Elí, descubre que la voz que ha escuchado es la voz de Dios. Entonces, responde enseguida: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha» (1 S 3, 10).

   En la Primera lectura del libro de Samuel, no dice: Habla, Señor, que tu siervo escucha. El episodio de la vocación del profeta Samuel es un claro exponente del derecho de Dios a condicionar decisivamente la vida del hombre con su libre llamamiento. Y es también un ejemplo de la auténtica respuesta humana ante la vocación divina. 

   En la segunda lectura de San Pablo a los corintios nos recuerda que la vocación cristiana es integral. Afecta también a nuestro cuerpo para la santidad. No se es cristiano con sólo el pensamiento y el alma. Dios llama al hombre entero, le reclama hasta lo más íntimo de su corazón. Así lo explica San Gregorio de Nisa.

   En el Evangelio nos anuncia que en toda vocación cristiana Cristo es el centro, y es quien pone al hombre en sintonía garantizada con la voluntad de Dios, que así le elige y le llama. Jesús quiere que los dos discípulos vean y contemplen personalmente. Lo que ellos «vieron» debió de ser algo impresionante, según deducimos de lo que después «hicieron». Estos apóstoles comunican a otros su inmenso gozo, para ganarlos también para Jesucristo. 

¡Qué día tan feliz pasan y qué noche tan deliciosa! ¿Hay quien sea capaz de decirnos lo que oyeron de la boca del Señor? «Edifiquemos también nosotros mismos y hagamos una casa en nuestro corazón, adonde venga El a enseñarnos y hablar con nosotros» (Sermón 203,2). 

PARA LA VIDA 

   Un amante estuvo durante meses pretendiendo a su amada sin éxito, sufriendo el atroz padecimiento de verse rechazado. Al fin su amada cedió: “Acude a tal lugar a tal hora”, le dijo. Y allí, a la hora fijada, al fin se encontró el amante junto a su amada. Entonces metió la mano en su bolso y sacó un fajo de cartas de amor que había escrito durante los últimos meses. Eran cartas apasionadas en las que expresaba su dolor y su ardiente deseo de experimentar los deleites del amor y la unión con ella. Y se puso a leérselas a su amada. Pasaron las horas y él seguía leyendo. Por fin dijo la mujer: “¿Qué clase de estúpido eres? Todas esas cartas hablan de mí y del deseo que tienes de mí. Pues bien, ahora me tienes junto a ti y no haces más que leer tus estúpidas cartas”. 

ANÉCDOTA 

   El Párroco comenzó a interrogar a los niños de la primera comunión ¿Dónde nació Jesús? En Belén - respondieron en coro. ¿Dónde murió? En Jerusalén. ¿Y dónde está enterrado? Esta pregunta quiero que me la contesten uno a uno, Unos dijeron que no se acordaban. Otros que seguro que en España. Un tercero dijo que en Lourdes. Otros aludían a Roma o Jerusalén. El sacerdote hizo el ademán de retirarse cuando una vocecita infantil, dijo: Jesús no está enterrado en ningún sitio porque resucitó. Así es -respondió el buen cura. -Y como resucitó, vamos a seguir preparándonos para poder recibirlo. Si el estuviera muerto nada tendría sentido. En eso el niño salió corriendo y se arrodilló frente al sagrario y gritó: no está muerto, está ahí para que todos lo recibamos