Reflexiones Anteriores 5° Domingo de Pascua, 2 Mayo 2021, Ciclo B

 San Juan 15, 1 - 8

"El que Permanece en Mí, y Yo en él, da Mucho Fruto"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- La Vid: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Los frutos que se nos piden a todos son los mismos: el amor mutuo y la expresión concreta de ese amor en nuestras obras y relaciones humanas. Sin Cristo no podemos hacer nada que sea auténticamente cristiano; con Cristo lo podemos hacer todo.

2.- Los Sarmientos:  todos necesitamos ser podados por Dios, nuestro Padre, que es el mejor labrador, porque es el que mejor nos conoce y el que más nos quiere. El principal fruto, naturalmente, son las obras que manan de nuestro amor cristiano al prójimo con el que convivimos y a cualquier prójimo que pueda necesitar nuestra ayuda. Nadie nace tan perfecto que no necesite poda alguna a lo largo de su vida. Todos somos imperfectos mientras vivimos en este mundo, por eso necesitamos estar continuamente podándonos y dejando que Dios nos pode.

3.- La Acogida: los que somos cristianos desde que nacimos debemos dar gracias a Dios por todas aquellas personas convertidas al cristianismo. Toda casa necesita de unos cimientos y, toda persona, también requiere de unos principios o de unos valores que sean modelo, guía irrenunciable para entender la vida y para defender la de los demás.

4.- La Fe:  sin obras es una fe muerta, como nos dice el apóstol Santiago. Claro que es Dios el que nos salva, no nuestras obras, porque la salvación excede nuestras solas fuerzas. Pero debemos tener siempre en cuenta que “creer” en Cristo supone querer cumplir sus mandamientos. La verdadera fe exige siempre fidelidad, compromiso, con lo que creemos. El que diga que ama a Cristo y no haga lo posible por cumplir sus mandamientos es un mentiroso. 

REFLEXIÓN

La liturgia del 5º Domingo de Pascua nos invita a reflexionar sobre nuestra unión con Cristo; y nos dice que sólo unidos a Cristo tendremos acceso a la vida verdadera.

   La primera lectura nos dice que el cristiano es miembro de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Su vocación es seguir a Cristo, formando parte de una familia de hermanos que comparte la misma fe, recorriendo juntos el camino del amor. En el diálogo y en el compartir con los hermanos es donde nuestra fe, nace, crece y madura y es en la comunidad, unida por lazos de amor y de fraternidad, donde nuestra vocación se realiza plenamente.

   La segunda lectura define el ser cristiano como “creer en Jesús” y “amarnos los unos a los otros como él nos amó”. Esos son los “frutos” que Dios espera de todos aquellos que están unidos a Cristo, la “verdadera vid”. Si practicamos las obras del amor, tenemos la certeza de que estamos unidos a Cristo y que la vida de Cristo circula por nosotros.

   El Evangelio presenta a Jesús como “la verdadera vid” que da los frutos buenos que Dios espera. Invita a los discípulos a que permanezcan unidos a Cristo, pues es de él de quien ellos recibirán la vida plena. Si permanecen en Cristo, los discípulos serán verdaderos testigos entre los hombres de la vida y del amor de Dios.

Nuestra relación con Cristo no es a distancia. Vivimos en Él. Y Él vive en nosotros. Por eso Él mismo insiste: «Permaneced en mí». Esta unión continua con Cristo es la clave del crecimiento del cristiano y del fruto que pueda dar. Toda la vida viene de la vid y nada más que de la vid. «Sin mí no podéis hacer nada». El que comprende de verdad estas palabras cambia por completo su modo de plantear las cosas. Cada acción realizada al margen de Cristo, cada momento vivido fuera de Él, cada palabra no inspirada por Él… están condenados a la esterilidad más absoluta. No sólo se pierde el cuándo se hacen cosas que no viniendo de Cristo no dan ningún fruto. Deberíamos tener horror a no dar fruto, a malgastar nuestra vida, a perder el tiempo.

PARA LA VIDA 

   Un misionero en África tenía una planta eléctrica que iluminaba la iglesia y su pequeña casa. Un día le hicieron una visita unos hombres de unos campos lejanos. Uno de ellos se fijó en la bombilla que colgaba del techo de la sala. Cual no fue su sorpresa cuando el cura le dio al interruptor y la bombilla se encendió. Uno de los visitantes le pidió una bombilla y pensando que la quería como adorno o Juguete le dio una bombilla fundida. En una de sus visitas a los poblados el misionero entró en la choza del que le había pedido la bombilla y la vio colgada de una cuerda cualquiera. 

   El misionero tuvo que explicarle que para que diera luz necesitaba una planta, unos cables, una conexión y una bombilla nueva.

"No pueden producir frutos si no permanecen en mi" ¿De qué sirve tener una bombilla colgada del techo si no está conectada? ¿De qué sirve tener una Biblia si uno no está conectada al que es la Palabra viva de Dios? ¿De qué sirve llevar el nombre de cristiano si uno no está conectado al Cristo que me da el nombre? ¿De qué sirve la hermosura del culto si no damos frutos? 

   Jesús hoy nos recuerda que…  "sin mí no pueden hacer nada". La vida cristiana, la vida del cristiano, sólo tiene plenitud y sentido si está conectada a Cristo. Podríamos decir que Jesús es la planta eléctrica y su Padre es el interruptor para que se haga la luz en su casa y para que cada uno de nosotros seamos bombillas que lucen y alumbran. Pero tenemos que estar conectados. Él es la fuente de nuestra energía y de nuestro vivir.